Johnny Monge, el violento expolicía que estremeció a Costa Rica con sangre y balas

En 1991, Johnny Monge, excabo de radiopatrullas, asesinó a cinco personas, incluidos dos agentes del OIJ, lo que desató una captura nunca vista que asustó y cautivó a toda Costa Rica

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“Es mejor caer peleando que rendirse al enemigo (...) Es mejor morir que rendirse”. Estas son frases que escribió en su diario el ex-cabo de radiopatrullas Johnny Monge Ramírez, en 1991. Días después de redactar estas palabras, Monge, de 23 años y responsable de la muerte de cinco personas -entre ellas dos agentes del Organismo de Investigación Judicial (OIJ)-, cumplió lo escrito. Acorralado por más de 200 policías, el asesino decidió no rendirse y se quitó la vida.

De esta manera los asesinatos, huida y posterior cacería de Johnny Monge se convertirían en uno de los casos más recordados de la historia policial de nuestro país.

Tras matar a los agentes del OIJ, Monge estuvo en fuga durante tres días, hasta que el 13 de noviembre de 1991 un inédito operativo de búsqueda culminó con la muerte del asesino.

Cuando Monge murió hubo algarabía por parte de los oficiales que lo buscaron, luego de que este hombre -de apenas 1.56 metros de estatura y 45 kilos de peso- burló a las autoridades y se aprovechó de una serie de errores que resultaron en su fuga y la muerte de los agentes Fidel Romano Romano, de 36 años, y Alexis Rodríguez Rivera, de 24.

Caso histórico

El caso de Johnny Monge se registra como la cacería humana más grande que se haya desarrollado en Costa Rica, según lo confirmó el propio Gerardo Castaing -investigador retirado del OIJ y criminólogo forense-, quien lideró la búsqueda del fugitivo.

Además, el suceso marcó la historia del OIJ no solo por la muerte de los dos oficiales del OIJ -golpeando directamente al organismo, compañeros y familiares de los fallecidos-, sino también porque expuso una secuencia de fallas cometidas por las autoridades durante su custodia, tras haber sido detenido luego de cometer tres homicidios.

“Cuando se dio todo esto la policía y el OIJ quedaron traumatizadas y la sociedad también, sobre todo por ver la agresividad del hampa en contra de los investigadores. La sociedad se afectó, hubo mucho dolor y a los del OIJ nos tocó en lo más profundo de las fibras al ver la forma violenta en que actuó. Los investigadores estaban afectados y esas emociones se trasladaron a las familias, había el temor de que fuera ocurrir algo similar y que mataran a sus esposos, hijos o hermanos”, recordó Castaing.

“Nosotros manejamos el término riesgo, que es la posibilidad de que ocurra algo y el peligro es la materialización de ese riesgo. Fue un golpe muy duro porque se afectó la primer línea de contención contra el hampa, el narcotráfico y el terrorismo; si se vulnera la policía, se vulnera a la sociedad”, agregó el especialista.

Y sí, el caso de Johnny Monge tuvo en vilo a los costarricenses desde el momento en que se supo de los tres primeros asesinatos en Limón. Allí, el criminal fue detenido por haber matado a un taxista pirata, al dueño de un bar y a un cliente del lugar. Sin embargo, por causa de unos desafortunados descuidos -en los que ahondaremos más adelante- Monge logró engañar a los agentes, matarlos y escapar.

Mataba con frialdad, pero “era piadoso”

Johnny Monge se unió a la fuerza de radiopatrullas en 1988, pero a mediados de 1991 fue despedido por una serie de anomalías. Por ejemplo, siendo oficial, fue acusado de robar las pertenencias de un hombre epiléptico, al que Monge había ayudado en una emergencia.

Meses después de haber sido dado de baja, a Monge -junto a otros tres hombres-, les fueron achacados los homicidios de tres personas.

El 2 de noviembre del 1991 el cantinero Rogelio Porras Pérez, dueño del bar Rogelio’s -ubicado en la localidad de Cedar Creek Buffalo-, así como un cliente suyo identificado como Leonel Barquero Ramírez, fueron ultimados a tiros con un revólver calibre 38. Ellos, junto a Víctor González -un guarda civil del lugar-, fueron raptados del bar y llevados a una zona solitaria llamada Laguna de Buffalo (a dos kilómetros de la cantina) por Monge y su pandilla con la intención de asesinarlos.

González recibió un disparo en su cabeza, pero milagrosamente salió vivo del ataque.

Un día después los cuerpos de los fallecidos fueron hallados por un hombre que pasaba por el lugar. También se encontraba allí González, malherido, pero a salvo.

La investigación inició y se dijo que el motivo del ataque había sido la intención de robar en el bar.

Por su parte, el martes 5 de noviembre fue hallado el cuerpo sin vida del taxista pirata Arcelino Miranda, quien había desaparecido desde hacía cuatro días. A Miranda le dispararon también a quemarropa y le robaron su carro, un Datsun 120Y, justamente en el que, según testigos, se movilizaban los secuestradores de los hombres del bar.

Gracias a las entrevistas con testigos y a la investigación policial, rápidamente se pudo identificar que uno de los miembros del grupo criminal era Johnny Monge Ramírez. Con esa premisa las autoridades iniciaron la búsqueda del sospechoso, incluso hicieron un allanamiento en su casa en Pueblo Nuevo de Limón, donde encontraron proyectiles y un cuaderno que Monge usaba como diario.

El diario se convirtió en una prueba, que sobre todo serviría para conocer la personalidad del asesino. Monge era un admirador fanático del personaje Rambo, interpretado por el actor Sylvester Stallone en las afamadas películas de los años 80.

“Yo soy piadoso porque los mato sin dolor, mueren en forma instantánea. Por eso espero que Dios, al quitarme la vida, me triplique la piedad”, escribió Monge en dicho cuaderno.

Captura y errores fatales

La familia de Monge estaba preocupada por los sucesos, incluso uno de sus cuñados podía correr peligro porque años antes había acusado a Johnny de abusar sexualmente de su hija. El temor era que, por este hecho, Monge había jurado vengarse.

La madre del hombre, que en ese momento era buscado por la policía, había dicho que su hijo tenía problemas psicológicos, que había asistido a varias citas en el Hospital Psiquiátrico y que antes había consumido drogas y que mostraba un comportamiento errático.

Estos miedos y preocupaciones provocaron que la novia de Johnny avisara a las autoridades que él la visitaría en su casa, añadiendo que Monge le había dicho que después de eso huiría. Para atraparlo, la policía montó entonces un operativo en las cercanías de la vivienda de la mujer. La detención fue exitosa, tanto que además de Monge también arrestaron a Hugo Valladares Olivares, uno de los cómplices en los asesinatos.

La sociedad se afectó, hubo mucho dolor y a los del OIJ nos tocó en lo más profundo de las fibras al ver la forma violenta en que actuó.

— Gerardo Castaing, ex agente del OIJ.

Aquí es donde empieza la serie de errores de custodia que culminaron en la fuga de Monge y la muerte de los oficiales del OIJ.

“Acusado de triple homicidio, esposado, desarmó a agentes del OIJ y huyó”, fue el título de la portada del periódico La Nación, el 11 de noviembre de 1991.

“Prometió que llevaría a los agentes al sitio donde supuestamente había arrojado la camisa del taxista Arcelio Miranda al que habría dado muerte (...) Los detectives esposaron, con las manos hacia adelante a Monge, y lo sacaron de su celda para conducirlo a un vehículo rural marca Toyota en el que harían el viaje hasta la laguna de Westfalia sitio donde, según él, estaba la camisa del taxista”, explicó La Nación en la recopilación de los hechos.

Para ese momento se presumía que Monge le había quitado el arma a uno de los dos agentes mientras iban en el carro, pero la investigación posterior reveló que no fue así y que el asesino se robó una pistola de las instalaciones oficiales donde estaba recluido. Así también lo explicó Castaing en una entrevista para este reportaje.

El ex investigador recordó que él, para esa época, estaba laborando en Cartago, pero que el domingo 10 de noviembre recibió una llamada de Rafael Guillén, director del OIJ en ese momento, para decirle que lo necesitaba para un caso. Castaing asistió a la cita sin saber lo que le esperaba, mucho menos sin estar enterado de que su amigo y ex compañero Fidel Romano había muerto.

“Cuando me llamaron ya sabía que algo grave había ocurrido. En el camino no pregunté nada porque iba un periodista. Al llegar al Zurquí Guillén me dijo que íbamos para Limón. Bajando al cruce de Río Frío me dijo que habían matado a Romano. Lo primero que pensé es que, conociéndolo, porque era muy valiente, todo había ocurrido en un enfrentamiento. La noticia me golpeó, hasta tuve mareos. Cuando llegamos a Limón Guillén me puso a cargo de la operación para capturar al asesino”, explicó.

Al llegar, lo primero que hizo el investigador fue hacer una reunión de planeamiento, descubriendo el primer error cometido para que Monge pudiera fraguar su escape. Primero que todo, explicó Castaing, el lugar destinado para tomar las huellas digitales de los detenidos y reseñarlos, estaba en la misma habitación donde dormían los oficiales. Allí fue donde Monge estaba cuando un agente que dormía se levantó al baño, pero dejó su arma debajo de la almohada.

“Cuando el oficial a cargo de Johnny va a buscar alcohol, para que el hombre se limpiara las manos de la tinta, éste quedó solo y aprovechó para tomar la pistola y esconderla debajo de su camisa”, contó el investigador. Ese fue el segundo error: dejar solo al detenido.

La tercera falla sucedió cuando el agente responsable de la pistola pensó que algún compañero se la había escondido para hacerle una broma y no informó de la desaparición del arma. La cuarta equivocación fue que, al llevar a Monge a la celda, no se le requisó antes de que entrara.

A la mañana siguiente de la detención, Monge convence al agente Romano de llevarlo al lugar donde mató al taxista, ya que ahí le iba a entregar la camisa del fallecido para que sirviera de evidencia. Entonces, partieron hacia el sitio.

Las equivocaciones siguieron.

La Nación informó que el Juez Segundo de Instrucción de Limón le solicitó al delegado del OIJ que, debido al alto grado de peligrosidad del detenido, se le mantuviera incomunicado, pero no fue así. Luego, no se le solicitó permiso al juez para sacar de prisión al imputado, lo que hicieron Romano y Rodríguez al aceptar ir a buscar más pruebas. Además, dichas pruebas no eran necesarias o urgentes, debido a que Monge en su captura aceptó los homicidios.

A Johnny lo montaron al Jeep en la parte de atrás, con las manos esposadas, pero hacia adelante. Castaing recordó que un testigo los vio y dijo que los oficiales iban adelante del carro y que Monge iba atrás como en medio de los dos, que iban riéndose.

“El estudio táctico que se hizo de los orificios de entrada detalló que Monge se sentó detrás de Romano, que era quien conducía. Sacó el arma y primero le disparó a Rodríguez en la cabeza. Asumo que Romano tuvo que haberle dado algunos golpes. Monge se pasó al otro lado del asiento, le disparó a Romano y lo mató. El Jeep chocó, él les robó las armas y huyó”, narró Castaing.

Cacería humana

“Operativa y tácticamente no ha habido semejanza con ese caso”, aseguró Castaing.

El domingo 10 de noviembre fue la fuga y el asesinato de los agentes del OIJ. Ese mismo día comenzó la búsqueda de Monge. Con Castaing a la cabeza, la cacería humana llegó a contabilizar 220 hombres (40 agentes del OIJ, 75 guardias civiles, 35 guardias rurales, 15 agentes de narcóticos, 25 de la Policía Especial y 30 de la reserva especial de Limón), así como dos perros adiestrados, una avioneta, una lancha naval y un helicóptero soviético del Ejército Popular Sandinista, que fue donado por el Gobierno de Nicaragua.

Desde el primer momento la búsqueda fue intensa, ya que el perfil que se conocía de Monge preocupaba mucho a las autoridades y a la sociedad. Era un hombre tremendamente agresivo, dispuesto a matar a sangre fría a cualquiera, además estaba armado.

Los análisis que se realizaron sobre su personalidad -basados en su diario personal, en los exámenes que aprobó con honores para ser policía y la saña con la que cometió los asesinatos-, lo perfilaban como un hombre que presentaba los signos de una psicosis paranoica. Era cinta negra tercer dan en karate y, además, mostró problemas psicológicos al contar en su diario que durante un viaje a la montaña se le presentó un ser de 1.90 de altura, con ojos azules en llama de fuego, que dialogó con él y que dominaba su mente.

“Esa cosa vive y sí tiene esa forma. Posee esa energía, tiene que venir de muy largo. Es algo que me domina la mente y cuando intento rechazar eso, siento que la cabeza me estalla”, escribió.

El martes 12, por la noche, las autoridades tenían cercado al fugitivo. Una información brindada por unos campesinos que tuvieron contacto con Johnny ayudó a ubicarlo en una zona montañosa, entre la desembocadura del río Vizcaya y el cruce de Westfalia, a 15 kilómetros al sur de puerto Limón.

Yo soy piadoso porque los mato sin dolor, mueren en forma instantánea. Por eso espero que Dios al quitarme la vida me triplique la piedad.

— Johnny Monge, en su diario.

“El señor que lo vio nos afirmó que aún estaba esposado. Monge se metió a la maleza de la playa cuando ya iba a anochecer. Le ordené a los vehículos que fueran a la zona, pedí que ubicaran los carros viendo hacia el manglar con las luces altas y los motores encendidos para estar alertas”, contó Castaing.

Al día siguiente, a eso de las 5 a.m., varios efectivos empezaron a patrullar por el lado de la playa y otro grupo ingresó al manglar encabezados por Castaing.

“Estábamos buscando. En un momento dado Johnny, quien había hecho un hueco en la arena, se echó unas ramas encima para esconderse. Luego, lo que hace es salir porque se asomó a la playa y vio al grupo de policías. Al dejar su escondite un agente lo ve y le apunta, no le dice nada.

”Johnny se viene corriendo hacia el grupo, yo iba entrando acompañado por un miembro de la Fuerza Pública. Le dije : ‘Quieto, Johnny’. Él peló los ojos, era algo impresionante, se puso el arma en la cabeza y se disparó. No hubo tiempo de evitarlo. La intención era capturarlo”, narró Castaing.

Para el investigador, la presencia del helicóptero y sentirse atrapado fue lo que motivó a Monge a quitarse la vida.

Enseñanzas del caso

Castaing afirmó que ejecutar un operativo como el que se desplegó para encontrar a Monge, fue muy complejo en el momento, debido al estado emocional de los policías. “Había que manejarlos a ellos, cargando ese grado de emociones para que atendieran bien el operativo”, dijo.

El haber encontrado a Monge, pese a que no se pudo arrestar por sus crímenes y hacerlo pagar por ellos con cárcel, suscitó en los agentes involucrados un sentimiento de algarabía, tanto así que al cadáver lo subieron en el cajón de un pick-up y, en el camino a las instalaciones del OIJ de Limón, se exhibió como si fuera un trofeo.

“Hubo algunas situaciones que fueron violentas. Cuando la caravana pasó por Cieneguita fue tanta la emoción que sacaban la cabeza del cadáver para que los hampones vieran cómo había terminado. Eso fue muy criticado”, recordó el investigador..

Con respecto a las enseñanzas, el caso de Monge quedó marcado para los nuevos agentes del organismo, en el sentido de cómo reaccionar y ejecutar una búsqueda como la que se hizo en 1991. “En la escuela judicial sí se utilizaba como ejemplo el caso, con el objetivo de analizarlo y así ver medidas preventivas. La casuística es sumamente importante y se debe de integrar a la educación de los agentes”, finalizó Castaing.

El caso no se cerró con la muerte de Monge, todo culminó en enero de 1993, cuando sus tres cómplices: Hugo Valladares, Donaldo Godínez y Leonardo Wembel fueron declarados culpables por los asesinatos de Rogelio Porras, Leonel Barquero Ramírez y Arcelino Miranda.

Valladares fue sentenciado a 139 años de cárcel, Godínez a 66 y Wembley a 72.