La pesadilla del Varadero I

Diez años después de que un navío de hierro atacara a la embarcación tica Varadero I, el tema sale a flote con la detención de su capitán, Paul Watson. La vida de los pescadores de aquel pequeño barco quedó marcada desde esa mañana en alta mar. Esta es la historia de lo sucedido, a partir de sus recuerdos.

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“¡A estribor, capitán, a estribor, a estribor!”, gritó desesperado el maquinista del Varadero I. El capitán movió el timón a la derecha con fuerza y velocidad, y la embarcación se deslizó por las olas, logrando así esquivar el primer intento de embestida del imponente Ocean Warrior.

Ya para entonces, los siete tripulantes del barco de madera, de solo 55 pies de largo (16,8 metros), sentían que la muerte se había infiltrado como un polizón entre ellos. Estaban conscientes de que serían presa fácil del navío de hierro que amenazaba con condenarlos al naufragio.

Una bandera negra, adornada con la imagen de una calavera, ondeaba en lo más alto del Guerrero del océano, comandado por el famoso y polémico ambientalista canadiense Paul Watson , a quien se le conoce por combatir de forma temeraria a los barcos balleneros japoneses.

Watson acusaba a la embarcación tica de pescar de forma ilegal y se rehusaba a escuchar las explicaciones, auxilios y súplicas de sus tripulantes.

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En cinco ocasiones más, el Ocean Warrior intentó chocar contra el Varadero I, pero en todas ellas, la pericia del capitán costarricense Mario Aguilar –conocido en los muelles de Puntarenas y en las aguas del Pacífico con el mote de Picarropa– logró mantener a salvo la nave.

Fue hasta en el sétimo ataque cuando se vino el desastre. El capitán Picarropa ordenó al maquinista poner el motor al máximo, en un intento agónico por lograr escapar del Goliat que los acechaba.

“Yo casi quemo el motor de todo lo que le apreté, pero qué va... no se podía más. Sabía que estábamos listos, no había salvación”, cuenta el maquinista Faustino Gómez, apodado Chiuín, un sujeto de piel muy morena, con una sonrisa de pocos dientes y 1,55 metros de estatura.

Chiuín nos recibió en su casa, en Barranca, para contarnos lo sucedido aquella mañana del 22 de abril del 2002. En aquel entonces tenía 34 años de edad y 19 de dedicarse a la pesca.

“Vea, mi tata, yo subí a la cabina; todos estaban ahí, llorando, rezando... Solo había uno, el primo de Picarropa, que estaba en el camarote. Yo le dije a Picarropa que lo trajera; que se iba a llevar un guevazo”, narra con muchos ademanes y subiendo y bajando el tono, como invadido por la adrenalina del recuerdo.

Antes del impacto, tal y como lo cuenta Chiuín, el capitán caminó los siete pasos que dividían los dormitorios de la cabina de mando, para alertar a su primo de 19 años, Edwin Segura, y llevarlo adonde estaban todos.

Picarropa regresó de inmediato al frente del timón y, una vez más, intentó driblar el ataque del Ocean Warrior, pero, en esa ocasión, el golpe fue certero.

“Sonó un estruendo tremendo; todo se movía como gelatina. Salimos volando, caímos en el suelo. Yo salí, enojado y resignado, y les grité (a los tripulantes del Ocean Warrior): ‘Mátenos de una vez’. Eso era lo que ellos querían, matarnos”, narra Chiuín todavía alterado y lleno de rencor.

El navío impactó la proa de Varadero I en la parte izquierda, generando grandes daños en la cabina y destrozando casi por completo el dormitorio, justo donde, solo segundos antes, dormía el marinero Edwin Segura.

“Fue como si un tráiler golpeara a un Hyundai; así fue el vergazo que nos dio ese barco. Si mi primo no llega a sacarme, yo me muero ese día en el mar. La gente no sabe lo que vivimos, no tiene ni idea de la pesadilla”, reflexiona Edwin, recostado al taxi que maneja en el distrito de Cóbano, Puntarenas.

Luego de ese viaje, Edwin –o Ñoño, como lo conocen desde niño– nunca más volvió a pescar. Dice que quedó traumado con el incidente... Colgó las redes y se dedicó a taxiar, lejos del mar y sus peligros, aunque los recuerdos de aquella mañana de hace una década son todavía una tormenta.

“Yo no era que estaba en el camarote descansando. Lo que pasa es que a mí, desde que ese señor nos empezó a atacar, me agarró una vara que nunca me había dado. Vea, yo pescaba desde que era un carajillo. Terminé sexto grado y me fui a pescar. Pero ese día tenía tanto miedo que me fui a acostar; no quería ver lo que estaba pasando. Si me moría, no quería darme cuenta, ¿me entiende?”.

Al igual que en el caso de Ñoño, la vida de los otros tripulantes del Varadero I cambió de forma drástica desde el ataque del Ocean Warrior. Fue como una marea de infortunios que marcaría sus caminos y ahogaría sus nervios.

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Diez años después

Una vez en tierra, los pescadores interpusieron una denuncia contra Watson ante la Fiscalía de Puntarenas; la causa: peligro de naufragio . El ambientalista y su tripulación se presentaron en los Tribunales, pero luego dejaron el país sin mayores contratiempos.

Pasaron diez años sin que ocurriera mucho. Fue hasta el 13 de mayo pasado, cuando Watson, fundador de la organización ecologista internacional Sea Shepherd , fue detenido en el aeropuerto de Fráncfort, Alemania, a raíz de una orden de captura internacional girada por Costa Rica.

Actualmente se tramita una orden de extradición para traerlo a comparecer ante las autoridades (ver recuadro).

Tal acción fue censurada por muchos, tanto en el plano nacional como en el internacional. La actriz francesa Brigitte Bardot se ofreció a sustituir a Watson en la cárcel, mientras que el diputado del Partido Acción Ciudadana, Claudio Monge , calificó de “repudiable” el hecho y pidió archivar la acusación.

En las redes sociales también se apoyó al ambientalista; las publicaciones más comentadas y compartidas catalogaban la captura de “inoportuna”, “desafortunada” e incluso de “vergonzosa”. De hecho, se creó un grupo en Facebook llamado Free Paul Watson (Liberen a Paul Watson), el cual tiene más de 4.000 seguidores.

Mientras esto sucedía, en la humilde y conflictiva comunidad Juanito Mora, en Barranca de Puntarenas, un taxi se detuvo frente a la casa del pescador Gerardo Cheregil Mena.

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Del vehículo se bajó el capitán Picarropa, quien venía a compartirle la noticia.

“Ahora, a esperar que se haga justicia”, le dijo Picarropa a Cheregil... Cuatro días después, abordaría un barco y se aventuraría a alta mar, a pescar durante tres meses. De todos los tripulantes del Varadero I, solo Cheregil, Chiuín y Picarropa siguen pescando.

Cheregil se mostró esperanzado con la noticia. Recuerda el ataque del Ocean Warrior como el mayor susto de su vida, sobre todo porque dentro de la tripulación estaba su hijo Juan Carlos, apodado Cachimba, quien en ese entonces tenía 20 años.

“No solo fue cuando nos golpeó. Fue todo lo que nos hicieron antes”, afirma el pescador de 55 años, refiriéndose al ataque con un cañón de agua y bombetas estilo chirribones (explosivos que se utilizan para agrupar al atún) que les lanzaron.

“Era un chorro de agua fuertísimo, quebró las ventanas de la cabina; todos los vidrios se quebraron. A mi hijo Juan Carlos le tiraron el chorro directamente; cayó desparramado en la cubierta.

“Los chirribones los estaban lanzando hacia donde teníamos los tanques de gas. Imagínese, eso pudo haber explotado. Recuerdo que a mí, el capitán me dijo que fuera a mover los cilindros. Yo fui espantado, porque si no, eso hubiera sido una explosión”, relata sentado en el corredor de su casa.

Tanto él como Chiuín, sufrieron lesiones en los dedos de las manos, secuela que les ha dificultado conseguir trabajo.

Pese a que quedó muy impactado por lo sucedido, Cheregil sigue pescando, aunque ya no hace viajes largos como los de antes –de tres y hasta seis meses–. Ahora solo se va por algunas semanas.

Su familia depende de su ingreso y en Puntarenas, recalca Cheregil, en lo único que se puede trabajar es en pesca; no hay más fuentes de trabajo, sobre todo cuando no se tienen estudios secundarios.

La historia de su hijo es más dramática. Se volvió adicto a un licor de contrabando que –rumora la gente del barrio– provoca la sensación de que la cabeza está tronando.

“Entonces dicen que, como sienten así, buscan otras drogas para calmarse. Él se fue metiendo y metiendo, y ya no pudo salirse, o sea, se entortó , se perdió completamente en la vara”, comenta José Reyes, cuñado de Cachimba.

Reyes detalla que, en Juanito Mora, la droga se vende como confite: “Perico, pastillas, piedra, hay de todo...” Y añade que la delincuencia está siempre presente.

La madre de Cachimba, María Emilia Arias, relata con dolor reprimido, que su hijo se juntó con la gente equivocada y que, por problemas de drogas, se peleó con unos traficantes que querían matarlo.

Por eso huyó una noche sin anunciárselo a nadie.

“Lo último que supe de él es que estaba durmiendo en las calles de San Ramón, y que un pastor evangélico lo recogió y lo llevó a un centro de rehabilitación. Yo espero que todo salga bien. Se salvó aquella vez en el mar y se salvará esta vez de las drogas”, comenta la señora.

El capitán Picarropa tampoco ha tenido buena fortuna. Hace tan solo dos meses se le quemó una embarcación de su propiedad, de la cual debía ¢30 millones, deuda que aún paga.

Lejos de echarse a morir, Picarropa se puso a trabajar con mayor brío y se fue de pesca en el barco de su hermano. Lleva ya dos semanas en alta mar.

En tierra, dejó dos hijos pequeños y a su compañera Ana Xinia Gómez, quien admite que, cada vez que Picarropa se marcha, los nervios la vuelven loca, pues teme que una tragedia acabé con él. Sin embargo, esa incertidumbre es opacada por la necesidad del sustento.

Hablamos con Picarropa en alta mar, gracias a un teléfono satelital que tiene el barco que comanda. Desde allí nos relató cómo fue que empezó el ataque del Ocean Warrior...

A la deriva

Contó que el Varadero I llevaba varios días en el mar y que tenían kilómetros ‘de línea de pesca’ en el agua (ver recuadro), hasta que una tarde, el motor simplemente no quiso encender...

La corriente los fue empujando hasta Guatemala y el miedo se apoderó de la tripulación, pues en el puerto de Puntarenas se dice que la Fuerza Naval guatemalteca es déspota y autoritaria. El riesgo de caer presos y de que les incautaran la embarcación era casi inminente.

Luego de tres días de estar a la deriva, el motor finalmente empezó a funcionar y Picarropa ordenó recoger las líneas de pesca para regresar a Costa Rica. Fue en ese momento cuando fueron increpados por el navío de Watson, el cual se dirigía a Costa Rica para firmar un acuerdo de patrullaje en la isla del Coco.

Por medio de un megáfono, les dijeron que estaban cometiendo un delito y que, por orden de las autoridades guatemaltecas, los iban a remolcar hasta el muelle de San José de Guatemala.

De inmediato, los tripulantes de Varadero I trataron de explicarles lo sucedido: el desperfecto mecánico que sufrieron y su intención de regresar a Puntarenas, mas no hubo respuesta.

El Ocean Warrior les permitió recoger el equipo de pesca, pero los obligó a dejar en libertad cualquier pez atrapado que aún estuviera vivo en las líneas de pesca. “En los días anteriores habíamos pescado marlin, dorado, tiburón... lo normal, lo que siempre se saca... Pero todo con permiso; ahora hasta dicen que hacíamos aleteo, pero eso no es verdad. No comprendíamos por qué estaban tan irritados”, explica Picarropa.

La tripulación del Varadero I se negó a ser remolcada, pues sabía que el pequeño barco no soportaría ser tirado por el enorme Ocean Warrior. Ante tal negativa, los ambientalistas les indicaron, a través de la radio, que los iban a escoltar hacia Guatemala.

“Venían muy, muy cerca; los sentíamos encima”, recuerda Picarropa.

No obstante, a 150 millas de la costa (unos 277 kilómetros), el capitán logró comunicarse con la base de la isla del Coco, donde le dijeron que el Ocean Warrior no tenía potestad para detenerlos y los exhortaron a regresar a Costa Rica.

Picarropa, sin pensarlo mucho, hizo una maniobra para salir de la sombra del buque y enrumbarse a Puntarenas. Y justo en ese instante, ante la desobediencia, comenzó el ataque del navío de Watson.

Causa justa

En todo Puntarenas, al menos en la comunidad de pescadores y en el seno de sus familias, hay un sentimiento de indignación contra Watson y aquellos que lo defienden. Ellos claman por justicia y piden que el ambientalista regrese a dar la cara por lo sucedido.

Incluso existe una especie de leyenda en los muelles del Puerto. Se dice que cuando un barco o lancha desaparece y no se sabe más de ella, fue que el Ocean Warrior aremetió contra esta en alta mar.

La posición de Watson ha sido la misma desde que se presentó en los Tribunales hasta la actualidad. El ambientalista niega haber actuado en forma incorrecta y asegura que estaba protegiendo el recurso marino, pues los tripulantes de Varadero I pescaban de forma ilegal.

Un documental titulado Sharkwater muestra una secuencia de lo sucedido entre el Ocean Warrior y la embarcación tica. Allí Watson comenta que “hizo lo que siempre hace”.

En esa película, se asocia de forma indirecta a los pescadores del Varadero I con la “mafia” del aleteo de tiburón, técnica ilegal que consiste en cortarle la aleta al tiburón –muy demandada en el mercado– y devolver el resto del cuerpo al mar. Esto, con el objetivo es tener más espacio en los barcos.

Los hombres del Varadero I rechazan tal acusación y afirman que son simples pescadores artesanales. “¿Cómo es posible que digan que lo que hicieron fue por una causa justa? Trataron de matarnos; fueron unas bestias. Tirarnos el mero bicho (Ocean Warrior) como nos lo tiraron”, critica Chiuín, el que muestra más resentimiento de todos.

Regreso a casa

Tras la embestida, el Varadero I, escoltado por el gigante de acero, se dirigía contra su voluntad hacia el muelle de Guatemala. Cuando faltaban unas 65 millas (unos 120 kilómetros) para llegar a tierras chapinas, el barco de Watson dio la vuelta y se marchó.

Los pescadores ticos no entendieron bien el porqué de aquel retiro. Sin embargo, en el documental Sharkwater se relata que la Naval guatemalteca indicó por radio a los ecologistas que se dirigía a detenerlos (a Watson y su barco). Los tripulantes del Ocean Warrior se mostraron sorprendidos, pero con el fin de evitar un enfrentamiento, emprendieron viaje hacia su destino original: Costa Rica.

Al ver que el barco de Watson se alejaba, Picarropa tomó dirección hacia El Salvador para despistar a sus atacantes, y luego se enrumbó a Puntarenas.

En total, desde que los ambientalistas interceptaron a la embarcación tica hasta que la dejaron en paz, trascurrieron tres largas horas.

Noño recuerda que, esa noche, nadie durmió en el barco. Temían el regreso del Ocean Warrior y cualquier luz que veían les generaba un sobresalto.

“Yo ni fumaba en esa época, y pasé a punta de cigarro y café toda la noche. Teníamos un miedo que no se puede describir, fue terrible...”, cuenta el ahora taxista, quien con determinació asegura que, si su hijo de 6 años intenta convertirse en pescador cuando crezca, se lo prohibirá de forma tajante.

Cinco días después de aquel trágico 22 de abril, los tripulantes del Varadero I arribaron a tierra. Venían molidos, con el barco maltrecho y sin ningún tipo de ganancia económica. Su primera acción fue trasladarse de inmediato a la Fiscalía a narrar la odisea vivida.

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El abogado de Watson en Costa Rica, Federico Morales, explicó que su cliente tiene toda la disposición de regresar al país para enfrentar los cargos en su contra. Agregó además que ya se está preparando una estrategia de defensa.

Comentó que el ambientalista nunca ha tenido la intención de evadir el proceso y asegura que todo se trata de un error de comunicación, pues nunca se le pudo localizar para notificarle que debía comparecer en Costa Rica.

Caso pendiente

Además de los cargos penales –los cuales podrían representar una sanción de hasta 15 años de cárcel–, Watson afronta una demanda civil interpuesta por quien fuera el dueño del barco Varadero I, Franklin Bolaños, por unos ¢55 millones.

Morales indicó que ya se hizo una petición formal para que las autoridades nacionales derogen la orden de extradición y Watson pueda venir de forma voluntaria al país.

Se espera que el caso se resuelva en los próximos meses.

Por su parte, lo que los pescadores anhelan es que el hecho no quede en el olvido pese a que ya ha pasado una década.

En este lapso, uno de los tripulantes perdió la vida. Se trata de Juan Rafael Campos, quien fungía como cocinero de la embarcación y era apodado Picadillo, justamente por su habilidad para preparar ese plato.

Murió hace cinco años en un accidente de motocicleta, dejando huérfanos a tres hijos. Su madre, Julia Campos, vecina de El Roble, Puntarenas, cuenta que su hijo regresó muy nervioso y temeroso de aquel viaje en el Varadero I.

“Siempre anduvo con mucho miedo. Igual siguió pescando, pero como que siempre andaba nervioso... Ya ve, se murió esperando el juicio”, reflexiona.

La tripulación del Varadero I nunca volvió a pescar junta. De hecho, al sétimo tripulante, Juan Carlos Reyes, le perdieron por completo la pista. Ninguno sabe que fue de él.

Cada quien siguió su camino: unos, lejos del mar; otros siempre pendientes de la marea.

Jamás olvidarán el día en que, según sus propias palabras, volvieron a nacer gracias a la habilidad de capitán Picarropa y del humilde Varadero I... Al final de cuentas, el ser tan pequeño, en comparación con el Ocean Warrior, le ayudó a sortear una catástrofe mayor.

Siempre arrastrarán el recuerdo de aquella pesadilla, tan grande como su deseo de que lo sucedido no quede impune.

Colaboró el corresponsal:Andrés Garita