La ciencia de un abrazo

Los abrazos son tan poderosos que no necesitan palabras y, aún así, tienen el poder de cambiarlo todo.

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Antes del año nuevo hice un viaje de trabajo fuera del país, el primero en lo que va de la pandemia. Deseaba tanto realizarlo y no solo para cambiar de ambiente laboral, sino para ver a tanta gente querida. Era un país que había significado mucho para mí y que conozco bastante bien, al que había viajado por años y permanecido por largas temporadas.

Solo que esta vez era distinto, recién había abierto sus fronteras a los extranjeros en los albores del verano y extrañaba estar ahí. Era como un sueño poder caminar de nuevo por esa rambla interminable a lo largo del Río de la Plata.

Pero lo que más atesoro de ese viaje en particular fue poder abrazar de nuevo a amigas y amigos entrañables. Todos, con sus historias particulares y grandes desafíos en este periodo de restricciones, incertidumbre y alejamientos físicos.

Fue como si abrazar cobrara un significado aún mayor. Acortó todo tiempo, distancia y espera. Y resultó como nunca antes un viaje de abrazos, que continuaron al regreso como una vívida bienvenida, porque ese “cuando te vea, quiero abrazarte” se convierte quizá en lo más hermoso que se le puede decir a alguien.

Confieso que antes no era tanto de abrazos, la expresión de afecto familiar con la que crecí era más como un entendimiento tácito de lo que se sabía que existía y tampoco se ponía en duda. El cariño era distinto.

Hasta que el paso de los años, con esas numerosas bienvenidas y despedidas que da la vida, momentos difíciles y también de gran felicidad, llegó con formas más espontáneas y sentidas de vivir las emociones.

Y apareció también una pandemia para resignificar el abrazo. Lo sacó de la rutina y la esfera cotidiana y lo convirtió en un bien preciado. Porque no importa por lo que se pase, lo duro que haya sido cualquier suceso, el momento de conexión que da ese acercamiento sentido entre dos partes tiene el poder de hacer transcender y sanar lo que sea.

Todos los días se abraza, como si nada, por redes sociales, correo electrónico y teléfono, y no es que esté mal. Pero son esos abrazos verdaderos, de entre 5 a 10 segundos, según la ciencia, los que tienen el poder de liberar endorfinas que aportan bienestar, mejoran el ánimo y reducen el estrés; incluso regulan la presión arterial y favorecen la inmunidad.

Un abrazo de alguien a quien se quiere produce la secreción de oxitocina en el cerebro, que incide en el alivio del dolor, la tensión y la ansiedad, y se considera, además, una hormona clave en la formación de relaciones de confianza.

Nada como un abrazo para sentir seguridad y tan equitativo es, que todos sus beneficios los reciben, por igual, ambas personas involucradas en el contacto, con un impacto enorme en la salud física, mental y emocional.

Los abrazos son además tan poderosos que no necesitan palabras y, aun así, tienen el poder de cambiarlo todo. Pese a que tardan segundos, crean lazos profundos cuando son auténticos. Y se siente cuando son reales.

No por casualidad sirven tanto para celebrar los momentos más felices como para sobrellevar los más duros; sacan lágrimas de alegría o de tristeza desde lo más profundo; tienen el poder de sanar y, por encima, resultan ser la mejor manera de decirle a alguien que nos importa y que estamos ahí para compartir su dicha o su dolor, celebrar sus triunfos, expresarle nuestro afecto, hacerle sentir cuánto nos ha hecho falta y hasta para perdonar o recibir perdón.

Así que cuando pueda, dígalo con un abrazo.