La larga espera de los árboles de Navidad

¿Qué pasa en las ventas de cipreses cuando se ACABA DICIEMBRE ? ¿Es sensato sostener un trabajo cuyas ganancias se restringen a un único mes del año? Conversamos con los dueños de dos grandes fincas de árboles para conocer las entrañas del negocio de temporada por excelencia.

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Cuando era niño, no había día en el año que detestara más que el 26 de diciembre. La nefasta fecha representaba la mayor distancia posible hasta que se repitiera la Navidad y otra vez hubiera regalos bajo el árbol deciprés ubicado en la esquina de la sala, en casa de mis papás.

Cuando salía el sol en el día post-Navidad, abría mis ojos y, al pasar por la sala de camino al desayuno, le arrojaba una mirada de desprecio al árbol al que, durante las cuatro semanas previas, había rendido algo cercano a la pleitesía. De poco valía que mi familia fuera católica, durante diciembre mi dios era un árbol de dos metros, verde, perfumado, frondoso, imponente.

Pero tan pronto pasaban las fiestas, ese árbol era mi enemigo. No podía esperar a que mis padres se deshicieran de él. Solo verlo desaparecer de la casa era dar un paso grande en esa constante carrera hacia el próximo regalo que yo llamaba infancia.

Jamás pasó por mi cabeza cuánto tiempo pudo tomarle a ese árbol –y a los seres humanos que lo sembraron, podaron y cuidaron– alcanzar esos dos metros, ese verdor, ese perfume, esa frondosidad, su imponencia sublime. No es un tema al que mucho seres humanos demos especial atención. Para nosotros, para la masa, para mí, los árboles simplemente aparecen a mediados de noviembre en amplios campos destinados a su venta y a abrir la puerta de la época de final de año.

Para Richard Elizondo, sin embargo, vender un arbolito navideño es una ciencia delicada, un proceso largo y continuo. Durante 30 años él y los suyos han estado pendientes de la Arboleda El Portal, un negocio familiar que comenzó su padre en Salitrillos de Aserrí y que ahora él dirige.

—La gente no tiene idea de los años de trabajo que requiere un solo arbolito –dice Elizondo.

No exagera. El trabajo de El Portal comienza con la recolección de semillas, que luego se ponen a secar y se siembran en camas de germinación. Esta parte del proceso toma unos dos meses, hasta que el árbol, recién nacido, cuenta con la suficiente madurez para sobrevivir en el vivero donde pasará el siguiente año. Una vez trasplantado a la finca, Elizondo y su equipo deben dar forma al ciprés porque, al final de cuentas, todos queremos un arbolito cónico y bien peinado. Los árboles son podados unas tres o cuatro veces en un año.

—Un árbol pequeño, de entre un metro y metro veinte, toma unos tres años en crecer.

Cuenta Elizondo que El Portal tiene su época de mayor venta entre el 15 de noviembre y el 15 de diciembre; durante estas semanas, la mayoría de gente adquiere árboles que miden entre metro y medio y dos metros, sin saber que el nuevo inquilino de sus casas –y que arrojarán a la basura un breve tiempo después– lleva cinco años creciendo en pos del sol.

***

El 22 de diciembre del año pasado, el cura Francisco Trejos y Andrey Reyes, de la parroquia de Guápiles, se apearon de un pickup blanco. Era una mañana límpida, caliente, en San Luis de Santo Domingo de Heredia, cuando ingresaron a la finca del Cipresal Benavides. Ante ellos se extendía una propiedad con más de 5.000 árboles, que tiene dos décadas operando.

Como El Portal, el Cipresal Benavides es un negocio familiar. Así me lo contó Horacio Benavides, quien dirige la venta de árboles junto a sus hermanos Gustavo y Miguel Ángel, y su madre Corina Hernández. Entre ellos cuatro, además de otros empleados ocasionales, dan mantenimiento a una siembra que abarca unas dos manzanas llenas de árboles.

—Comenzamos sembrando flores y luego frijoles, antes de dedicarnos a los cipreses –recuerda Benavides.

Entre los cuatros miembros del clan Benavides dieron forma a un punto tradicional en la zona. Durante la época de mayor venta, a principios de diciembre, el cipresal puede vender centenares de árboles en un día. Pero no es gratuito: todas las semanas, los Benavides abonan, podan y eliminan plagas de la finca. Durante noviembre y diciembre, también cuentan con la ayuda de hasta ocho muchachos que talan los árboles que escogen los clientes.

Uno de ellos, Luis León, recibió a Francisco Trejos y Andrey Reyes aquella mañana soleada de diciembre, cuando el párroco de Guápiles escogió un árbol de tres metros y medio para su parroquia. El mayor que el Cipresal Benavides ha vendido también fue para ese templo; medía seis metros y, aunque el precio estipulado en un principio era de ¢140.000, al final se vendió en ¢80.000. Ese tratamiento es parte de los pilares del negocio: las organizaciones benéficas o religiosas, y las instituciones de bienestar social, reciben un tratamiento especial.

Ni los Benavides ni Richard Elizondo dependen económicamente de la venta de árboles. En ambos casos, las ventas son autosostenibles: las ganancias de un mes alcanzan para el mantenimiento de los restantes 11.

¿Por qué mantener el negocio, entonces?

—Por la tradición –me dijo Benavides–. En todo este tiempo, hemos visto a niños que antes venían con sus padres a escoger un árbol; ahora, ellos vienen con sus propios hijos.