Iniciación en la muerte

Una verdadera cátedra para los humanos, que hemos hecho de la muerte un melodrama

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Mi iniciación en la muerte: cuando tenía cinco años de edad se me murió un perrito pequinés que se llamaba Skipper. Amaneció rígido, con los ojos vítreos como canicas, tratando de alcanzar el tarrito de agua que solíamos dejarle por la noche. ¡Morir al borde de la fuente! Se había cortado la lengua con sus mandíbulas crispadas. En medio de la noche murió. Me figuré que tal había sido su voluntad, que su decisión de morir solo y en silencio obedecía a su deseo de evitarnos el dolor de su propia agonía. Su último regalo. Skipper. Lo enterramos en el patio. Durante las noches me asomaba por la ventana y veía el pequeño túmulo funerario. En alguna ocasión tuve la tentación de desenterrarlo.

Y debo considerarme muy afortunado: hay países en que los niños aprenden la muerte no de una mascota, sino de sus padres y hermanos masacrados en la guerra, o víctimas del sida, el paludismo o la inanición.

Es curioso: creo mucho más en la posibilidad de un paraíso para los animales que en un paraíso para los seres humanos. Francis Jammes ( Para ir al Paraíso con los asnos ), Paul Fort ( Lamento del caballito blanco ) y Juan Ramón Jiménez ( Platero y Yo ). ¡Ah, el cerrado jardín de mi infancia, ahí, ahí, tan próximo a mí, y sin embargo ya por siempre inalcanzable!

Y luego recuerdo a Pelota, cuya raza no diré, porque quiero que el lector la construya con el humus de su propia imaginación, amasando los rasgos de las mascotas que más haya querido. Conferirle a mi perrita una dimensión universal, presentarla sub specie aeternitatis . Le dediqué uno de mis primeros artículos de Tinta Fresca. Ya tiene 12 años de muerta.

La muerte de la mascota es, frecuentemente el rito iniciático en la muerte para muchos niños. Una especie de artes moriendi . Nuestra propedéutica en el morir. He tenido perritos que, conscientes desde el fondo del instinto de su muerte cercana, han llegado a despedirse de mí, han hecho de su partida una ceremonia: su mirar melancólico, esa forma en que lo buscan a uno sin razón alguna, como si quisiesen transmitirnos un mensaje oscuro, informulable, el adiós que aun ellos adivinan de manera vaga, larval, crepuscular. Los he tenido, también, que para no infligirme el dolor de su partida, se alejan, y van a morir a otro lado, como si tuviesen conciencia del dolor que nos van a ocasionar, y quisiesen, de alguna manera, atenuárnoslo. Acto de amor supremo. Van morir en soledad, a fin de no afligirnos con su desaparición. ¡Y la dignidad con que mueren! Sin amargura, sin quejumbres, sin rencor, sin blasfemias, sin miedo. Una verdadera cátedra para nosotros los humanos, que hemos hecho de la muerte un melodrama, una eternamente reciclada zarzuela, un macabro carnaval de aspavientos y alaridos. En silencio, mueren los animales, en silencio. Solo el silencio es grande. Todo lo demás es debilidad. Es mucho lo que podemos aprender de ellos.