La rebelión de los abuelos

En la España de la crisis y el desencanto, el movimiento de indignados TIENE SU DIVISIÓN ‘SENIOR’. Se llaman ‘iaioflautas’ y pelean por mantener lo que costó sudor y sangre durante la dictadura franquista.

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Celestino renunció al megáfono y fracasó en el intento de poner a funcionar el micrófono ante un salón lleno de abuelos. Mucho engorro. Confió en la salud de su garganta para pronunciar a pelo el mensaje final de la asamblea, el de motivación, dos días antes de la “mani” del movimiento de “indignados” en España, el sábado 12 de mayo, en Barcelona.

Un centenar de viejos disciplinados lo escuchaban atentos y seguían cada gesto del dirigente que no quiere presentarse como dirigente. En sus manos tienen recortes de prensa, un libro de Noam Chomsky, cinta fosforescente, libretas, gorras rojas, una boina. Solo siete van sin gafas. Solo una lleva joyas doradas y labios pintados, pero todos siguieron a Celestino cuando levantó la mano derecha con un aparato blandiéndolo como la espada más filosa y dictando la mejor estrategia de guerra.

“Cuando cualquiera de nosotros cogemos esto y hacemos una foto ocupando la Consellería de Interior y la mandamos, llega a 10.000 personas y a @acampadabarcelona, ¡150.000! Y eso llega a Nueva York (“¡a China!”, arenga un asambleísta) ¡a China.! ¡A todas partes! ¡Y ese es nuestro gran poder!”. En su mano derecha tenía un iPhone 3G.

Unos asintieron con la cabeza; otros dijeron “sí, sí” como en un culto cristiano; algunos aplaudieron y hubo quien apretó con fuerza su teléfono móvil como hacen los policías con el revólver en momentos de apremio. Celestino, el dirigente, había logrado llevar el entusiasmo a la cima. Los ‘indignados’ más veteranos estaban listos para ir a la calle.

Se llaman ‘iaioflautas’ los que se reunieron aquel jueves por la tarde en el Ateneo del barrio Gracia. Es un grupo de ancianos nacidos en Barcelona que combina su activismo de izquierdas tradicional con las fogosas formas de comunicación moderna que potencian al movimiento de los “indignados” en España, el llamado 15M. Son unos 200 sin padrón fijo y sus reivindicaciones son muchas, variadas y difusas, pero su razón de existir es, en realidad, la existencia de sus nietos. “Queremos que las generaciones futuras tengan lo que a nosotros nos costó sudor y sangre”, repite Luis Romero, con su voz rocosa de 81 años, ante cada periodista que lo aborda.

Celestino les advirtió la necesidad de llegar puntualísimos a la manifestación del sábado, bien armados con sus teléfonos móviles, sus cámaras fotográficas, algún iPad y el chaleco verde fosforescente que parece advertir sobre la fragilidad física de la mayoría de ellos. Puede ser el chalequito de emergencias del carro, da igual, pero mejor si todos llevan estampada atrás la palabra “@iaioflautas”, a pesar de que muchos de sus miembros fueron convocados mediante una llamada al teléfono fijo de su casa.

La asamblea se realizó en el mismo lugar donde llevan clases de Internet y uso de redes sociales. Sus maestros son jóvenes miembros del movimiento 15M de Barcelona, felices de contar con un grupo que, además de darles legitimidad histórica, está casi blindado contra las cargas policiales. “En su condición de ancianos, dan al movimiento una seguridad, una estabilidad. Es difícil criminalizar a un iaioflauta, pero fácilmente se criminaliza a un joven”, dijo Óscar Martínez, activista del 15M, minutos antes de participar como fotógrafo y asistente de los ancianos en la asamblea.

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Este es parte del trueque. “Son mundos políticos que estaban bastante separados y hasta enfrentados. El objetivo inicial de ellos es unir el mundo de la vieja izquierda que ellos representan con el mundo nuevo alrededor del 15M, aportando cosas desde su experiencia y, al mismo tiempo, bebiendo de las aportaciones del 15M”. Esas aportaciones son básicamente el uso de la tecnología mediática, esa que permitió a miles de personas conocer en tiempo real las intervenciones de los iaioflautas en una sede bancaria, en la agencia de calificación Fitch, en un autobús público y en la Consellería del Interior (sede del gobierno autonómico de Cataluña). Entran, ocupan, arengan, se toman fotos, protestan, llevan una carta, exigen entrevistarse con la autoridad y, obvio, publican todo en las redes sociales.

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Paco, el iaioflauta más modernizado, recuerda el éxito mediático del día que ocuparon Interior. “Ese día conseguimos ser trending topic a nivel mundial”, dice orgulloso con su iPad en mano. Los twitts de esa jornada recogieron cada gesto, incluido el de Ramón, un hombre de bigotes gruesos y grises que se negó a identificarse cuando un policía le pidió documentos. No los entregó y punto, nada pasó. A esto se refería Celestino cuando repasó ante sus compañeros asambleístas los rasgos del movimiento. “Hacemos una cosa un poco rara: usamos los métodos de toda la vida pero con la tecnología de ahora”.

El experimento funciona. Uno de los principales objetivos era dar visibilidad al movimiento del 15M y quitarle el cariz de una simple rabieta de adolescentes anarquistas. “Tenían claro que querían algo de espectacularidad para llamar la atención y que la gente reaccione (') Los iaioflautas han contribuido, quizá sin exagerar su importancia, a llamar a la atención sobre los problemas y soluciones”, describe Óscar, autor de todos los videos y fotografías del movimiento. La fosforescencia de los chalecos es innecesaria.

Celestino lo sabe. Tiene claro que los iaioflautas despiertan curiosidad de los medios y de la academia más allá de lo anecdótico. Son más que un grupo de abuelos vestidos de obreros. Por eso, lleva siempre en su carpeta un guion preparado para dar charlas. Allí refuerza lo mismo que subrayó en la asamblea ante los suyos: “No somos un partido político y no somos una organización. Somos un movimiento”.

Así, más o menos, lo dijo en la Universidad de Barcelona un día después de la asamblea en una conferencia invitado por el profesor Jordi Mir, especialista en movimientos sociales. “Cuando aparecieron, los vi con cierta duda al ver de qué sectores venían, pero con el paso de los meses, debe reconocerse que han conseguido algo muy valioso: ser un polo de atracción para los medios de comunicación sin identificarse con un estricto posicionamiento político, muy al estilo de 15M. Juegan un poco con el espectáculo pero, al evidenciar una nueva franja de edad, desmontan las críticas contra la gente que se moviliza”.

A la Guerra

La asamblea acabó con el mensaje motivador de Celestino. “Ya el movimiento se está montando en Madrid, en Valencia, en Sevilla...” Los viejos se sentían poderosos. Más motivados que nunca, lo que en este caso equivale a decir más “indignados” que nunca. Eran hinchas saliendo triunfantes del campo de futbol, dispuestos a expresar las pasiones más intestinas del movimiento. “Esto es una barbaridad. Ya no tenemos democracia. No hay justicia social. Esto es peor que el franquismo”, dijo Juan, pronunciando como pudo con su boca de tres dientes y apretando el puño.

Los años de Franco son referencial para la mayoría de ellos. Muchos fueron activistas clandestinos y se sienten coautores del establecimiento del Estado de bienestar logrado tras el fin de la dictadura, en 1975. Vieron a sus padres combatir con el bando republicano, presenciaron asesinatos en la posguerra, entraron a la cárcel, vivieron fuera de España y todo lo cuentan con más orgullo que rencor. Lo asumen como el costo necesario del régimen social que España ha exhibido en los últimos 30 años como su fuente de poder, igual que lo hacía Celestino con el iPhone en la asamblea.

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“Para mí, esta es la continuación de la lucha de mis padres”, resume Rosario Cunillera con un notable acento francés que se lo debe al exilio de sus papás en los campos de concentración galos. Tiene el cabello todo gris, corto a los lados y largo atrás, una versión atenuada del look común en jóvenes antisistema apodados “perroflautas”. Esta fue la palabra que usó la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, para intentar deslegitimar a los activistas del 15M, sin saber lo que causaría en cinco abuelos que la escuchaban por televisión en un restaurante chino de Barcelona, en agosto del 2011. Celestino y compañía se plantearon que, entonces, como iaios (abuelos, en catalán) “indignados”, debían llamarse “iaioflautas”.

Rosario no tuvo hijos, pero habla de “nuestros nietos” para referirse al futuro. Se encarga de las finanzas del movimiento, de los ingresos por la venta de pines con el “@iaioflautas” y por los donativos de algunos miembros. Los gastos son, por ejemplo, el alquiler de un autobús para ir a la cárcel de Cuatro Caminos a presionar para que liberaran a los muchachos presos por protestas callejeras anteriores. Lo lograron.

“Ellos nos necesitan y nosotros estamos en la obligación de responder. Yo me había apartado un poquito de la lucha social; una vez jubilada me dediqué bastante a viajar. Pero no me puedo sentir bien como ciudadana cuando veo la que nos cae encima”, cuenta Antonia Jover, que tampoco tiene nietos pero sí experiencia en el activismo político clandestino. “El peligro de volver atrás es enorme”. Vive sola en el barrio Sagrada Familia, cerca de la catedral famosa.

El activismo de los iaioflautas es un péndulo entre el pasado y el futuro. Solo desde su pasado explican lo que quieren. “Siempre digo que tengo más pasado que futuro”, advierte Rosario. Decidió romper la vida apacible de jubilada porque cree que la política y la economía actuales representan un peligro para la posibilidad de que España goce en los años venideros las conquistas de tiempo atrás. El salón de su casa está tapizado con fotos de su padre asturiano abrazado a compañeros de las milicias, afiches del Che Guevara y banderas republicanas.

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Están dedicadas a eso. La tecnología es solo para difundir sus actos, pero la comunicación interna de los dirigentes se realiza cara a cara, tomando el vermut o el cortado (café con leche) en una cafetería en la calle Caspe con Paseo de Gracia, en un encuentro en el Ateneo de Gracia o a veces, solo a veces, en casa de alguno. Dicen que la tradición antifranquista les enseñó a ser celosos de su vida privada, aunque confían a ciegas cuando les convocan a tal hora en tal sitio sin saber para qué.

El historiador Josep Fontana explica que esa clandestinidad del pasado era posible gracias a un alto grado de conexión social, sobre todo a finales de la dictadura de Franco. “Tenían mucha autonomía, nacían desde abajo, pero con la transición los partidos quisieron controlar todo cercenando y dando órdenes desde el Parlamento a los militantes políticos. Eso mata la sociabilidad (...) La gente dejó de movilizarse normalmente para ir a una reunión y empezó a recibir la información por radio, periódicos y televisión”.

La asamblea en el Ateneo de Gracia, con Celestino arengando sin altavoces, tiene algo de vintage . Están de nuevo reunidos como lo hacían hace 40 años, aunque ahora el “secreto” llega en tiempo real por Twitter a miles de personas en todo el mundo. A Nueva York, China...

En todo el mundo pueden saber que hay 200 ancianos convencidos de la necesidad de salvar las únicas conquistas logradas en los pactos políticos de la transición de finales de los años 70. “Esa transición ya significó un engaño para muchos luchadores de la época; ahora pelean porque incluso parte de las cosas que consiguieron se las están quitando. La reforma laboral y los recortes al aparato social son pasos atrás hacia una época que ellos vieron con sus propios ojos. Tienen motivos abundantes para volver a las calles”, explica Fontana.

Celestino es fontanero y tiene 61 años. Tenía 27 cuando España instauró la Constitución actual y ahora sostiene que España necesita fundarse de nuevo. Celestino Sánchez es un iaio antisistema, como quizá lo sea la mayoría cuando, envueltos en el chaleco verde, gritan en las “manis” que lo que vive España “no es una crisis; es una estafa; no es una crisis, es una estafa”.

Antonia, la ajedrecista, lo canta con un megáfono. Suele ser ella quien dirige cánticos conocidos o quien improvisa basada en ideas que ya lleva apuntadas en un papel que saca de su kit de iaioflauta. Crema solar, agua, pañuelo, libreta y un teléfono móvil para intentar cumplir con las órdenes de Celestino. Al menos intentarlo, para que la “lucha”, como le llaman ellos, se conozca en todo el mundo. “Y que sepan que además nos la pasamos bien luchando”.