José Castellanos Contreras: El desobediente que salvó a miles

Un cónsul salvadodeño puso en riesgo su vida con tal de salvar a 13.000 familias judías durante la Segunda Guerra Mundial. ¿Cómo logró la hazaña el Schindler centroamericano?

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George Mantello se llamaba György Mandl. En algún momento entre 1942 y 1945, cambió su nombre por una cuestión de salud: cargar un apellido judío en el centro de Europa era, en aquellos años, poco recomendable. Decidió agregar una O porque supuso que la vocal le otorgaría a Mandl un tinte latino. Después de todo, su certificado de identidad aseguraba que su patria era El Salvador.

George Mantello fue el primero de decenas de miles de judíos que fueron rescatados por el coronel José Castellanos Contreras; el último a quien el coronel salvó no tiene un solo nombre, porque son todos los descendientes de aquellas familias a quienes Castellanos otorgó una oportunidad de escapar del régimen Nazi.

A 70 años del final de la Segunda Guerra Mundial, el nombre de Castellanos no hace eco en balde. En el 2010, el Yad Vashem –el centro de investigación oficial de Israel sobre el holocausto y los crímenes cometidos contra los judíos por los Nazis durante la Segunda Guerra Mundial– le otorgó a Castellanos el mayor honor posible: le designó Justo entre las Naciones, título que convierte al portador en ciudadano de honor del Estado de Israel y de la comunidad judía.

Castellanos, quien murió en 1977 en medio del anonimato y sin haber hablado en público más que una vez sobre su hazaña, probablemente hubiera recibido el honor con humildad, casi con timidez. Después de todo, como él mismo aseguraba, “¿Qué más podía hacer? ¡Salvar una vida!”.

En el nido del águila

Europa ardía cuando Castellanos fue designado cónsul de El Salvador en Ginebra, la capital de la siempre neutral Suiza. Alemania no cesaba en sus afanes imperialistas y la mancha oscura del fascismo se esparcía con celeridad por los rincones del continente.

Ser diplomático en aquellos años violentos no se trataba de honor: se trataba, casi, de locura.

En el 42, Castellanos albergó en su oficina a György Mandl, un comerciante venido de Transilvania, quien se convirtió en su primer secretario. Ambos se habían conocido la década anterior en Bucarest, la capital de Rumania, entablando negocios. Cuando la guerra estalló, Mandl consiguió escapar de los fascistas rumanos y se dirigió a Suiza, donde se reencontró con el coronel.

La relación entre ambos progresó al tiempo que el nazismo cobraba más y más víctimas. Ante la situación dramática de la familia de Mandl, Castellanos decidió otorgar a su secretario un certificado que aseguraba que él y su familia provenían de El Salvador.

Ya Castellanos había emitido pasaportes salvadoreños a judíos mientras trabajó, también como cónsul, en Inglaterra y en la misma Alemania.

Nada menos que un encuentro con la Gestapo sirvió para probar la efectividad de los papeles de su secretario: la nueva identidad latina de Mandl evitó que el máximo órgano policial nazi lo enviaran, junto a su familia, a los campos de concentración de Auschwitz, de donde difícilmente hubieran salido vivos.

“El régimen alemán podía deportar polacos y rumanos; gente que provenía de lugares que, por la invasión, ya eran parte de la jurisdicción nazi”, cuenta David Miremberg, vocero del Yad Vashem en Costa Rica.

Escapar de la Gestapo inspiró a Castellanos y abrió las puertas de su acto heroico: si los papeles de una familia engañaron a los nazis, ¿cuántas familias más podía salvar?

70 años más tarde, la cifra apunta a 13.000 familias: unas 40.000 personas.

Los nietos del coronel

Álvaro y Boris no conocieron a su abuelo.

Solo habían escuchado rumores sobre su mito: historias familiares que rebotaban de un sitio a otro, susurrando una gran gesta de otros tiempos. El relato hacía espejo en sus propias vidas: ambos salvadoreños, tuvieron que refugiarse en Canadá desde 1982, como consecuencia de la guerra civil que azotó a la nación vecina durante la década de los ochenta; hoy, ambos mantienen el acento anglosajón cuando hablan en su español natal.

Ambos hermanos visitaron días atrás Costa Rica con motivos de celebración: el Centro Israelita Sionista de Costa Rica decidió honrar la memoria de Castellanos, develando una placa en honor al Justo entre las Naciones; Castellanos es el único centroamericano que ha recibido dicho honor.

“Hemos pasado tanto tiempo investigando sobre nuestro abuelo que, aunque no lo conocimos en vida, siento que ahora lo conocimos mejor que al resto de nuestra familia”, cuenta Álvaro. Junto a su hermano, los nietos del coronel Castellanos han pasado los últimos años produciendo Abuelo El Salvador: El rescate de José Arturo Castellanos , un documental de próximo estreno que rescata y revaloriza los actos heroicos del abuelo.

Con el audiovisual los nietos pretenden hacer eco –“Memoria viva”, le llama Miremberg– ya no solo de las víctimas del holocausto sino también de los héroes que evitaron una tragedia aún mayor.

La investigación no solo les ha servido para recuperar un recuerdo, sino para mirar al presente y al futuro: “No hace falta estar en guerra para buscar el bien. No hace falta enfrentarse a la muerte para hacer lo correcto”, opina Álvaro. “Podemos ser héroes en la cotidianidad si tan solo ayudamos al prójimo”.

Esa, dicen los nietos del coronel, es la mayor lección que les queda de su abuelo: no importa el contexto, David siempre puede derrotar a Goliath.

La prueba mayor de ello la otorga la misma historia, el propio recuerdo del coronel salvador: Castellanos no era judío.

“No hay que temer a la desobediencia cuando esta es justificada por la razón y el bien común. Maximiliano Hernández Martínez, presidente de El Salvador durante la Guerra, prohibió a mi abuelo emitir las visas salvadoreñas”, recuerda Boris. “¿Qué hubiera pasado si hubiera obedecido a ciegas, sin antes razonar?”.