La Casa Amarilla: conozca los secretos del pequeño y centenario ‘palacio’ de San José

En múltiples ocasiones se ha vestido de gala para recibir las visitas diplomáticas más importantes. Pese a su nombre, nunca nadie la ha habitado pero sus elegantes salones han sido testigos de decisiones históricas.

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Quizá sea por su elegancia, por su conservación o por su color amarillo hojaldre que no pasa desapercibida.

La Casa Amarilla, ubicada en el corazón de San José, es una de esas construcciones que no necesita ser la más grande, ni la más novedosa para imponerse en el paisaje capitalino.

Incluso, en medio de dos imponentes edificios -el Instituto Nacional de Seguros y los apartamentos Jiménez-, no se deja opacar.

Ubicada en barrio Otoya, entre la avenida Franklin Roosevelt (avenida 7) y la avenida Manuel María Peralta (avenida 9), en el Paseo República Argentina, esta casa es una joya arquitectónica que ha recibido las visitas políticas internacionales más importantes.

Presidentes, ministros y embajadores que vienen a Costa Rica, se han tomado al menos un café allí, pues desde hace 100 años es el lugar en el que se encuentran las oficinas del Ministerio de Relaciones Exteriores, mejor conocido como la Cancillería.

Y aunque desde afuera podría tener la apariencia de una casa de habitación, nunca en la historia ha vivido una familia allí.

“Esta nunca fue una casa de habitación. Fue diseñado para albergar la Corte Centroamericana de Justicia y por lo tanto es un edificio plenamente institucional. Por eso está lleno de oficinas y pasillos perimetrales que le permiten entrar por un lado y salir por otro”, detalla Andrés Fernández, arquitecto y cronista de la ciudad de San José.

Una Corte que nunca fue

La Casa Amarilla, como se le conoce popularmente, es una edificación que se comenzó a construir en 1915 y estuvo a cargo del arquitecto norteamericano Henry D. Whitfield.

La idea era que albergara la Corte Centroamericana de Justicia, un tribunal que se encontraba en el Palacio de la Paz, en Cartago, y que tras el terremoto ocurrido el 4 de mayo de 1910, quedó en ruinas.

Tras varias gestiones se logró un donativo para levantar de nuevo un edificio para los magistrados de la Corte, con la condición de que fuera en otro sitio, por ello se eligió San José.

“De tal modo, como muchas otras edificaciones de carácter político, económico y cultural de la élite josefina de entonces, el nuevo edificio se ubicó en el distrito de El Carmen, el de más elevado valor en el uso del suelo desde fines del siglo XIX”, detalla el arquitecto Fernández en el libro Los muros cuentan: crónicas sobre arquitectura histórica josefina.

Sin embargo, cuando el edificio finalmente quedó en pie, en 1917 caducó la convención de Washington que permitía a la Corte Centroamericana de Justicia funcionar.

Este era un tratado que habían creado los miembros de la Corte, es decir, Guatemala, Honduras, Nicaragua, El Salvador y Costa Rica; y que tenía un plazo de validez de 10 años. No obstante, las condiciones sociales y políticas en el resto de países no fueron oportunas para extender el tratado.

“Es uno de los testigos de ese momento extraordinario de San José que viene en el segundo cuarto del siglo XX, que es cuando Costa Rica fue llamada la tacita de plata”.

— Arquitecto Andrés Fernández

“Los países centroamericanos estaban en guerra -menos nosotros-, aunado a ello estaba la Primera Guerra Mundial y nosotros teníamos un sistema totalitario de Gobierno, con los Tinoco. Entonces no hubo forma y no se dieron las condiciones para que la Corte prorrogara su vida”, detalla el embajador Istvan Alfaro Solano, director de Protocolo Ceremonial del Estado y Culto de la Cancillería.

De acuerdo con Alfaro, este fue el primer tribunal de justicia internacional cuyo accionar era permanente. Tenía competencia en materia de Derechos Humanos y permitía que los particulares pudieran presentar acciones.

Ante la disolución, Costa Rica pidió la autorización de los demás países centroamericanos para que el edificio fuera para su gobierno. Por ello, en 1920, se instaló allí la Presidencia de la República.

No obstante, un año después comenzó su mudanza al Palacio Nacional y desde el 8 de agosto de 1921 el inmueble es sede de la Cancillería.

Glamorosa y vanguardista

Basta con recorrer y contemplar el edificio para entender el por qué, desde hace más de 100 años, dentro de sus muros se ha escrito la historia diplomática costarricense.

Incluso, el edificio es capaz de trasladar a quienes caminen por sus pasillos a la Costa Rica de hace un siglo atrás. Más aún tomando en cuenta que, por allí, pasaron expresidentes -que también fueron cancilleres- como Julio Acosta, Daniel Oduber o Mario Echandi.

Ese poder natural que tiene el recinto fue el que cautivó a expresidentes como José Figueres Ferrer. Al ex mandatario le gustaba hacer la presentación de credenciales en la Casa Amarilla, cuando los embajadores visitaban el país.

También Abel Pacheco la utilizó mucho durante su gobierno. Incluso, se dice que Óscar Arias, en su primer mandato, quería que el sitio fuera la Casa Presidencial.

“Es sencillamente un punto de reunión de múltiples coordenadas históricas, que van desde lo legislativo hasta lo estrictamente ejecutivo. Desde lo diplomático es un sitio cargado de historia y basta recorrerlo para sentir que tiene un siglo y un señorío que la ciudad de San José lamentablemente perdió.

“Es uno de los testigos de ese momento extraordinario de San José que viene en el segundo cuarto del siglo XX, que es cuando Costa Rica fue llamada la tacita de plata”, añade Fernández.

No es para menos, su grandeza comienza por su fachada amarilla con detalles en blanco y su estética de barroco hispánico. Se le agrega un gran portalón a dos puertas y un amplio y cuidado jardín.

Además, la Casa Amarilla cuenta con una gran cantidad de detalles, que permiten hacer una lectura simbólica: tiene conchas en distintos puntos, hay elementos animales y vegetales combinados, hay figuras humanas, grifos y figuras combinadas entre aves y dragones.

“Es barroco neohispanico inspirado en los palacios de la ciudad de Trujillo, en Perú, que tienen una riqueza enorme y donde los palacios eran muy bien detallados. Hay elementos barrocos claros como las conchas en distintos puntos, hay elementos animales. Yo le digo a la gente que se quede cinco minutos viendo y con eso descansa”, afirma Fernández.

Al cruzar las puertas y entrar a la casa, se puede ver como se forma un cuadrado que se convierte en la segunda planta del inmueble, siendo el centro un gran balcón desde donde se puede observar un pequeño pero acogedor jardín, en la planta baja.

Al principio, esa planta baja no existía, sin embargo conforme fue creciendo la Cancillería se fueron necesitando más oficinas. Contrario a lo que se podría pensar, se decidió construir hacia abajo, convirtiéndose la planta original en el segundo piso.

“Esta nunca fue una casa de habitación. Fue diseñado para albergar la Corte Centroamericana de Justicia y por lo tanto es un edificio plenamente institucional. Por eso está lleno de oficinas y pasillos perimetrales que le permiten entrar por un lado y salir por otro”.

— arquitecto Andrés Fernández.

“Este es en general un trabajo muy bien hecho, porque cualquier otra persona hubiera hecho un edificio hacia arriba pero, en este caso, aprovechando la prevista, lo hicieron para abajo y el volumen no se alteró y se duplicó el espacio de trabajo”, detalla el arquitecto.

De hecho, cuando se hizo la ampliación se intentó mantener el estilo original y, por ello, hay que prestar mucha atención para encontrar las diferencias entre la infraestructura original y el trabajo realizado posteriormente.

Siguiendo con el recorrido por la parte alta, se pueden visualizar lámparas similares a lo largo de los pasillos, estas son originales, son redondas y hechas de hierro de forja, material que es anterior a la soldadura.

Más al fondo se puede observar un portal a cada costado, frente a frente. Esta era y sigue siendo una entrada utilizada por los diplomáticos y se trata de un acceso secundario.

“Las diferentes entradas, cuando no teníamos portones, era común que los vehículos de los directores y otras autoridades se parquearan allí, entonces se ingresaba por las puertas laterales”, comenta el embajador Istvan Alfaro.

Al final del inmueble se encuentra un pequeño espacio vacío, que en un principio era utilizado como parqueo para un vehículo.

Cabe destacar que la Casa Amarilla quizá no tenga lujosas decoraciones o elegantes adornos. Sin embargo, es su conservación impecable lo que hace que sus ocupantes y quienes lo visitan se sientan en un glamoroso lugar.

“Es nuestro pequeño palacio”, asegura el embajador Alfaro.

Salones exclusivos

Al final de ambas plantas, hay dos salones que están con la puerta cerrada, sin embargo, tienen un gran valor histórico para el país. Se trata del salón azul y el salón dorado, sitios en los que se toman las grandes decisiones en materia de política exterior.

El más antiguo y que se encuentra en la planta alta, es decir, en el inmueble original, es el salón dorado.

Cruzar sus dos puertas es como viajar al pasado. A los lados se pueden ver cancilleres que han marcado la historia diplomática del país. Entre ellos se encuentran Felipe Molina, quien fue de los primeros diplomáticos costarricenses que negoció la defensa de los primeros conflictos limítrofes de Costa Rica, en el siglo XIX.

También está el retrato del padre de la bibliotecología en Costa Rica, John Fernandez Bonilla.

“Es donde se han realizado la mayoría de actos oficiales del más alto nivel. Por ejemplo, se han hecho las reuniones los banquetes presidenciales y los banquetes de ministerios exteriores”, comenta Alfaro.

Tiene dos puertas a los lados y también dos al frente, lo que permite a las autoridades salir o entrar con mayor facilidad.

En este salón se han escrito cientas de historias. Por ejemplo, fue en este sitio donde sesionaron por un tiempo los diputados, luego de que en 1924 un terremoto dañó la infraestructura de la Asamblea Legislativa.

Además, en 1948, la Junta Fundadora de la Segunda República sesionó en el salón dorado.

Además, era en el salón dorado donde iba a sesionar la Corte Centroamericana de Justicia, pero nunca lo hizo. De hecho, los rastros de esa época están presentes e intactos, prueba de ello es que al centro del salón, en la parte superior, se pueden ver los escudos de los cinco países centroamericanos que conformaban el Tribunal, tallados en madera.

Los muebles son antiquísimos, hay un espejo que abarca prácticamente toda una pared y dos consolas ubicadas a cada costado del salón. Asimismo, las puertas son las originales.

Por otro lado, cada vez que hay traspaso de poderes en Costa Rica, las delegaciones de los diferentes países se presentan en el salón dorado para presentar los documentos que los acreditan como jefes de delegación.

“El 7 de mayo se hace aquí una gran recepción y, dentro del salón, entran por una puerta los representantes de cada país, que es un embajador o vicepresidente con un documento que los acredite para estar en el traspaso. En el centro del salón los recibe el canciller y el presidente saliente. Tras presentar la documentación, salen por la otra puerta”, explica Alfaro.

De acuerdo con Fernández, este es un salón de doble altura. Cuenta con iluminación natural de carácter cenital, pues las ventanas están en lo más alto del salón.

“La Casa Amarilla es nuestro pequeño palacio”.

— Embajador Istvan Alfaro.

“Ese tipo de ventanas se denominan venecianas y van de este a oeste, lo que le permite permanecer iluminado todo el día. La luz es cenital, es decir, no es directa porque no está a la altura, entonces no permite ver hacia afuera pero da una luz indirecta”, detalla.

Asimismo, es probable que el piso de madera, que combina varios tonos en pequeños cuadros sea original, sin embargo, el arquitecto no lo puede asegurar.

“Lo más probable es que sean dos, tres o hasta cuatro maderas preciosas. Entonces cada tablilla es de una madera distinta y eso forma un veteado. Tiene una ventaja y es que si se echa a perder se vuelve a pulir”, afirma.

Bajando las gradas que se encuentran afuera del salón dorado, se encuentra el salón azul, en la planta baja.

Este es un salón más sencillo, como para reuniones o juntas, pero es igual de importante. Dentro de ese salón se encuentra una vitrina que exhibe documentos, actas antiguas y tratados que se han firmado, que datan de hace muchos años atrás.

Allí se realizan reuniones técnicas o políticas entre dos partes, es decir, Costa Rica por un lado y otro país al otro lado. Por ejemplo, cuando se hacen negociaciones, consultas políticas o reuniones mixtas de cooperación se llevan a cabo allí.

Los muebles de ese salón cuentan con varias décadas de antigüedad y todos son de color azul.

“El azul es el color de la diplomacia por excelencia. En parte su nombre tiene que ver con algunos salones europeos. Por ejemplo, en Francia también está el salón azul y en otras cancillerías europeas”, dice Alfaro.

Afuera del salón azul se encuentra el jardín, que bajó aproximadamente tres metros de su ubicación inicial, en la parte alta. En el medio de este hay una delicada fuente.

“La fuente es la original, es una fuente morisca, de allí que tiene sapos y ocho ángulos, pues el paraíso islámico tiene ocho puertas: una en cada ángulo y una en cada vértice, por eso tiene ocho ángulos. Es decir, son dos cuadrados entremezclados.

“Alrededor le pusieron naranjos porque hay una coherencia con el jardín andaluz”, agrega Alfaro.

Hasta la fecha, el inmueble se ha mantenido conservado. La estética es neobarroca hispánica, que el arquitecto norteamericano Henry D. Whitfield captó a la perfección. Por ello, cada detalle en el edificio está conectado por medio de minuciosos acabados, que muestran la elegancia actual y de la época.

Además, este fue un edificio vanguardista para su época, prueba de ello es que sus paredes son de ladrillo con concreto armado, convirtiéndolo en una de las primeras construcciones de este tipo que se hicieron en Costa Rica.

La Casa Amarilla fue declarada Monumento Nacional el 17 de setiembre de 1976.

— 

“Es un edificio doble o triplemente valioso. Primero, en Costa Rica, este es el que inaugura la tendencia a la recuperación arquitectónica de las formas del imperio español durante la colonia”, explicó el arquitecto Fernández.

“Segundo, desde el punto de vista arquitectónico, es un magnífico edificio que muestra lo bien que manejaba un arquitecto norteamericano la idoneidad de la arquitectura, adecuado para el clima de San José de Costa Rica”, agregó.

Para el arquitecto, este edificio ha logrado sobrevivir y recordar a esa Costa Rica de antaño, de la que quedan pocos rastros a nivel arquitectónico. Además, es enfático en que el cuidado que ha tenido la Cancillería en mantener las condiciones del inmueble es el que le permite mantenerse reluciente como hasta ahora, con el poder único y la magia de encantar a quienes se tomen unos minutos para contemplar su grandeza.