Heridas que no sanan: la eterna batalla de las mamás de Kattya Vanessa González y Josebeth Retana

Cada nueva noticia de niñas y muchachas asesinadas remueve el pasado de estas dos madres. A duras penas Olga Juárez y Maribel Retana han salido adelante: ambas perdonaron a los homicidas de sus pequeñas, mientras lidian con las críticas de quienes aún las responsabilizan por el asesinato de sus hijas.

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En una casa en Puerto Jiménez de Golfito, Puntarenas, reposa un baúl que en su interior guarda fotografías, una cinta de video, algunos juguetes, un libro infantil en inglés y un expediente.

Es un baúl que nadie toca y que solo se abre dos veces al año.

Lo que hay dentro son tan solo algunos recuerdos que Olga Juárez guarda y que le permiten sentir cerca a uno de los amores de su vida, su hija Kattya Vanessa González Juárez.

Uno de esos días llegará en cuestión de semanas y doña Olga ya se prepara para la fecha.

Será el próximo 16 de noviembre, día en el que Kattya Vanessa cumpliría 26 años. Sin embargo, al igual que los 17 años anteriores, el baúl será la única forma que doña Olga tendrá para festejar el nacimiento de su hija mayor.

Kattya Vanessa fue asesinada en julio del 2003, luego de salir de su casa a escondidas de su mamá para recoger un conejito que un vecino le había ofrecido. La niña tenía tan solo 8 años y ese engaño le costó la vida.

Pasó una semana en la que doña Olga no tuvo noticias de su hija, hasta que finalmente la encontraron enterrada en la casa del asesino.

“A pesar de que apareció muerta, después de siete días de estarla buscando, yo por lo menos tengo la paz de saber dónde tengo enterrada a mi hija, porque hasta que la encontré, tuve el momento más crítico, porque en ese momento supe que nunca la iba a volver a ver, nunca la iba a volver a abrazar o incluso la iba a regañar por alguna cosa que hiciera”, afirma.

La otra fecha en que el baúl se abre es el 4 de julio, último día en que la madre escuchó la voz de su pequeña y la vio sonreír.

Tras el asesinato de la niña, doña Olga se fue a vivir muy lejos de la casa en la que residía en Quesada Durán, en Zapote. Huyó de las críticas, del dolor y de la prensa que la acosaba y aunque en su nuevo hogar encontró la paz, también la separó de su pequeña, quien descansa en el cementerio de Montesacro, en Curridabat.

“Ya son 12 años los que tengo de vivir aquí y yo no puedo ir hasta allá cada año porque es muy lejos, pero para mí abrir ese baúl es como estar en la tumba, porque están varias cositas de ella. También en esas fechas le lanzo flores al mar, porque ella nació en la zona sur y cuando tenía contracciones yo iba en una lancha para Golfito”, recuerda.

Kattya Vanessa era una niña delgada, de piel trigueña, de cabello y ojos negros.

Era muy juguetona, cariñosa, muy inteligente y aplicada para el estudio. Su madre comenta que a los tres años ya se sabía los nombres de los países y diferenciaba más de 20 banderas.

“Era muy chispa y cuando llegó al kinder ya sabía leer y escribir. La maestra del kinder me preguntó que qué estaba haciendo esa chiquita ahí, pero es que yo me fui a vivir donde mi mamá cuando ella tenía un año y ocho meses y mis hermanos eran adolescentes y ellos la estimulaban mucho porque era la única chiquita de la casa”, explica doña Olga.

Su primera travesura la cometió cuando tenía dos años: “se embarró de chocolate hasta los ojos” luego de comerse un queque que era de uno de sus tíos.

Amaba el color turquesa y decía que de grande quería ser doctora.

Esos recuerdos permanecen intactos en la memoria de doña Olga, quien no puede evitar al ver pasar frente a ella una jovencita el pensar que su hija, tal vez, estaría igual. A veces se pregunta cómo sería, si tendría hijos, si tendría una carrera profesional o si estaría casada.

“Yo tengo nietos por todo lado, chiquillos de 25 años que tienen hijos y que me dicen ‘vea doña Olga, ya nació’ y yo me vuelvo y les digo: ‘¡Ay qué lindos!, así seguro estaría mi nietito’; pero después pienso que tal vez aún no sería abuela. Siempre los veo y pienso en Kattya. Yo los quiero mucho porque como son de la edad de ella, es como si sus hijos fueran mis nietitos”, afirma.

Doña Olga reconoce que han sido años muy difíciles, no solo por el vacío que su primogenita dejó, sino porque ni siquiera existe una palabra en el diccionario para definir la muerte de un hijo y hasta la fecha debe conformarse con la palabra ‘asesinato’.

Por ello, asegura que esta es una herida que nunca se sana, sumado al hecho de que cada vez que matan a un niño, a una niña, o a una joven, se remueven muchos recuerdos y reaparecen sentimientos.

Y aunque prefiere no ver noticias, siempre hay alguien que se le acerca para contarle de la desaparición de una muchacha o el asesinato de un niño. Entonces se le hace un nudo en la garganta y aparecen las lágrimas.

“Cuando se escarba sobre las situaciones que pasan otras madres con sus hijos, es como volver a abrir la herida, volver el tiempo atrás, entonces es algo que uno revive una y otra vez y así no se puede sanar, es muy difícil”, detalla.

Sin embargo, la madre afirma que sí se puede salir adelante, aunque esto represente atravesar muchos altibajos.

Desde la muerte de Kattya Vanessa, doña Olga sufre de depresiones constantes, principalmente cuando se acerca el momento de abrir el baúl.

"La vida te cambia tanto, yo duré casi un año poniendo cuatro platos en la mesa y mi esposo me decía ‘somos tres’ y yo ‘ah sí’ y yo a veces me molestaba porque me decía ‘cómo es posible que en un año no se haya acostumbrado’ (...).

“Lo que pasa es que siempre está ese hueco y de hecho, ahora, en esta casa, a veces uno se pone a pensar ‘ay, aquí estuviera mi chiquita en esta casa, cocinando’ y es que en esta casa no hay recuerdos de ella, entonces uno se los inventa”, relata.

La casa en la que vive en Puerto Jiménez es propia, se la compró tras un gran esfuerzo y cansada de esperar varios años a que el expresidente de la República Abel Pacheco le regalara la casa que frente a los medios de comunicación le prometió, pero que nunca llegó.

En Puerto Jiménez, doña Olga ha encontrado la tranquilidad; allí trabaja como miscelánea en el Ebais de La Palma y tiene una hija de 20 años llamada Génesis, quien tenía dos años y ocho meses cuando Kattya falleció.

Aunque era muy pequeña, cuando Génesis ve fotos tiene algunos recuerdos; su madre afirma que la muchacha ha sufrido mucho, pues pese a su corta edad cuando murió su hermana, ella guarda fragmentos de esos días y los revive en redes sociales, Internet y medios de comunicación.

Ahora el anhelo de doña Olga es poder reencontrarse algún día con su hija mayor y por ello hace unos años perdonó a Jorge Edwin Sánchez Madrigal, condenado a 30 años de prisión por el asesinato de Kattya Vanessa y quien falleció en el 2011 producto de un infarto.

“A mí me ha costado, me sigue costando, pero ya lo perdoné, porque cuando ese señor se murió yo decía ‘qué dicha que se murió’, pero conocía a alguien que me orientó sobre el perdón”, afirma.

Se trata de un pastor quien en una ocasión le dijo que “si yo quería entrar al reino de los cielos y ver a mi hija nada hacía con odiarlo, que más bien yo tenía que envidiar al asesino de mi hija, porque si él le pidió perdón a Dios, por más personas que haya matado, ahora está en el cielo con Kattya”.

“Yo me revolcaba porque yo me decía a mí misma ‘eres una mala madre ¿cómo vas a matar al asesino de tu hija?’. Y por el otro lado, mi conciencia me decía ‘es tu hija, ¿la vas a perder para toda la eternidad?’ y me tocó perdonarlo. Y si usted me pregunta que si tengo odio o rencor, yo le puedo decir que no, que le tengo lástima, porque si no le pidió perdón a Dios va a estar en el infierno viendo como yo voy a estar disfrutando en el cielo con mi hija”, explica.

Han pasado cinco años desde que doña Olga decidió perdonar al asesino de su hija. Sin embargo, fue hasta hace dos años que se dio cuenta que ya no siente ira, ni náuseas cuando escucha hablar de él.

“Me tocó aprender, porque esto es muy duro, no es fácil perdonar al asesino de tu hija. Fueron gotas de hiel que tragué durante cinco años, pero llegó el día en que logré tragarme esa cosa tan amarga que me llenaba la boca”, detalla.

Y a pesar de que le ha tocado vencer muchos obstáculos, se siente reconfortada y con la tranquilidad que el perdón le dio.

Doña Olga cuenta su testimonio con la intención de que le sea de utilidad a todas las mamás que han perdido a una hija.

También para todas esas personas que por años se han encargado de criticarla, juzgarla y que incluso la han culpado por el asesinato de Kattya Vanessa, sin saber el calvario que esto ha representado.

De hecho, tiene un mensaje para todas esas madres que hoy atraviesan por una situación como la que ella vivió.

“Desde hace 17 años tengo depresiones constantes y tal vez uno no ve noticias, pero luego alguien se me acerca y me dice ‘¿vio doña Olga lo que le pasó a fulano?, como a su hija, que se la robaron’ y eso es como un golpe en el estómago, dan náuseas, mareos y es como revivir nuevamente todo y por eso hay que aferrarse a Dios, sino nos vamos a volver locas y vamos a vivir amargadas. Tenemos que perdonar, porque aunque hay un luto que no se quita, en mi corazón no hay odio, rencor, ni desprecio”, asegura.

Además, le recomendó a las madres de víctimas de homicidios buscar un pasatiempo, hacer algo que las entretenga. Considera que es la mejor terapia para sanar y mantenerse ocupadas y distraídas.

En su caso, hace macetas, fruteros y animales de adorno a partir de productos ecológicos como papel y cartón. Son resistentes a la lluvia y se pueden encargar por medio de la página de Facebook que creó, llamada Eco Artes.

Lucha permanente

Cada vez que Maribel Retana sale de su casa ve a su hija; cuando va para el baño también; lo mismo ocurre si se sienta en el sillón o si está en la sala.

En un retablo, colgando en una de las paredes de la casa, en Ticari de Horquetas de Sarapiquí, Heredia, se encuentra la fotografía de Josebeth Retana Rojas.

Podrá ser solo una fotografía y uno de los pocos recuerdos que doña Maribel guarda de su hija, pero con eso se conforma, pues le permite recordarla y sentirla cerca cada día.

Han pasado 15 años desde que aquel 5 de setiembre del 2005. Doña Maribel se despidió de Josebeth antes de que se fuera para la escuela. Ese día, la niña recibió clases como de costumbre y, posteriormente, emprendió su camino de vuelta a casa.

El recorrido era de un kilómetro, pero la pequeña de ocho años nunca regresó. Días más tarde, el 11 de setiembre, la encontraron muerta dentro de un saco a la orilla de una quebrada.

“Yo siempre pensé e incluso decía, que a mí nunca me iba a pasar eso (...) y diay, me pasó. Le puedo decir que la vida de uno no vuelve a ser igual, ya uno tiene temor de que le pase algo a sus otros niños y ya van creciendo y uno se queda con el temor de que alguien les haga daño o que vuelva a pasar lo mismo. Y yo digo que si algo me le pasa a otro seguramente me muero”, afirma doña Maribel.

Ella tiene cuatro hijos más y ya es abuela, por lo que su temor es constante.

Josebeth era una pequeña de 8 años, inquieta, hiperactiva y que se transformaba en una niña uraña cuando no conocía a la gente. No le gustaba hacer tareas y esa era la eterna discusión con su mamá.

Era muy independiente, inteligente, le gustaba dibujar y se enojaba con facilidad cuando se le zafaba la cadena a la bicicleta.

“Una vez, cuando iba en bicicleta para la escuela se le zafó la cadena y se enojó tanto que dejó la bicicleta tirada en una alcantarilla y se fue caminando. Un ahijado me llamó para avisarme y yo como pude fui y me traje la bicicleta”, recuerda la mamá.

Le encantaba comer, hacer travesuras en la casa, pero también era muy creativa. De hecho un día se le ocurrió que su mamá le podía hacer una hamaca atrás de la casa, colgando de un árbol de nance.

“Yo se la hice y me quedó bien bonita, ahí jugaba yo con ella”, asevera.

A punta de esfuerzo doña Maribel ha logrado salir adelante y aunque asegura que no ha sido fácil, cada día trata de ver las cosas bonitas que tiene a su alrededor.

Sin embargo, no siempre fue así.

Los primeros años sin Josebeth fueron los más dolorosos y a la madre le costó resurgir de las cenizas para sacar adelante a sus otros hijos.

"Yo caí en una depresión y ni siquiera quería atender a mis hijos. Ha sido un proceso, una lucha y hoy le puedo decir que solo se puede salir adelante con la ayuda de Dios, él es el único que le puede dar a uno el motor para seguir echándole ganas.

“Yo tengo a mis otros hijos y no quiero que a ellos les vaya a faltar algo, tengo que luchar por ellos y me he agarrado fuerte de su mano y eso me ha ayudado a salir adelante, me ha ayudado en muchas circunstancias. No voy a decir que es fácil, porque no lo es en lo absoluto, pero tampoco es imposible”, asegura.

Su lucha no se debe solo a la ausencia de su pequeña, sino por el hecho de que hasta la fecha nadie está pagando una condena por haberla asesinado.

Desde el principio solo ha figurado un sospechoso. Se trata de un hombre, quien se mantiene libre y que era vecino de doña Maribel y su familia.

Según detalla la madre, por años ha buscado ayuda y aunque en muchas ocasiones se han comprometido a tenderle la mano, hasta ahora los esfuerzos han sido en vano, pues en este momento no hay nadie en la cárcel pagando por el crimen de Josebeth.

“Lo más difícil de todo esto es ver que el sujeto anda libre y que en la Fiscalía no hicieron nada al respecto habiendo tanta prueba.Todas las pruebas apuntan a un solo sospechoso, ¿por qué está libre?, porque el fiscal no quiso encerrarlo y no se hizo justicia. Es una lucha y yo voy a seguir luchando y echándole para adelante”, asegura.

Doña Maribel explica que al poco tiempo después de que la niña fue asesinada y ante su desesperación por ver al sospechoso libre consideró cobrar la justicia por su propia mano pero no pudo.

A pesar del daño que el hombre le ha hecho a su familia, ella afirma que hace muchos años lo perdonó. Fue muy complicado tomar la decisión e incluso dudó en hacerlo, pero supo que era lo correcto, y desde entonces ha sentido más paz en su vida.

“Yo lo tuve a él a los 100 metros y en ese tiempo tenía un revólver y le iba a disparar en la cabeza, pero en ese instante hubo algo que no permitió que yo cargara con una muerte en mi vida. Me senté a llorar y no pude jalar el gatillo. Entendí que uno no tiene derecho a quitarle la vida a nadie”, comenta.

Doña Maribel no puede explicar el sentimiento de una madre cuando se le desaparece un hijo. Dice que es una angustia terrible que se siente en el pecho y el estómago y que los minutos se hacen eternos.

Ella quería estar presente en cada momento de la investigación; empero, no se lo permitían pues hacía poco había dado a luz y el hecho de que no la dejaran salir de la casa empeoraba su sufrimiento.

Esa angustia la revive cada vez que ve las noticias o escucha sobre algún asesinato de una niña o el crimen hacia una mujer. En ese momento lo único que pide fortaleza a esas madres para que puedan seguir en la lucha, porque sabe lo que ellas sienten.

“No es nada fácil, se remueven muchos recuerdos. Pero ahora a mí lo que me tiene muy tranquila y que me hace sentir muy bien, es saber que mi hija es un angelito y que no está sufriendo lo que estamos sufriendo nosotros aquí y me reconforta el saber que ella está bien y mejor que nosotros”, detalla.

Y si de todo esto ha aprendido algo es que cuando uno se cae se debe levantar, tomar más fuerza y enfrentar lo que venga.

Por ello, doña Maribel quiere que las madres que han perdido a una hija de la misma forma que ella sepan que van a salir adelante y que es importante perdonar porque “es lo único que trae paz”.

"Sí se puede salir adelante. Yo creo que Dios no le da pruebas a quien no pueda resistirlas, Él le da las mayores pruebas a sus mejores soldados y esas somos las mujeres porque parir un hijo, llevarlo nueve meses en el vientre, sentir sus movimientos tan lindos, después hacer el esfuerzo para que nazca y tenerlo en los brazos de uno es algo hermosísimo.

“Sé que es muy duro y difícil, pero tienen que hacer un alto y meditar para poder coger fuerzas y seguir echándole para adelante, para que se haga justicia, porque nuestra hija ya se fue y nosotros como padres tenemos que luchar por quienes están vivos y siguen a nuestro lado. Ellos también necesitan el cariño de mamá y papá”, asegura.

Ahora, doña Maribel, quien vende prestiños casa por casa, se encarga de que sus nietos vean en las fotos y reconozcan a esa tía inquieta, que no conocerán en persona.

También espera que el responsable de la muerte de su hija algún día pague por lo que hizo.

Más empatía

Si bien ambas madres han logrado de una u otra forma salir adelante, hasta la fecha deben soportar las críticas, los cuestionamientos y la poca empatía de las personas, principalmente en redes sociales, donde las juzgan sin conocer cómo ocurrieron los hechos y sin imaginar lo que significa perder una hija de una manera tan violenta.

“Cuando pasó lo de Josebeth yo estaba recién mejorada, entonces yo no podía salir, pero en el Facebook la gente habla muchas cosas que no tienen que hablar, ellos no se dan cuenta de mi situación. La gente cree que parir un hijo es muy sencillo”, dice doña Maribel.

Olga Juárez, mamá de Kattia Vanessa, también ha tenido que lidiar no solo con su dolor, sino además con los comentarios de personas que no la conocen ni a ella, ni a su familia.

“Yo he sido muy golpeada en estos 17 años por la gente, que por qué dejé salir a mi chiquita, que eso fue un descuido mío, que eso fue aquí, que eso fue allá. Y yo le puedo decir que a todas las que estamos en esto nos han señalado con el dedo como si los demás fueran perfectos, no entienden que nosotros perdimos a nuestras hijas por una desgracia, no porque no amaramos a nuestros hijos”, comenta doña Olga.

Por eso quieren alzar la voz, pues consideran que la poca empatía dificulta que las heridas sanen.

“Juzgar es muy fácil y a las madres que nos asesinaron un hijo nos duele y nos hiere en el alma todo lo que nos dicen. La gente es buena para lastimar y hablar sin saber”, añade Juárez.

Incluso doña Olga recuerda que antes de que las autoridades encontraran los restos de su hija Kattya Vanessa, la gente le hacía perder las esperanzas.

“A mí me decían ‘a esa chiquita ya la sacaron del país, ya le sacaron los órganos’, pero yo lo que quería era tener la esperanza de que iba a aparecer, porque eso lo mantiene a uno en pie, pero la gente es mala y es cruel”, agrega.

Lo que más les molesta es que muchas de las personas que hacen comentarios hirientes son a su vez padres y madres de familia.

Las madres de niñas asesinadas lo único que piden es comprensión y apoyo para poder hacer el proceso un poquito más llevadero, menos doloroso, pues este es un vacío que no se vuelve a llenar y que muchos no entienden.

Además, esperan que las familias que han perdido una hija en las mismas circunstancias, puedan salir adelante y logren encontrar la paz. Les piden que no se rindan.