La nieve más oscura de todas

El lunes 19 cayó una lluvia de ceniza. Según las voces de finqueros que trabajan alrededor de la zona del Volcán Turrialba, desde 1963 no caía tanta. Dejamos de ver, los ojos ardían, dolía respirar, alguien se internaba por ataques de asma. Desde el cielo nos cayó arena gris.

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Entré a un Internet café a las 3 p. m. pensando que era una mala idea. Un lunes sin estar en la oficina es un regalo de la vida. Pero había que entrar, a pesar de que afuera el clima era diciembre en setiembre.

A las 5 p. m. apagué el monitor, y salí. Afuera todo había cambiado. Todo era diferente.

En el techo, en el suelo, entre los adoquines, en las mesas de KFC, en los anteojos de la señora que vende chances, en la cara de todos, en la entrada de Chelles, en los mangos de la esquina.

A mi derecha una señora batallaba con una sombrilla, porque además de la ceniza, el viento nos atacaba. La sombrilla era para que un niño con short azul y camisa blanca sobreviviera.
Pero en la otra mano, la señora cargaba una bolsa que no podía poner en el suelo. El niño entonces aprovechó para correr y mirar hacia arriba.
En las bancas de concreto, dentro de los electrodomésticos de Gollo, entre de los empaques de confites de menta, en el bus, en las tuercas que mueven el rótulo luminoso de Coca Cola.

Dentro de una farmacia el caos imperaba. Entré a comprar pastillas para la alergia, el resto de clientes imploraba por un tapabocas, pero estaban agotados. Un señor con anteojos gruesos pedía algo, lo que fuera. "No soporto esto". Le dieron servilletas. La solución para la supervivencia.

En el sombrero del mariachi, encima de las palomas, dentro del baño de Mc'Donalds, entre los árboles de corcho, en la piña que compra el señor del bus, entre los rieles del tren.

La ceniza salía del estómago del Turrialba.

Una vez una mujer rubia que vive cerca del Mediterráneo me dijo que no comprendía porqué aquí cuando llueve nadie se viste con botas de hule, con gabardinas y capas impermeables, y que en cambio visten sandalias y vestidos en invierno.

Le respondí que no tenía idea, pero viendo todo lo que pasó ese lunes: conductores manejando como si la ceniza fuese lava, sin darles campo a los peatones que apenas se podían cubrir con las manos los ojos y la nariz que sangraban ceniza, podría decir que todavía no estamos preparados para recibir lo que yace dentro en las entrañas de nuestra tierra.