La mujer que mudó bajo túnicas de hombres

Durante 42 años, una madre en Egipto se hizo pasar por hombre para evadir las ordenanzas de la tradición, que la obligaban a volver a casarse o a condenar a su hija a crecer a costas de la caridad

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Por las calles de Lúxor, en Egipto, era común ver a un hombre delgado, de tez morena, limpiando zapatos. O al menos eso era lo que todos creían.

Bajo la túnica del limpiabotas se escondía un secreto que había permanecido bien guardado durante más de cuatro décadas, uno que deja claro que las apariencias engañan y que la audacia muchas veces está dentro de aquellos que pasan inadvertidos.

El secreto es que lo correcto para referirse a Sisa Abu Daooh no son los calificativos masculinos. En realidad, aquel hombre no era tal; era una madre que había decidido dejar en el olvido su propia identidad para darle una mejor vida a la hija que estaba por nacer.

Ese cambio en la vida de Daooh –que ni siquiera ella misma hubiera logrado anticipar– sucedió cuando tenía 21 años. Su esposo falleció de manera inesperada a inicios de la década de los 70, tres meses antes del nacimiento de su primogénita, Hoda.

La conservadora tradición egipcia indicaba que, obligatoriamente, ella debía volver a casarse o vivir de la caridad. ¿Y si ninguna de estas opciones era factible para aquella mujer? ¿Y si su único deseo era darle a su hija la vida que había planeado al lado de su esposo?

Pronto, esta hija de un jornalero agrícola pobre comprendió que debía tomar una decisión radical. No había muchos trabajos disponibles para una mujer, y mucho menos para una que no sabía leer ni escribir.

Desde entonces, en su guardarropas hay pantalones y unas túnicas tradicionales para los hombres que llegan hasta el suelo y que se denominan galabeyas.

Cortó también su cabello y salió de nuevo en busca de trabajo. Haciéndose pasar por hombre, y sin que se notara diferencia alguna en la capacidad física, Daooh laboró los primeros siete años en construcción, ganando menos de $1 dolar por día.

Se hizo llamar Abu Hoda –como el padre de su hija– y su trabajo fue tan alabado como el de cualquier otro compañero.

“Para protegerme de los hombres y la dureza de sus miradas, y de convertirme en su blanco por causa de las tradiciones, decidí ser hombre... Me vestí con sus ropas y trabajé con ellos en pueblos en los que nadie me conocía”, rememora.

Pero el cambio de identidad no tenía que ver solo con las posibilidades de acceder a un trabajo, sino que también le abrió las puertas de un mundo dominado por los varones.

La mujer egipcia pudo sentarse con hombres en las cafeterías, orar en las mismas mezquitas que ellos y ¿por qué no?, hasta fumarse algún cigarrillo.

Sin embargo, el panorama no fue tan simple al inicio. Algunas personas descubrieron que no era quien decía ser y fue víctima de abusos físicos y verbales.

“Acostumbraba llevar una porra de madera conmigo”, dijo a The New York Times mientras se golpeaba la palma de la mano con el pulño de la otra.

Ironías de la vida

Pasados los años, Daooh se apartó de la rudeza que implicaba el trabajo en las construcciones y se lanzó a las calles para embetunar zapatos.

Ahí permanece hasta hoy. La única diferencia es que el mundo entero sabe que no tuvo más remedio que vivir una ficción durante 42 años. Ella misma decidió que estaba lista para que su verdad saliera a la luz.

“Quizá sorprendentemente en una sociedad donde muchos tienen ideas conservadoras sobre los papeles de género, el anuncio de Daooh no fue recibido con declaraciones de condena sino de curiosidad y una avalancha de reacciones mayormente positivas de parte de los funcionarios y medios noticiosos locales”, destacó The New York Times .

Un día después del Día de las Madres, esta mujer recibió una condecoración de manos del propio presidente egipcio Abdelfatah Al-Sisi por ser “una mamá extraordinaria”.

De acuerdo con la agencia de noticias AFP, se le otorgaron también $6.500 como parte del reconocimiento a su audacia. No obstante, tener tal suma en la bolsa no la aleja del cajón para lustrar zapatos, con el que gana poco más de $2,50 cada día.

Ahora, con 63 años de edad, se hace cargo de sí misma, de Hoda y de su yerno, quien está impedido para trabajar, de acuerdo con The Huffington Post .

Daooh despierta todos los días a las 6 a. m. para salir a embetunar zapatos en Luxor. Debido a su avanzada edad, es su hija quien le carga sus herramientas.

La mujer es ahora un parteaguas en su tierra natal, que ocupa el puesto 129 entre 142 países en cuanto a la desigualdad laboral. Según un estudio del Foro Económico Mundial, apenas el 26% de las mujeres en Egipto forman parte de la fuerza de trabajo.

Daooh es asimismo un estandarte del movimiento que lucha contra las normas impuestas a las mujeres, pero su caso ha levantado críticas entre la población homosexual y transexual, blanco de arrestos por no cumplir con los papeles de género tradicionales que impone la sociedad egipcia.

Sin embargo, esta vez el acoso de algunos sectores no le roba la paz a Daooh.

Su cabello platinado nunca más sobrepasó el ras de su cabeza y las galabeyas ya son parte de su cotidianidad, incluso en la intimidad de su casa, dice Hoda.

Para Sisa Abu Daooh el futuro ahora parece mucho menos incierto que 42 años atrás, cuando quedó a la deriva por ser viuda y cuando el temor a ser descubierta la acechaba.

“He decidido morir con estas ropas. Ya me acostumbré a usarlas. Han sido mi vida entera y no puedo dejarlas ahora”, dice.