Fábrica en Sarchí cumple 100 años con la carreta a cuestas

El Taller de Carretas de Eloy Alfaro cumple un siglo de reparar y fabricar carretas en la cuna de la artesanía en Costa Rica. Este sitio, declarado como patrimonio histórico del país, resguarda la tradición y sobrevive entre turistas y encargos

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No es un canto de una estrella famosa ni un bolerazo. A Uriel Alfaro Castro, sarchiseño de pura cepa y adulto mayor que aún trabaja en lo que le apasiona, se le ilumina la mirada y muestra una enorme sonrisa al escuchar el canto de una carreta. Sí, las carretas cantan.

Durante siglos, Costa Rica se movió, progresó, creció y hasta paseó acompañada por esa inconfundible tonada que emiten las ruedas de las carretas en los caminos. En la actualidad, la carreta no solo es símbolo nacional, sino que sigue recorriendo los caminos del país transportando santos e ilusiones, fascinando al turismo y siendo un emblema de una tradición –la del boyero y la carreta– declarada como patrimonio cultural intangible de la humanidad por la UNESCO.

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A sus 83 años, don Uriel es custodio de una tradición familiar en que se han reparado y fabricado carretas desde 1923 allí, en ese mismo taller en Sarchí, desde que Eloy Lolo Alfaro (1897-1986), su papá, abrió la fábrica que aún hoy lleva su nombre y que sigue en pleno funcionamiento con maquinaria histórica, con una rueda hidráulica que pone a funcionar los aparatos del lugar y con la sabiduría y experiencias acumuladas durante un siglo de historia.

De hecho, sobre este taller recaen dos honrosas declaratorias: es patrimonio histórico arquitectónico de Costa Rica, según un decreto publicado el 15 de mayo del 2014, y patrimonio industrial del país desde el 2013.

Es en ese taller que llega a su centenario, donde Uriel Alfaro se pone a hablar de la fabricación de carretas mientras se pone a jugar con una rueda hasta moverla para escuchar su canto, instante en que se le ilumina el rostro y habla de cómo ese canto, si es bueno, emociona a los boyeros. “Cuando un boyero oye esto, hasta que pela así los ojos”, dice emocionado.

Cantarinas

Los boyeros prefieren las carretas “cantarinas”.

“Cuando una persona canta y emite un sonido melodioso, se debe a condiciones fisiológicas especiales, que permiten que la vibración de sus cuerdas vocales haga de su voz un instrumento placentero que comunique algo bello. Cuando una carreta canta, emite un sonido agradable, que comunica la destreza del artífice y la satisfacción del boyero. La personalidad del “tico” busca vehementemente un sentido de lo estético, en todos los elementos de su vida y en esta tradición ha sabido otorgarlo”, detallan las investigadoras Cecilia Dobles Trejos, Carmen Murillo Chaverri, Giselle Chang Vargas en el libro Boyeros, bueyes y carretas. Por la senda del patrimonio intangible (2008).

¿Por qué cantan las carretas? Don Uriel detalla que es el sonido que se produce por el vaivén entre las ruedas de madera y las piezas de metal: la bocina y el eje, gracias al espacio que se deja entre ellas cuando la carreta se pone en movimiento. De hecho, la introducción de esos elementos de metal fue un cambio significativo en el instrumento de trabajo y medio de transporte.

“Indudablemente, este cambio va a mejorar la calidad y, por tanto, la duración de las ruedas, pero –sobre todo– va incluir un nuevo ingrediente a esa trilogía del hombre, buey y carreta: ese golpeteo que acompañará al boyero en sus largas travesías”, explicaron las especialistas en la publicación mencionada.

El tema del canto no es superficial ni anecdótico. Habla de la técnica con que están construidas las carretas. “Los artesanos de carretas de diferentes zonas del país, coinciden en señalar que se deben combinar tres elementos para que las ruedas tengan un buen sonido: el tipo de madera, el eje de hierro y la bocina, pues consideran que de la combinación de estos tres elementos depende que el sonido varíe. Por esto, hacer carretas “cantarinas” es un arte y algunas familias guardaban celosamente este secreto”, anotaron en Boyeros, bueyes y carretas. Por la senda del patrimonio intangible.

Y de esos secretos se ha nutrido la vida de don Uriel, menor de los ocho hijos de don Lolo, quien creció viendo los trabajos del Taller de Carretas Eloy Alfaro y participaba activamente desde niño, junto a sus hermanos.

En Sarchí, cuna de la artesanía costarricense, el Alfaro era uno de los talleres más célebres, junto al de la familia Chaverri, que ya fue vendido y se transformó en un taller de muebles y en un restaurante.

Según contaba su propio fundador, en 1985 le compró maquinaria importada de Alemania al Beneficio La Eva, de la familia Peters, y que el Taller de Carretas Eloy Alfaro construía unas 200 carretas o más al año, encargadas desde diferentes partes del país, en sus épocas doradas. Luego, agregó don Eloy en un artículo para el suplemento de La Nación, en Alajuela, construían dos o tres por mes para boyeros que las requerían para labores en el campo, ya no como medio de transporte.

Incluso, en la actualidad, este taller construye carretas: las que usan los boyeros en desfiles y entradas de santos, las decorativas y las que aún trabajan el campo. Los buscan mucho de otras zonas del país para que les ayuden con las reparaciones de las piezas de metal de las carretas (bocina, eje, herraje de la rueda, mancuernas y otros), que es la especialidad de don Uriel.

En el sitio se continúan usando no solo las máquinas alemanas que compró el fundador de la fábrica, sino aquellas que don Eloy creó para hacer las diferentes partes de la carreta.

Además, el taller cuenta con una rueda hidráulica de cinco metros de diámetro, que produce unos 12 caballos de fuerza, la cual pone a funcionar las máquinas para trabajar la madera y el metal. Energía limpia en un patrimonio centenario.

El famoso “molino de agua” ha estado durante toda la historia de este espacio; primero fue una rueda de madera de dos metros, luego, en 1934, funcionó una más grande hecha a partir de estañones y, finalmente, la actual entró en funcionamiento en 1965.

El agua se toma de una quebrada que atraviesa la propiedad.

A 100 años de su fundación

En el 2009, Uriel Alfaro y su hermano Fernando decidieron venderle el taller a la familia Cruz Rojas, de San Ramón, dueños de tiendas de artesanías. “Yo le dije a Fernando, ¿por qué no vendemos? Ya nosotros no vamos a durar mucho y así tomamos la decisión”, cuenta Uriel.

La venta inquietó a la comunidad, que se preocupó por el futuro de aquel taller histórico en Sarchí. No obstante, la familia Cruz mantuvo en funcionamiento el taller e, incluso, lo reforzó, ya que la estructura de madera de dos pisos presentaba deterioro.

De hecho, fue la propia comunidad la que le solicita al Centro de Investigación y Protección del Patrimonio Cultural de Costa Rica iniciar los estudios para la declaratoria de esta fábrica como patrimonio histórico y arquitectónico de nuestro país, según consta en una solicitud acompañada por seis pliegos con firmas en el expediente de este inmueble. También figura una carta con la anuencia de los dueños para la investigación y declaratoria.

Finalmente, el 15 de mayo del 2014, se decreta que el Taller de Carretas Eloy Alfaro era patrimonio histórico y cultural de Costa Rica. La declaratoria consideró que el sitio es “testimonio excepcional del desarrollo industrial en la zona de Sarchí, que conserva con integridad y autenticidad su función y operación hasta esta fecha” y que el trabajo que se desarrolla en el lugar “forma parte de la cultura inmaterial de Sarchí, que da a conocer labores artesanales propias del lugar y constituye un legado para las futuras generaciones y ejemplo de las manifestaciones culturales de nuestro país”, detalla el decreto firmado en ese momento por Laura Chinchilla Miranda, presidenta de la República, y Manuel Obregón López, ministro de Cultura.

Énfasis turístico

La familia Cruz Rojas reforzó el potencial turístico del lugar. Por ello, ahora, lo primero que ve uno al ingresar es una enorme tienda de souvenirs. Luego de cruzar ese espacio, se llega el taller que sigue en funcionamiento y donde don Uriel sigue trabajando, junto a otras tres personas.

“Yo me quedé porque esto a mí me apasionaba. Papá me decía: ‘Si trabaja en algo que le apasione, nunca va a trabajar’. Hicimos un acuerdo y yo me quedé”, cuenta este hombre, de 83 años.

Incluso, cada 20 minutos, es posible hacer un recorrido guiado por el lugar donde se profundiza en la historia del taller, la carreta y la tradicional pintura decorativa de las carretas, entre otros temas.

Además de las cuatro personas que trabajan el metal y la madera, el taller cuenta con tres pintores, los cuales decoran carretas pero también otros objetos con los ornamentos característicos. De esta forma, los buscados colochos de las carretas se ven en esferas para árboles de navidad, copas, jarras, bandejas y hasta en relojes de pared.

Encontramos a Kevin Madrigal, un sarchiseño de 25 años, concentrado con un delgado pincel cargado de pintura blanca. Él está haciendo los bordes de unos ornamentos de una carreta muy colorida. Contó que se enamoró de la pintura de carretas desde los 12 años, cuando veía a su tío trabajando en esto. Fue con él que empezó a aprender.

Años después, durante una feria de artesanía, le contaron que en el taller de los Alfaro buscaban un pintor. Eso fue hace seis años. “Esto ha sido una escuela totalmente. He mejorado montones y he podido ir perfeccionando mi estilo”, cuenta el joven.

A la hora de pintar una carreta o hacer este tipo de decoraciones se aplican los colores base, luego las sombras (colores más oscuros), posteriormente el delineado de las figuras y, por último, los famosos colochos de los ornamentos.

“Me encanta. Lo que falta es incentivar a los jóvenes para que esto no se pierda. Ahora todo es tecnología y cuesta mucho que los muchachos quieran aprender y dedicarse a algo como la carreta”, asegura preocupado.

Elizabeth Jiménez, de 53 años, también es pintora en el taller Alfaro desde hace unos seis años. Cuenta que cuando estudiaba en el colegio técnico de Sarchí terminó en la especialidad de pintura de carretas porque el director, en aquel momento, le dijo que metales –otra especialidad– no era para mujeres.

Durante la práctica profesional en la fábrica de carretas Chaverri fue conquistada por el trabajo y decidió no volver más al colegio, a pesar de que los otros pintores la trataron de convencer de que siguiera estudiando. “Les dije que quería aprender y seguir trabajando. Me aceptaron a regañadientes. Fueron muy buenos; me enseñaron bastante”, recuerda. Y entre colores y pinturas, Jiménez es feliz.

Por supuesto, los turistas se emocionan haciéndoles fotos a los pintores mientras llenan de vida y colorido los objetos que luego se convertirán en recuerdos de su visita a Sarchí. Se trata de personas que llegan allí por su cuenta o en buses con agencias turísticas.

Diego Cruz, uno de los actuales dueños, cuenta que en temporada alta y en buenos momentos han recibido entre 300 y 500 personas por día en el lugar.

“Desde la declaratoria vienen muchos estudiantes para hacer trabajos de historia y muchos turistas nacionales. Eso ha subido mucho”, expresa Cruz, quien es esposo de la hija de don Uriel.

El veterano fabricante de carretas guiña un ojo y dice: “Ese (el turismo y la venta de souvenirs) es el gran negocio. La carreta se sigue usando pero ya no es como antes: los boyeros la usan especialmente para desfiles y para llevar santos, ya no se deterioran y joden como cuando se usaban en el campo o cargadas en largos viajes”, afirma el menor de los hermanos Alfaro.

A él también le preocupa con quién compartirá todo el conocimiento que tiene. “Vea, aquí viene un chavalo, se queda un rato y se va. Yo entiendo, quizá hay otros oficios mejores, pero quién va a aprender esto”, asegura el sarchiseño que resguarda la tradición en ese taller.

Su yerno es más optimista. Considera que, en este centenario taller, la tradición está viva y sigue productiva. Además, el propio don Uriel promete trabajar “hasta que Dios me lo permita; es que esto es una pasión”, reitera, una vez más.