Llegar al Mundial de Barismo por casualidad

Ariel Bravo, de 21 años, representará al país en el Campeonato Mundial de Barismo, pese a que cuando empezó en este arte, ni siquiera tomaba café

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"Solo la casualidad puede aparecer ante nosotros como un mensaje. Lo que ocurre necesariamente, lo esperado, lo que se repite todos los días, es mudo. Solo la casualidad nos habla. Tratamos de leer en ella como leen las gitanas las figuras formadas por el poso del café en el fondo de la taza", dice La insoportable levedad del ser entre sus primeras páginas.

El escritor checo Milan Kundera llevaba razón en sus palabras, pero quizá no sabía que en el 2015, 31 años después, sería posible que el café no se asiente en el fondo de la taza.

Este es justamente el secreto con el que el tico Ariel Bravo pretende sorprender al jurado en el Mundial de Barismo, que se realizará en Seattle del 9 al 12 de abril.

Aficionado a la gastronomía molecular, pasó algún tiempo ideando una manera para que los sólidos del café quedaran distribuidos de manera equitativa en el líquido. Fue así como se le ocurrió vertir el café en un agitador magnético (artefacto que se utiliza para homogeneizar sustancias químicas). El sabor se transformaba por completo y, además, los últimos sorbos ya no se percibían más fuertes que el resto.

Ahora Bravo pasa nueve horas diarias perfeccionando la técnica en la Academia Nacional del Café, un recinto que más bien parece un laboratorio químico, pero con un aroma incomparable.

Bravo llegó a estas instancias por las casualidades de la vida. Años atrás, entró a estudiar Administración al Instituto Tecnológico de Costa Rica, aunque su verdadero sueño tenía mucho más que ver con las artes culinarias.

Por eso comenzó a tomar cursos libres de Cocina. En una ocasión intentó matricularse en un taller de Coctelería y, como ya no había cupo, optó por otro de Barismo, sin saber que no tenía que ver con licores, sino con el arte de preparar bebidas a base de café. ¡A Ariel ni siquiera le gustaba tomar café!

"Estaba detrás del palo. En la segunda clase salí y le dije a mi papá que no iba a seguir, que era como si me estuvieran hablando en mandarín. Él me dijo: 'Ya pagué; ahora termina ese curso'".

Es probable que su profesor, Ricardo Quesada, haya visto algo de talento en él y, por eso, luego lo invitó a una fábrica de siropes de café. Ahí estaba entrenando Ricardo Azofeifa, quien pronto partiría al Mundial de Barismo en Austria.

Hasta entonces, Bravo solo había tomado pocos de café en el curso, y con leche. Cuando degustó la bebida que Azofeifa preparó, creyó que aquello no era café."¡Yo probé el café y me sentí tan ignorante! Me sabía a flores y a frutas!", recuerda.

Bravo compitió antes en dos campeonatos nacionales de barismo, en los que se quedó con los segundos lugares. En su tercera vez, tuvo que enfrentarse a Azofeifa, quien había sido su inspiración. Le ganó por apenas medio punto y conquistó así el pase a Seattle.

"Todo pasa por algo. Todo tiene un porqué. Quizá en el momento no lo entendemos, pero más adelante nos damos cuenta de la razón.

"Eso me pasó a mí. Al principio, me ofuscaba por no haber podido estudiar cocina. Ahora sé que tengo que estar aquí y ahora", dice.

Eso sí, ya no le deja toda la tarea a los azares del destino. Ganar el mundial no depende de lecturas de gitanas.