José María Figueres y Rafael Ángel Calderón frente a frente, 75 años después de la guerra

Los expresidentes e hijos del doctor Calderón Guardia y don Pepe Figueres –caudillos rivales en la Guerra Civil de 1948– han pasado la página de aquel doloroso capítulo en la historia de Costa Rica. Hoy recuerdan cómo sus vidas han estado marcadas por aquel año, en el que ni siquiera habían nacido

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José María Figueres y Rafael Ángel Calderón se encuentran frente a frente, sonríen, estrechan sus manos y se funden en un abrazo muy auténtico, casi que de amigos. Casi.

¿Quién lo diría? 75 años después, los hijos de los caudillos de los dos bandos enfrentados en la última Guerra Civil de Costa Rica conversan con cordialidad, dando a entender que los rencores que dividieron al país por décadas, para ellos son cosa del pasado.

Los dos son expresidentes, hijos de expresidentes y herederos de apellidos que son franquicia en la historia costarricense. Sus realidades son muy diferentes, sus historias de vida también, pero ambos están marcados por aquel 1948, año en el que ni siquiera habían nacido. Figueres tiene 68 años y Calderón, 74.

A ambos los une la admiración y un profundo respeto hacia sus padres, a quienes consideran hombres ejemplares que dieron todo por hacer de Costa Rica un país mejor. Son conscientes de la relevancia que tuvieron sus progenitores, de que les correspondió vivir otros tiempos y que, en ambos casos, defendieron lo que consideraban correcto.

Al final, ambos próceres modelaron la Costa Rica que somos hoy: Calderón Guardia (1940-1944) creó la Caja Costarricense del Seguro Social, la Universidad de Costa Rica, promulgó el Código de Trabajo y las Garantías Sociales. Figueres Ferrer (1948-1949/ 1953-1958/ 1970-1974) abolió el ejército, creó el Instituto Costarricense de Electricidad, el Instituto Tecnológico y el Ministerio de Cultura.

Y, coincidentemente, en el gobierno de don Pepe, la Asamblea Legislativa declaró Benemérito de la Patria al doctor Calderón Guardia (en 1974, cuatro años después de su fallecimiento); mientras que en la administración Calderón Fournier, el Congreso hizo lo propio al darle el benemeritazgo al caudillo liberacionista (1990).

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Infancias en contraste

Había pasado un año exacto del inicio de la Guerra Civil y el doctor Rafael Ángel Calderón Guardia se convertía en padre por primera vez, el 14 de marzo de 1949. Su esposa, María Rosario Fournier, dio a luz a Rafael Ángel Calderón Fournier, en Nicaragua.

El nacimiento de su primogénito se dio en suelo extranjero y en circunstancias muy diferentes a las que quizá el doctor en algún momento imaginó: en el exilio y con pocas comodidades.

Las heridas del conflicto bélico, que ocurrió entre el 12 de marzo y el 14 de abril de 1948, todavía eran demasiado recientes y la familia Calderón Fournier no podía ni siquiera acercarse a Costa Rica.

Los llamados mariachis, liderados por Calderón, perdieron la guerra frente al Ejército de Liberación Nacional comandado por José Figueres Ferrer. Al expresidente y líder de los vencidos no le quedó más opción que exiliarse junto a su familia en el país vecino.

“Mi papá se exilió realmente forzado por las circunstancias. Yo diría que en 1948 lo que querían era matarlo. Todavía recuerdo que me contaba que hubo una balacera cuando el avión en el que iba despegó. Papá mandó a mamá antes a Nicaragua, pero él se quedó hasta el final, cuando no había más remedio”, recuerda Calderón Fournier.

Tres meses después del nacimiento de su hijo, la familia hizo maletas y viajó a México, país que se convirtió en su hogar, específicamente en la avenida Chapultepec número 512, donde encontraron un apartamento de dos dormitorios, sala, comedor y cocina por el que pagaban 500 pesos mexicanos al mes.

Rememora que su infancia fue muy austera. Aunque no entendía muy bien lo que pasaba, el niño solo sabía que a su papá muchos costarricenses lo querían y le llegaban a tocar la puerta del apartamento en tierras aztecas.

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“Pese a haber vivido muy humildemente, viví muy feliz, porque ante todo estuve rodeado de cariño y de afecto de mis padres. Sin embargo, también fui testigo de una gran solidaridad de cientos de costarricenses que viajaban a México para visitar a mi padre. Desde pequeño yo veía llegar a una cantidad de gente de Costa Rica con el café costarricense que tanta falta le hacía; así como con frijoles negros, que le fascinaban”, recuerda.

Y aunque reconoce que en el apartamento en el que vivían no había espacio para jugar con su padre, disfrutaban juntos del fútbol, una pasión que el doctor le heredó. Incluso tiene muy claro el día que su progenitor lo llevó por primera vez a ver un partido de la Selección.

“Yo añoraba Costa Rica... En los primeros nueve años de mi vida no conocía mi país y recuerdo que mi padre me llevó a un juego de fútbol interesantísimo en la inauguración de los Panamericanos de 1956. Yo tenía siete años y jugaba Costa Rica contra México. Recuerdo que en aquel partido éramos como 300 ticos con banderitas de Costa Rica contra casi 1.000 mexicanos gritando y bueno, ahí empecé a amar a la Selección Nacional”, afirma.

Mientras tanto, en Costa Rica, José Figueres Ferrer se convertía en presidente de la Junta Fundadora de la Segunda República (1948-1949), y luego ocuparía la banda presidencial en dos periodos más (1953-1958 y 1970-1974).

José María, su hijo, nació justamente cuando don Pepe era presidente, en 1954. Su infancia en la mítica finca La Lucha, en San Cristóbal, Desamparados, estuvo marcada por las historias heroicas del bando triunfador del conflicto armado, las cuales le contaban amigos de don Pepe que habían peleado con él.

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Reconoce que como hijo del caudillo tuvo una infancia muy tranquila, en la que pasaba horas jugando con sus amigos, quienes eran los hijos de los trabajadores de los diferentes proyectos de La Lucha, propiedad comprada por don Pepe en 1928.

“Era una infancia apacible, de mucho contacto con la naturaleza, de mucho contacto con el campo. Los desayunos eran prácticamente la única comida que hacíamos juntos y recuerdo que había que hablar en voz baja porque a papá lo atarantaba mucha bulla temprano por la mañana. Y ya el almuerzo y la cena era normalmente más difícil que nos viéramos por las ocupaciones y por tanta cosa que él tenía.

“Por las noches, después de la cena, nos quedábamos un rato en la sala de la casa y papá encendía la chimenea. Decía que había que encenderla con un solo fósforo y que si estaba bien puesta la leña iba a arder desde el principio. En ese rato escuchábamos música clásica que a mi y a mis hermanos a veces nos quedaba medio aburrido, pero que tanto papá como mamá decían que era parte de la educación, entender la cultura y la música clásica”, explica.

Los fines de semana, los Figueres recorrían los proyectos hidroeléctricos de La Lucha y, de vez en cuando, aprovechaban los domingos por la mañana para jugar croquet en familia.

“Jugábamos en la pequeña plazoleta detrás de la casa de La Lucha. Para jugar, don Pepe había mandado a hacer unos mazos de una madera mucho más dura y mucho más pesada, para que la bola recorriera más distancia. Las bolas también las había mandado a hacer de una madera mucho más dura... y ahí jugamos, creo que dos, tres o más horas”, comenta quien gobernó entre 1994-1998, justo después de Calderón Fournier.

Eso sí, detalla que don Pepe “se ponía medio de mal humor cuando no ganaba ni un solo partido en toda la mañana... pero bueno, era un buen jugador”.

Una guerra, dos bandos

La guerra civil de Costa Rica estalló el 12 de marzo de 1948 como consecuencia de las polémicas elecciones de febrero de ese año, en las que se anuló el triunfo del candidato Otilio Ulate Blanco por un supuesto fraude electoral apelado por Calderón Guardia, quien había sido presidente entre 1940 y 1944 y quien aducía la quema de papeletas presidenciales.

En ese entonces, Figueres Ferrer estaba de regreso en Costa Rica. En 1942, el finquero denunció irregularidades del gobierno en un discurso radiofónico, por lo que fue apresado y enviado al exilio a países como El Salvador, Guatemala y México.

Figueres se unió a Ulate y desde allí encabezó al Ejército de Liberación Nacional en el conflicto armado contra las fuerzas del gobierno de Teodoro Picado, pero, principalmente, afines a Calderón Guardia. La guerra se prolongó por cinco semanas y concluyó el 14 de abril de 1948. Más de 2.000 personas fallecieron.

Si bien los hijos de los líderes de la guerra no habían nacido en ese entonces, sus papás se encargaron de contarles historias.

Calderón Fournier recuerda una historia que su papá y otras personas le relataron sobre el inicio del conflicto armado.

“Las elecciones se llevan a cabo el 8 de febrero. Hay un fallo del Tribunal Electoral de ese entonces y declaran a Otilio Ulate presidente, pero no por el conteo de votos manual por parte del Tribunal, porque se quemaron las boletas, sino que solo con los telegramas que llegaron ese día de muchas partes. Entonces mi padre presenta ante el Congreso, que es el que le tocaba la última palabra de acuerdo con la Constitución de antes, una solicitud de anular las elecciones por fraudulentas, porque se consideró que nuestra gente fue cambiada de lugar de votación masivamente por parte del Registro Electoral (para que no pudieran votar) y entonces el Congreso en la sesión del 1.° de marzo anula las elecciones por fraude contra nosotros.

“Después de la anulación de las elecciones, en el momento en que va a estallar la guerra, monseñor Víctor Manuel Sanabria promueve un arreglo para evitarla: que el Congreso nombre al presidente de la República, porque eso era lo que correspondía de acuerdo a la Constitución de aquel entonces. Quienes iban a tener mayoría en eso eran los republicanos e iban a elegir a papá presidente. Entonces, monseñor intervino para que no hubiera guerra y buscó una figura de consenso (como presidente), que era el doctor Julio Ovares, para que todos se pusieran de acuerdo para votar por él y lo eligieran presidente de la República en un gobierno de unidad nacional.

“Entonces monseñor Sanabria va a visitar y convence a don Otilio Ulate de firmar, luego le trae a mi padre el documento con la firma de Ulate y mi padre lo firma y luego va donde don Pepe, pero no le firma”, cuenta Calderón Fournier.

Por su parte, Figueres Olsen recuerda que su papá siempre les contaba cómo se vivieron esas semanas de batalla, pues para don Pepe era importante que sus hijos conocieran de aquel capítulo en la historia.

De hecho, asegura que desde muy pequeños les narraba detalles del enfrentamiento, pues de todas formas “vivir en La Lucha y no hablar del 48, era imposible”.

“En La Lucha se inició la revolución con 12 hombres y mi padre nos hablaba de cómo fueron los primeros combates en la sierra. Nos hablaba de cuando el gobierno mandó tropas a La Lucha y no les quedó más que retroceder dentro de las montañas para llegar a Santa María de Dota, que se convirtió en el cuartel general de las tropas revolucionarias; de cómo las tropas del gobierno, al llegar a La Lucha, quemaron los 19 edificios que habían, la casita en que habitaba mi padre... lo quemaron todo.

“Nos hablaba mucho de la marcha fantasma y que fue una proeza extraordinaria, en donde marcharon toda una noche entre las montañas, protegidos por la neblina, para caer a El Tejar y dar esa batalla que fue de las más duras del conflicto armado. Nos hablaba de la operación de la toma de Limón, que fue la primera operación con soldados aerotransportados en este continente. También de algunos de los heridos y de cómo instalaron un hospital militar.

“Pero además de las proezas militares, nos hablaba de lo que lo motivó a ir a esa revolución: de la importancia de la democracia. Nos señalaba que sí, que la democracia tiene aciertos y que tiene defectos y nos hablaba también de la importancia de respetar e inculcar la utilización del voto como una expresión, porque vivimos en una democracia y esta es una responsabilidad de las personas”, comentó Figueres.

Más allá de la guerra

El doctor Calderón Guardia fue un padre extremadamente cariñoso, pero muy estricto, al menos eso era lo que percibía su primogénito.

“En las notas de escuela, en mi comportamiento personal y en mi vestimenta era sumamente estricto. Pero además, era un hombre carismático, un auténtico caballero en todo aspecto. Un hombre muy, muy caballeroso y nos inculcó eso a nosotros”, detalla Calderón.

Según su hijo, el doctor era un hombre serio y muy responsable, que tenía un profundo amor por el prójimo. Además, era amante de las obras de teatro, sobre todo si eran musicales, de las carreras de caballos y un aficionado del fútbol, principalmente del club Gimnástica Española.

“El fútbol le encantaba. Cuando veíamos los mundiales éramos partidarios de Brasil, porque ahí la Sele nunca había llegado. Y lo otro que le fascinaban eran las carreras de caballos. De hecho, siempre tuvo caballos y montaba. Recuerdo que en México había un extraordinario hipódromo y me llevaba desde que yo tenía cinco o seis años a las carreras y yo también me hice muy aficionado”, cuenta entre risas Calderón.

Por otro lado, tener que irse exiliado de Costa Rica a Nicaragua fue un gran golpe para el doctor, reconoce su hijo.

“Fue sumamente duro en todo aspecto. Imagínese lo que fue haber llegado tan alto y haber logrado lo que se logró en su gobierno, para terminar humillado, exiliado. y viviendo en condiciones muy difíciles para poderse incluso mantener. Fue muy duro, el golpe fue terrible. Pero bueno, era un hombre extraordinario. Una personalidad y un coraje que le permitió levantarse de todo”, asegura.

De hecho, en abril de 1948 el médico y su esposa esperaban mudarse a una nueva casa (el actual Museo Calderón Guardia, en barrio Escalante) que ya tenía muebles y estaba acondicionada para convertirse en su hogar. Sin embargo, cuando la guerra estalló, la casa fue saqueada.

“Mi padre tenía en el despacho de la Casa Presidencial un escritorio muy interesante de maderas incrustadas que le habían regalado los trabajadores del ferrocarril al Pacífico. Ese escritorio se lo robaron junto con todos los muebles de la casa, comedor, la sala, el cuarto. 18 años después, la persona que se lo robó buscó a un amigo común y le dijo: ‘por las pasiones de la guerra me metí en la casa del doctor y me robé un escritorio y ahora quiero devolvérselo’”, recuerda.

Don Pepe, por su parte, era un estudioso de los problemas nacionales y un apasionado de la lectura e inculcaba a sus hijos a leer siempre, pues sabía que esta era la mejor herramienta para adquirir conocimiento.

Figueres Olsen cuenta que cuando a él le llegó el momento de cursar una carrera, evitó la Universidad de Costa Rica a toda costa y prefirió buscar una beca en el extranjero, pues sabía que la “mitad de las personas que allí estuvieran me iban a ver como una persona non grata y la otra mitad me iba a ver de una manera muy cariñosa, por los efectos de la política”. Así fue como ingresó a la escuela militar de West Point, en EE. UU.

Sin embargo, admite que a su padre no le agradaba demasiado la idea de que fuera a la universidad.

“Un día me llamó y me dijo: mire mijito, ya dentro de poco tiempo se gradúa de secundaria, ¿qué es lo que está pensando hacer? A mí me sorprendió la pregunta y le dije: ‘Mire papá, estaba pensando seguir con la universidad’. Y me dijo: ‘¿de verdad?... qué interesante. Y, ¿qué es lo que quiere obtener en la universidad: buscar más conocimiento y cultura, o buscar un título?’. Yo me quedé con pocas palabras y le dije que yo pensaba que era lo mismo, pero me dice: ‘no, no es lo mismo, porque si usted va a la universidad es muy posible que saque buenas notas, que se gradúe y que le den un título. Pero si usted de verdad lo que quiere es aprender de todo en la vida, dedíquese más bien a leer un libro por semana, de todos los diferentes géneros o de todos los diferentes temas y verá que al final de la vida usted empezará a ser otra persona’”, detalla.

Don Pepe también era muy madrugador y, de hecho, Figueres Olsen recuerda que incluso lo llamó una vez a las 4 a. m. para recomendarle que leyera el libro A Path Between The Seas, de David McCullough, sobre la construcción del canal de Panamá.

En lo que el caudillo no era demasiado bueno, según su hijo, era en la puntualidad.

“Mi padre no era puntual para nada. Cuando don Pepe decía que tenía una reunión a las 9 a. m. lo mismo eran las 8:30 a. m. que las 9:45 a. m. Él pasaba ocupado todo el tiempo y a la hora que llegaba empezaba la reunión. Pero no era puntual”, afirma.

Por otro lado, se molestaba cuando sus hijos dejaban comida en el plato. Era un hombre sabio y amaba la comida en todas sus presentaciones.

El peso del apellido

Tanto don Rafael Ángel Calderón como don José María Figueres reconocen que sus padres marcaron sus vidas y que sea en el nivel personal o en el político se siente un peso por ser sus hijos.

“La formación, el espíritu de servicio de él, el querer ayudar a los demás, no ha habido nadie, a mi juicio, que lo tenga. Y luego la seriedad, la caballerosidad y la responsabilidad en sus actuaciones tampoco”, detalla Calderón.

El expresidente socialcristiano afirma que vive como un hijo orgulloso que como cualquier otro le tiene “gran cariño a su padre y paralelamente una admiración al gran estadista reformador social de este país”.

Asegura que su padre nunca supo que él quería seguir su ejemplo y ser presidente, pues falleció en 1970, 20 años antes de que asumiera el poder en 1990. Justo un mes después de que Calderón Fournier llegara a Casa Presidencial, falleció don Pepe, el 8 de junio.

“Siempre hemos estado envueltos en la vida política. Pero ya hoy en día yo, por ejemplo, no aspiro a nada más que contribuir a que ojalá podamos unir todo el socialcristianismo en un gran movimiento que permita volver a darle a este país un avance importante”, dice Calderón.

Por su parte, Figueres afirma que ser hijo de don Pepe le da una responsabilidad “sobre los hombros”, pues creció sabiendo que muchas personas “pueden tener expectativas de uno, independientemente de lo que uno quiera hacer”.

“Es algo que a lo largo de mi vida me ha acompañado. Y realmente uno nunca se acostumbra por completo... al menos yo nunca me he acostumbrado por completo a estar en el ojo público. Yo entro hoy a un restaurante a cenar con mi esposa y con solo ver las miradas de las personas casi que le puedo adivinar con un 90% de certeza quiénes son afines políticamente y quiénes no. Las preferencias políticas se notan muy fácilmente”, afirma.

Nuevos aires

Este 2023 se cumplieron 75 años desde el inicio de la guerra civil de 1948. Más de siete décadas en los que Costa Rica ha ido evolucionando pero manteniendo el legado de los dos principales protagonistas de aquel conflicto, dos líderes políticos y expresidentes de la República que marcaron al país y que, como los buenos adversarios, resultan inseparables ante los ojos de la historia.

Pero... ¿quedan rencores en sus hijos, los también expresidentes?

Calderón Fournier afirma que no, sin embargo, hay “dolor, más que nada, porque el problema es cuando hay una guerra los que ganan toman actitudes muy fuertes contra los que perdemos”.

“Una cantidad de gente fue encarcelada. En esos años hubo presos políticos en cantidades. Lógicamente, cuando hay una guerra también hay muertos de ambos lados, entonces hay dolor en un sin número de familias costarricenses de uno y otro bando. Y todo eso causaba pasiones o resentimientos en muchísima gente; sin embargo, yo diría que, gracias a Dios, los odios del 48 han sido superados en el país”, afirma.

En el caso de Figueres Olsen, él aclara que no es “una persona rencorosa por naturaleza”.

“Eso también me lo inculcaron mi padre y mi madre (Karen Olsen). Ellos me decían, cuando yo estaba muy bravo: ‘Mire mijito, uno es responsable por sus propias actuaciones, no de las actuaciones de los demás. Usted acostúmbrese a actuar bien si los otros actúan mal, allá ellos con sus actuaciones’. Y con el pasar de los años tengo que decirle que en ese sentido, hoy en día me siento todavía mucho más comprensivo.

“No estoy para eso, estoy para cosas positivas. Estoy para cosas en donde puede hacer el bien. En fin, qué pereza estar con rencores y estar con esas cosas. En Costa Rica y el mundo necesitamos una actitud positiva y sobreponernos a las animosidades y a las adversidades para buscar el bien”, asevera.

Y ¿que piensa Calderón de don Pepe; y Figueres del doctor?

“Don Pepe fue un gran líder político, sin ninguna duda. Un visionario que logró grandes cosas para el país. En su momento, la estatización de la banca fue importantísima para el desarrollo de los pequeños y medianos agricultores, también el ICE y el IMAS. Es decir, apoyó permanentemente el Estado Social de Derecho y pese a que los ricos que apoyaron la guerra civil, le pidieron que echara abajo las garantías sociales, él se mantuvo firme”, dice Calderón Fournier.

Figueres, por su parte, lo explica así: “Respeto al doctor Calderón Guardia. Lideró el establecimiento de la Universidad de Costa Rica, la Caja Costarricense de Seguro Social, avanzó con el Código de Trabajo y las Garantías Sociales. Es una persona que merece mi respeto”.

Las coincidencias han acompañado a Figueres Olsen y a Calderón Fournier a lo largo de la vida política. Tanto que Calderón asumió el poder en 1990 y a su salida del gobierno, en 1994, le entregó la banda presidencial a Figueres.

Además, ni Calderón Guardia, ni Figueres Ferrer pudieron ver a sus hijos convertirse en presidentes de Costa Rica. El doctor falleció dos décadas antes de que su hijo gobernara el país (1970); mientras que don Pepe murió cuatro años antes de que José María ganara las elecciones (1990).

En fin, cosas de la vida.