La larga espera para jugar béisbol

Una nueva ley en la Primera División del Béisbol puso en jaque a los equipos compuestos por extranjeros. Por eso, muchos jugadores eligieron volver a casa.

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Gerardo Chévez está en el baño acicalándose. Las bolsas en sus ojos y su barba sin emparejar son signos de que lleva toda la semana trasnochando. Todo es culpa de la pasión: su amor por el béisbol y los play offs de las Grandes Ligas lo han tenido frente al televisor hasta pasadas las 11 de la noche.

Preparado, Chévez sale del cuarto con el maletín deportivo colgando de sus anchos hombros y el sonido de los batazos conectados por el jugador de las Medias Rojas de Boston, David Big Papi Ortiz, aún tintineando en su cabeza.

Su esposa Delia está en la cocina, pero no le dio tiempo ni de preparar el desayuno.

“Comamos rápido o vamos a llegar tarde al béisbol”, ordenó Chévez como un niño. Esperó toda la semana y el calendario finalmente marca el 13 de octubre del 2013. Es domingo en la mañana y la fiesta es en el diamante del estadio Antonio Escarré.

“El béisbol nació en mí, lo llevo en la sangre. Lo más importante es inculcarle el amor por el deporte al resto de la familia, porque no es justo que solo yo me divierta”, confiesa el nicaragüense de 27 años, que, con su uniforme puesto, parece un leñador, ancho y espigado.

Hoy no hay vuelta atrás para Chévez; su necesidad es salir airoso para demostrar su valía en el campo. Tiene que marcar la diferencia, de lo contrario, sus posibilidades de ser tomado en cuenta se reducirían drásticamente por la nueva ley de extranjeros que empezó a regir en la actual temporada de la Primera División del Béisbol Costarricense.

Las normas dicen que cada equipo solo puede contar con un máximo de siete jugadores foráneos, pero en el próximo torneo, la cifra disminuiría a cinco, lo que pone en jaque a las novenas que se abastecen de sangre internacional para competir.

El rival es Huracanes. Gerardo tiene en juego su puesto y, prácticamente, su permanencia en el país.

Fue el amor por el juego de la pelota lo que lo trajo a Costa Rica. Todo comenzó hace nueve meses, cuando recibió una llamada de Dennis Gutiérrez, encargado del equipo Pinoleros, quien le comentó sin rodeos que aquí le aguardaba un trabajo en una constructora, un hogar en Lomas de Pavas y la satisfacción de poder hacer lo que más le gustaba cada fin de semana.

Convencido de que era lo mejor para el futuro de su hijo de cuatro meses –quien lleva su mismo nombre– Gerardo decidió probar suerte en la liga costarricense.

No le fue mal. En su primer certamen con Pinoleros, destacó por su fortaleza y ágiles reflejos, aptitud que lo llevó a tener uno de los promedios más altos de bateo. Era una pieza de artillería pinolera en la almohadilla del home . Por si fuera poco, consiguió el campeonato tras derrotar al cuadro de Ferretería Brenes en una final emocionante que se alargó hasta el sétimo juego.

Son las “abanicadas” y “atrapadas” que lo sacan de la rutina semanal, durante la que se encarama en un andamio durante ocho horas continuas de fuerza y sudor. Literalmente, se la pasa contando los días para que vuelva a ser domingo.

“Trabajo de lunes a sábado en la constructora, el único día que tengo libre es el domingo y lo aprovecho para jugar béisbol. No es tan malo, al menos tengo un salario semanal de ¢80.000 y me dan la casa y la oportunidad de jugar”, aclaró Chévez, quien es uno de los 42 extranjeros que iniciaron el torneo con los cinco equipos inscritos en la Primera.

El día esperado

Es un domingo soleado en San José, en un recinto deportivo ubicado a 300 metros de la Plaza González Víquez, en el barrio San Cayetano. Fue construido en 1944 por mandato del expresidente Rafael Ángel Calderón Guardia, y remodelado dos veces (en 1955 y el 2012). El estadio Antonio Escarré ya tiene 69 años para contar historias sobre el juego de pelota.

Las dos novenas calentaron en el terreno; el día era propicio para jugar béisbol. Chévez se saludó con el resto de sus compañeros; se notó cierta de tensión en el equipo, sobre todo en los foráneos. Faltaba media hora para que iniciara el partido y la competencia interna era brutal. Todos querían un cupo.

Las butacas del inmueble se fueron llenando poco a poco. La cocinera Angélica abrió la soda, y el olor a café y a los chicharrones del vigorón hicieron del ambiente algo ameno en la gradería. El tiempo transcurrió entre chistes y sonrisas de dientes metálicos.

Espectadores como Yadier Monge, nicaragüense que llegó al país hace diez años, acuden a presenciar los partidos de béisbol cual si fuera una tradición. No dudan en pagar los ¢1.000 que cuesta la entrada.

Delia se sienta con el pequeño Gerardo en una hilera donde siempre se colocan las esposas de los jugadores. Por su parte, los más viejos se amontonan para conversar sobre los resultados de las Grandes Ligas. La atmósfera es más nica que tica.

Las dos novenas salen al diamante recibidas por una carretonada de aplausos. Chévez tiene el tercer turno de bateo, se prepara al lado de la almohadilla y sujeta en sus manos un palo rojo con el nombre “Nicaragua” grabado sobre la madera. Las gotas de sudor progresivamente le corren por la frente hasta que empapan el holgado uniforme.

Le toca enfrentarse a los lanzamientos de su compatriota Danilo Herrera. Hay dos outs y un pinolero está en la segunda base. Los 18 metros que separan a pitcher de bateador, representan la distancia que enfrasca un duelo de mucha astucia y reflejos.

Herrera lanza. ¡Clac! En cuestión de un pestañeo, la bola sale despedida hacia el jardín izquierdo. En las vigorosas manos de Gerardo, solo queda una mitad del bate; la otra rebota contra la malla. Tendrá que pedir uno prestado por el resto del partido. Los Pinoleros se ponen arriba por dos carreras.

Episodio soñado para la novena de la constructora; sin embargo, a medida que avanza el partido, el director técnico de Pinoleros, Erbingn Meneses, tiene que alinear a peloteros novatos ticos para cumplir con la ley de extranjeros, una condición devastadora si se toma en cuenta que, en el torneo anterior, el 90% del conjunto estaba compuesto por nicaragüenses.

Los más jóvenes no pueden hacerle frente a la ofensiva de Huracanes, por lo que las cifras en el marcador se invierten dramáticamente en muy poco tiempo. Desde la posición de receptor, Chévez ve cómo entran sus rivales al home , una y otra vez.

En el banquillo, Denis Gutiérrez no puede creerse la suerte de su equipo. En el mes de octubre, las derrotas fueron una constante para los pinoleros.

“La nueva regla que a mí me han puesto me está afectando, porque yo no conozco gente costarricense. Los ticos que he contratado son gente de campo. Por otro lado, los Huracanes y Motomás ya tienen su equipo formado; se ve feo el béisbol así, le resta mucho espectáculo. Esa ley tienen que reformarla”, aseveró Dennis.

Por su parte, los directivos de la Federación de Béisbol acuerparon el nuevo reglamento para promover el talento costarricense de cara a los Juegos Deportivos Centroamericanos Nicaragua 2017.

“Ha sido un cambio drástico que han resentido varios equipos. Antes, jugábamos con mucho extranjero porque nos producían muy buen rendimiento”, destacó Luis Hernández, director administrativo de la Federación.

En la sexta entrada, ya la diferencia entre los equipos es mayor a un margen de diez carreras, por lo tanto, es un humillante nocaut. Chévez recoge sus cosas. El resultado no le importa tanto como la idea de que está marginado a volver a la constructora... otra vez a contar los días para que sea domingo de nuevo.

El ímpetu de la mañana se esfuma con la derrota y las dudas afloraron en el nicaragüense.

“¿Quién sabe? Quizá mañana llegue otro paisa que me quite el puesto. Igual ya no podemos jugar todos los de la constructora; algunos vamos a tener que irnos. Si ya no se puede jugar, ¿para qué quedarse?”, manifiesta Chévez con apatía antes de irse del estadio.

Sin la práctica del deporte que ama, la rutina laboral para Gerardo perdió todo el sentido.

Una semana después de este episodio, uno de los mejores bateadores de Liga costarricense tomó la decisión de regresar a su país con su familia para probar suerte en cualquier equipo que le permita pegarle a la pelota los domingos.