La tica que superó la guerra y la muerte por amor a la niñez de Guinea Bisáu

La labor de la costarricense Isabel Johanning sobresale en un recóndito rincón de África. A sus 73 años espera seguir ayudando a niños y niñas hasta ‘que Dios así lo quiera’

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La labor de Isabel Johanning, una odontóloga y misionera costarricense, ha cambiado (y salvado) la vida de cientos de niños y niñas de Guinea Bisáu, un país al oeste de África. Sus brazos de madre han cuidado, curado y consolado a cerca de 500 infantes. A sus 73 años, con Dios como pilar, su misión continúa más vigorosa que nunca.

Antes de hablar de su actualidad y futuro, hay que rememorar su pasado y cómo fue que su propósito de vida empezó. En 1993 viajó a este rincón africano para ayudar con su trabajo profesional y hablar de Dios con las personas de ese país.

En medio de su labor, una malaria cerebral la devolvió a Costa Rica y amenazó su vida. Las voces que le decían que no debía regresar no cesaron. Sin embargo, ella estaba convencida de que debía volver a África, y así lo hizo en 1995, acompañada por los también misioneros Eugenia Castro, Julio César Herrer Steler y Enrique Hadas.

Isabel decidió vivir allí y adoptó a Mariama, una bebé de siete meses. Su amiga Eugenia Castro se quedó junto a ella y, solo tres años después, ya tenían a nueve niños y niñas bajo su cuidado.

Hoy, 27 años después, Isabel Johanning es la directora de Casa Emanuel, un orfanato que ha acogido a bebés que pierden a su made en el parto, a otros que no pueden ser mantenidos por sus progenitores y también a infantes que nacen con alguna discapacidad física. Para ellos se creó hace seis años el centro de rehabilitación Casulo.

Además de cuidarlos y rehabilitarlos, en el centro varios de estos niños y niñas están a salvo de una muerte cruel. En este país, las personas que nacen con alguna discapacidad física son consideradas una maldición.

“Aunque el niño tenga solo una mano con alguna condición, hay padres que no asumen a sus hijos. Dependiendo de la aldea, muchas veces los dejan a la orilla del mar para que la marea se los lleve, o los meten en hormigueros gigantes para que ahí mueran. Por cultura, la familia aísla a la madre de tal manera que tiene que ver dónde deja al niño. Vienen a pedir ayuda”, detalló en una entrevista, en el 2019.

Hoy, a sus 73 años, Isabel Johanning repasa cómo ha sido este tiempo en el venció a la muerte por segunda vez (padeció covid-19) y en el que ni la guerra la hizo dejar su misión.

Grandes alegrías, grandes tristezas

Han transcurrido tres décadas desde que la vida de esta costarricense se enfocó en servir a los demás, a 7.471 kilómetros de su lugar de nacimiento.

“Este tiempo he tenido, como todos en la vida, grandes alegrías, tristezas y muchos desafíos, pero vamos pasando todo conforme se presentan. Dios nos va dando fuerzas y sabiduría para pasar cada etapa”, dijo la hoy adulta mayor, que mantiene la dulzura de su voz.

Han sido muchas las escenas satisfactorias que ha presenciado, como las graduaciones de escuela, colegio y universidad de muchos de los niños y niñas que acogió desde pequeñitos.

También ha habido momentos tristes, como cuando ha muerto alguno de los miembros de la Casa Emanuel. Asimismo se han presentado periodos peligrosos, como cuando durante una guerra civil tuvo que huir con nueve infantes. Este acontecimiento es uno de los que más la han marcado.

“Durante la Guerra Civil del 98 tuvimos que huir con los niños. Tomamos la decisión de quedarnos con ellos. Ninguna embajada nos aceptaba, nos decían que nos resguardaban (a las misioneras) pero que llegáramos sin ellos. Nosotras dijimos que jamás. Si teníamos que morir lo haríamos todos juntos. Pasamos momentos muy duros. Bombardeos terribles.

“Luego Portugal nos aceptó con todos los chiquitos, después de un filme que se grabó durante un cese al fuego; en el video mostraban lo que llamaron ‘Una bella historia de amor en tiempos de guerra’. Lo pasaron por 22 países. Entonces nos aceptaron y estuvimos año y tres meses en Portugal, luego nos pagaron todo para devolvernos. Al final todo pasa, aunque sí hay muchas dificultades”, recordó Johannig, quien continúa trabajando como odontóloga.

Desde su llegada y la de su compañera de misión, Eugenia Castro, han logrado edificar, además de Casa Emanuel y Casulo, un hospital de consulta externa, una maternidad y también escuelas.

La septuagenaria cuenta que sus “problemillas leves de salud” no son ninguna limitante. De todos modos, ni el peligro ni la enfermedad han detenido su propósito de servir y ayudar.

“Me siento muy bien. Tengo altos y bajos. Siempre voy a Costa Rica y me ayudan. Me he operado varias veces de quistes; también de los ojos porque como trabajo en odontología, el desecho del aparato de alta velocidad me cae en los ojos. He superado la trombosis en las piernas”.

Doña Isabel mira su pasado y presente y, como es usual en las personas que se dedican a servir a los demás, no se echa flores ni se halaga, en sus palabras sobresalen risillas cuando intenta hablar de su trabajo. Para ella, la única respuesta es Dios.

“Sin Él no podría conseguirlo. Estoy segura de que si Él te llama, Él te capacita. Dios nos ha dado la capacidad a mí y a mi compañera Eugenia. Casa Emanuel ha sido construida por muchos que han llegado a ayudarnos, hay muchas personas envueltas en esto. Personalmente, puedo decir que yo me he sostenido en Dios”, enfatizó la madre de tres hijos adoptados y tres biológicos.

Una nueva vida

Aparte de la guerra, hay otro capítulo que ha marcado mucho a la misionera. En el 2021 estuvo muy mal de covid-19, enfermedad que, según informaron en todo el mundo, era más comprometedora para adultos mayores. En su caso el riesgo se elevaba al estar en un país con pocos recursos médicos.

“Es de lo peor que me ha pasado. Me dejó casi que muerta. Aquí (en Casa Emanuel) no afectó a nadie, fui yo. Mi colega Eugenia tuvo, pero le fue bien. Lo que pasó fue que en el mismo tiempo en que me dio coronavirus Eugenia estaba casi con septicemia porque se le reventó la vesícula. De emergencia tuvieron que llevarla a la frontera de Senegal y justo yo caí con coronavirus. Casualmente, al mismo tiempo, los misioneros que estaban se fueron. Pasaron muchas cosas”.

Afortunadamente, Johanning siempre tuvo oxígeno, sus hijos y muchos costarricenses le ayudaron, debido a que en Guinea Bisáu era “carísimo”. La enfermedad afectó sus pulmones y su intestino, además, se quedó un tiempo sin poder caminar. Decidida, como siempre, pidió el alta hospitalaria y se prometió dejar la silla de ruedas. Lo consiguió.

En medio de esta prueba de salud, doña Isabel nunca tuvo miedo de morir. Al ingresar a uno de los dos hospitales en los que estuvo, una voz le dijo con claridad: “Isabel, esto no es para muerte”.

“Entonces me dije: no voy a morir. No tuve miedo en ningún momento”.

Durante la hospitalización de más de un mes, dice que tuvo amnesia: no sabía quién era. Luego se le presentaron visiones y recuerda ver escenas de la Biblia, que le reiteraron que “estamos aquí para hacer la voluntad de Dios”. Ella describe su experiencia como impactante.

Una misión renovada

Luego de su experiencia física y espiritual, la directora de Casa Emanuel empezó a implementar cambios en el lugar, sobre todo con los bebés que acogen luego de que su mamá muere en el parto.

Antes, estos niños y niñas se quedaban en el hogar hasta que eran mayores. Entre otras complicaciones del proceso, era difícil que ellos pudieran volver con sus familias. Por ello, ahora los pequeños regresan con su núcleo a los dos años.

“Antes, cuando los reintegramos a sus familias, ellas ya no los querían, entonces los chicos se ven en un limbo. Ya más grandes le pedían algo al papá y les decían que en Casa Emanuel se los tenían que dar. Es una carga impresionante y ha sido muy difícil. Ahora los devolvemos a los dos años porque los niños necesitan a su familia, quienes finalmente tienen la responsabilidad”.

Doña Isabel destacó que ella no tiene potestad de brindar una familia para estos pequeños, debido a que el gobierno bisauguineano cerró la posibilidad de adopciones.

“El Gobierno nunca me ha dado patria potestad. Afortunadamente, cuando los niños son pequeños, sí los quieren y crecen en familia. Los acogen. A los bebés aquí los ayudamos para darles leche, generalmente las familias no pueden comprarla”.

En el caso de la niñez que nace con alguna condición de discapacidad, esos se quedan en Casa Emanuel.

“Sabemos que los van a matar, por eso estos niños se quedan con nosotros. Lastimosamente se nos acaban de morir dos. Estos niños (con alguna discapacidad) tienen cierto tiempo de sobrevivencia”.

La pérdida de uno de los habitantes de Casa Emanuel nunca dejará de ser triste, aunque ahora Johanning tiene otra filosofía para enfrentar la muerte.

“Sé que van a la presencia de Dios. Decidí que ya no voy a llorar más. Están mejor. Ya son libres y sin discapacidad”, añadió.

Al terminar la frase, esta “mamá” de cientos comparte una experiencia especial que tuvo hace un tiempo, justo después de que en sus oraciones le pidiera a Dios tener su propia casa en Costa Rica, con el objetivo de estar allí en sus visitas al país.

“Fue una experiencia lindísima. Una vez estando en Costa Rica, un miembro de la iglesia a la que asisto me dijo que tenía una palabra de Dios para mí”, recordó.

Esa palabra, además de representar una promesa, le reafirmó lo que ella ya sabía con relación a los niños y niñas que habían muerto.

“Él me dijo: ‘dice el Señor que cada uno de los chiquitos que se han muerto en Casa Emanuel, están construyendo la casa que vas a tener cuando llegues al cielo. Vas a estar con ellos’. Esa fue la respuesta que Dios me dio. La casa que yo quería no estaba en Costa Rica”, dijo emocionada.

En todos estos años, Isabel Johanning ha visto fallecer a 50 miembros de Casa Emanuel, de un total de 480 que ha acogido.

Para doña Isabel, Dios es cada vez más real. Ella reitera que le ha hablado al oído al decirle que no moriría por la covid-19 y a través de otras personas que le han dado palabras que respondieron a sus oraciones.

“Sin Él no podría sobrevivir. Es increíble para mí, es muy real. Para todos nosotros. Cuando estamos enfermos lo sentimos. No puedo decir que no existe”, afirmó.

“Sin Él no podría conseguirlo. Estoy segura de que si Él te llama, Él te capacita. Dios nos ha dado la capacidad a mí y a mi compañera Eugenia. Casa Emanuel ha sido construida por muchos que han llegado a ayudarnos, hay muchas personas envueltas en esto. Personalmente, puedo decir que yo me he sostenido en Dios”, enfatizó la madre de tres hijos adoptados y tres biólogicos.

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El futuro de Casa Emanuel

Isabel Johanning continúa abrazada a sus misiones. Ahora, Casa Emanuel se proyecta hacia las aldeas, pues en las escuelitas más recónditas han empezado a construir comedores para asegurarles a las niñas y niños al menos una comida diaria. Aunque esto parezca poco pensando que son infantes, ella asegura que es muy significativo, sobre todo en una cultura donde las últimas personas en comer en los hogares son las de menor edad.

En ese sentido, la mirada de esta tica ha presenciado escenas impactantes, como las de pequeños que están en un estado de desnutrición, imágenes iguales a las que muestran los documentales que conmueven al mundo, pero que finalmente resultan muy lejanas desde este otro lado del mundo. A través de su labor, procura ayudar todo lo que le sea posible.

En una cultura muy diferente a la que conocía, ella ha conseguido “interceder y reforzar” ciertas cosas. Antes, a los niños les hacían la circuncisión con un mismo cuchillo. Doña Isabel les sugirió que cada pequeño que fuera a ser circuncidado llevara su propia lámina y así evitar el contagio de enfermedades.

De los años venideros, Isabel Johanning, la odontóloga, misionera y madre de casi 500 niños y niñas, espera que Dios le dé fuerzas para seguir y continuar allí, en su casa, en Guinea Bisáu.

“Le pido que me dé calidad de vida para seguir hasta el fin”.