Hombres forjados con fuerza bruta

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G uicho Peña “hace caballos” en las cuadras de San Agustín de Liberia, les pone las herraduras y también cuida de otro ganado. La mañana de un sábado de estos, se aprestaba a arreglarle el corral a un chancho. Luis es su nombre de pila, tiene 42 años y, desde que era un guila, no sale de corrales y cuadras.

A los caballos chúcaros él se los monta, los enseña a usar el bozal y todos los aperos para que los sabaneros de la pampa guanacasteca –y los que no saben de esos menesteres– los cabalguen con tranquilidad. Guicho también es herrero, pero su familia es, ante todo, hacedora de caballos.

En Guanacaste, hay varios como él, lo cual garantiza hacedores y herreros para rato. Ellos, como los sabaneros, forman parte del paisaje pampero.

Fue precisamente Guicho quien nos habló de Moncho y de Goyo , dos sabaneros de fincas liberianas que trabajan en la hacienda San Antonio.

Gregorio Goyo Bonilla, de 58 años, empezó a los 15 con las tareas de todo sabanero: arrear el ganado, montar toros, manear las vacas y ponerle el fierro al ganado cimarrón (el más salvaje). No es fácil. Acuantá , un toro cimarrón lo atacó cuando montaba a El Moro. De una sola cornada, el toro le sacó las tripas al caballo que le cayó encima a él en un estertor agonizante.

Ramón Moncho Briceño es un año menor que Goyo . “A caballo nací”, cuenta este originario de Puerto Soley, en La Cruz de Guanacaste. Enfundado en sus polainas, con cutacha al cinto y el sombrero de ala ancha, recuerda que fue su tata quien mantuvo la tradición mientras trabajaba en San Buenaventura.

Moncho y Goyo siguen venteándose por la pampa, aunque se atreven a predecir que al sabanero guanacasteco ya no le queda mucho tiempo.