Euforia por la velocidad en dos suelas

El postulado de que el running mueve pasiones se convirtió en una verdad universal. Mientras unos consideran no sobrepasar la raya de la obsesión, otros se declaran adictos

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Gabriela Castro vive con el sudor a flor de piel. Su diaria existencia es indudable antónimo de la quietud. Su carro acumula cada vez menos millaje, mientras que las suelas de sus tenis quedan sentenciadas a una cortísima supervivencia, con un mínimo de 10 kilómetros diarios de recorrido.

“Soy una corredora con un vicio apasionante. Llego al punto de correr dos veces al día, y no son pequeñas distancias”, asegura, previo a relatar las extremas razones que la hacen declararse “adicta” al running .

Cada martes y jueves, Castro conduce desde su casa, en Sabanilla de Montes de Oca, hasta el Saint Claire, en Tres Ríos, para dejar a la menor de sus dos hijas. “Ya en el colegio me conocen y saben que yo corro mucho, entonces me dan permiso de dejar el carro ahí todo el día”, afirma.

Llueva o haga sol, esta mujer de 45 años regresa corriendo hasta Sabanilla, visita –también corriendo– a clientes que le piden entrenamiento personal a domicilio y luego vuelve a correr hasta Tres Ríos para recoger a su hija y el vehículo.

Los miércoles, por ejemplo, los reserva para ir a Cartago centro a comprar frutas –dice que le gustan las que venden ahí– y a visitar la Basílica de los Ángeles. El cerro de Ochomogo ya conoce de memoria la potencia de sus piernas y lo saben también los trabajadores de Recope, quienes ya se acostumbraron verla pasar. “¡Adiós, machilla!”, le gritan. Viajar en carro ya no es una opción.

“Si tengo que ir a San José a hacer algún mandado, me voy corriendo; si tengo que ir a Santa Ana, me voy corriendo. A veces la gente me dice: ‘Gaby, ayer te vi corriendo en San José’”, cuenta.

Su pasión llega a tal extremo, que cinco años atrás, cuando tuvo una fractura en los dedos del pie, decidió amarrarse las tenis y salir a correr a pesar del dolor y de la recomendación médica de un mes completo de incapacidad, pues no podían enyesarla. De aquella experiencia ahora tiene secuelas en un dedo, pero eso no la detiene.

Tampoco la obligan al descanso los reclamos de su hermana, a quien visita cada cierto tiempo en la ciudad de Anaheim, en Estados Unidos. “Apenas me bajo del avión, me voy para donde mi hermana, me pongo las tenis y me voy a correr. Ella me dice: ‘Usted ni se ha sentado a hablar conmigo y ya se va a correr’. A veces ni conozco los lugares, y me voy a puro GPS”.

La sapiencia milenaria china dice que toda crisis supone una oportunidad. En el caso de Gabriela, una trombosis venosa profunda (coágulo en una pierna) diagnosticada 20 años atrás fue la crisis que marcó el inicio de su romance con el running .

Ella se confiesa amante de este ejercicio por satisfacción personal y no por ganar medallas en competencias, y mucho menos por moda, algo que critica duramente debido la cantidad de personas que suben fotografías de carreras cada fin de semana.

“Esto es número uno en mi vida; bueno, mis hijas y correr. Yo dejo de limpiar, yo no hago oficio en mi casa hasta no correr.

”Habemos personas así, fanáticas, fanáticas. Ya es un vicio. Uno libera unas endorfinas increíbles, y ya eso el cuerpo se lo pide a uno”, asegura Castro.

Sus palabras llevan mucha razón. Seis años atrás, cuando correr todavía no era la tendencia que hoy se apodera de calles y senderos, el británico Tarquin Cooper se animó a confesarse públicamente en el diario The Telegraph , con un artículo titulado Confesiones de un adicto a correr .

“Los investigadores han estado hablando sobre correr, la misma actividad alentada por prácticamente todo el mundo en la industria de la salud. Encontraron que demasiado de este ejercicio genera una reacción en el cerebro que es similar a la heroína”, apuntó.

Carlos Madrigal, entrenador del Running Club de Pinares, explica que, por ejemplo, hay casos de personas que tienen problemas de alcoholismo y lo que hacen es cambiar esa adicción por la actividad física. “Es difícil frenarlos, lo que quieren es correr, correr, correr... Se comportan igual, pero en vez de tomar, corren”.

Según el sitio web Carreras por Montaña , la adicción al ejercicio resulta tan similar a otras dependencias, que incluso se puede experimentar el síndrome de la abstinencia en períodos de reposo.

Tal es el caso de Manuel Méndez, quien comenzó a correr tras una ruptura amorosa y pronto vio sus beneficios, como la pérdida de peso. Luego ingresó al mundo de las maratones y ahora entrena para la de Berlín.

“A veces me he hecho el autoanálisis. Cuando me lesioné fue terrible. Cuando uno pasa por La Sabana y ve gente corriendo, haciendo la analogía, es como cuando un alcohólico ve a alguien tomando una cerveza. Hay que manejar la ansiedad. Es que la motivación hace que uno se vuelva adicto”, admite.

Méndez afirma que su estilo de vida ha dado un giro desde que inició con este deporte, desde la alimentación hasta detalles en cuanto a las relaciones interpersonales. “Los viernes soy el amigo aburrido porque no puedo tomar, ni salir, ni acostarme tarde porque los sábados tengo fondo (entrenamiento)”, explica.

También ha cambiado el destino que le da a su salario. En promedio, este diseñador gráfico invierte entre ¢150.000 y ¢200.000 al mes entre las tenis, masajes deportivos, el entrenador, los fondos fuera de San José, gimnasio y natación para mejorar la capacidad cardiovascular.

Un efecto semejante tuvo el running en la vida de Vilma Acuña, la mayor del equipo de entrenamiento de San Rafael de Oreamuno, con 62 años.

“Son, no sé, millones...”, responde ante la pregunta de cuánto dinero ha invertido en los cinco años que lleva de correr. “Las tenis cuestan como ¢80.000. Sin rajonear, siempre he manejado entre seis y ocho pares, cambiándolos como cada dos meses. Ahorita tengo 10 pares, me duran bastantillo, como unos cuatro meses, porque los estoy turnando”, dice. En su armario hay tenis para campo traviesa, para el gimnasio, suaves para trotar, las de correr y otras diferentes para entrenar.

“Yo no volví a mirar zapatos o botines, ni nada de eso. Lo que me vuelve loca es entrar a tiendas deportivas. Esa es mi locura: la ropa y las tenis”, afirma.

Mientras conversa sobre su gran pasión, doña Vilma mira su abarrotado medallero y calcula que pueden haber ahí entre 60 y 70 preseas (luego las contó; son 64, en total). Acumula ya varias medias maratones (21 kilómetros) y su sueño es competir en octubre próximo en la maratón de Chicago para celebrar sus 63 años.

“Hay gente que me dice que si no me da miedo por la edad, pero yo les digo que ahora me siento más viva que cuando tenía 15 años, no era tan activa como lo soy ahora”, dice con orgullo. “Tengo más que claro que va a llegar el momento en que no pueda seguir. Yo me siento muy bien ahorita. No lo veo a cortísimo plazo. Creo que si llego hasta los 80, voy a seguir corriendo, pero no a este ritmo”.

En su familia, ya se acostumbraron a la idea de verla despertarse todos los días en la madrugada para salir a entrenar, a que ella ya abandonó el hobby nocturno de ver televisión, a no programar actividades los sábados por la noche y a que muchos domingos no estará presente porque asiste a entrenamientos fuera de la ciudad.

“¿Qué se me hizo un vicio? Sí. ¿Qué soy adicta? Sí. ¿Qué necesito salir todos los días a correr, aunque sea un rato? Sí. Es mi realidad y la disfruto en demasía”.

En la otra acera

Hay también quienes consideran que no han traspasado la delgada línea que divide la práctica de correr por salud de la de correr por obsesión, pero que se toman el asunto muy en serio. Ellos entran en el grupo de los “extremadamente disciplinados”, según Madrigal, entrenador del Running Club.

En esta categoría se inscribe Javier Sancho, quien comenzó a correr cuatro años atrás, cuando estaba por nacer su segundo hijo, y su esposa lo convenció de luchar contra el sobrepeso.

Para entonces, Sancho dedicaba 16 horas diarias a su puesto gerencial en el BAC, dormía poco y tenía una mala alimentación. Aún trabaja 16 horas y se despierta a las 4:30 a. m. para ir a entrenar, pero asegura que ahora tiene un mejor balance. Ha corrido 15 medias maratones, dos maratones (42 kilómetros) y este año hará la de Nueva York.

El nivel de disciplina que le exige su trabajo lo traslada también al ejercicio. Cada vez que va a competir, lleva un estudio completo de las rutas, la altimetría de cada zona, la ubicación de los puestos de hidratación y hasta de la temperatura que se espera para ese día, con el fin de elegir la ropa más adecuada y así no dejar ni un solo detalle al azar.

“Esto no se puede hacer sin el apoyo de la familia, de la esposa, de los hijos que tienen que entender por qué papi se levantó hoy temprano y que tal vez hizo un poquito de ruido, o por qué se acostó temprano”, explica.

En setiembre del 2013, por fin concretó el viaje que había planeado desde hacía mucho tiempo con su familia y amigos en un crucero. Tan solo faltaba un mes para la maratón de Chicago y debía entrenar, así que se levantaba más temprano que todos para utilizar una pista que había en el cuarto piso del barco, aunque aquello lo hiciera sentir como “un hámster corriendo en una jaula”.

Una razón similar se ha vuelto fundamental en la planificación de las vacaciones de Azalea Espinoza. Ir o no a un determinado hotel depende de las facilidades que haya para ejercitar sus piernas.

“Si tengo que entrenar... bueno, casi siempre tengo que entrenar, un criterio es que (el hotel) tiene que tener gimnasio y máquina para correr. Si no tiene eso, pues no, no voy”, establece.

Sin embargo, esta epidemióloga de 56 años, con una década de correr, asegura que sus motivaciones son la diversión y la salud, por lo que está muy lejos de una adicción a correr (o runnerexia , un término acuñado por médicos y psicólogos).

“Yo creo que no soy obsesiva. Soy responsable porque cuando tengo una meta y me lo propongo, trato de cumplir lo más que pueda. Pero no me obsesiono. Incluso yo, corriendo una maratón, he sentido dolores y no voy a sacrificar mi salud por una pasión”.

Madrigal, entrenador de Sancho y Espinoza, advierte que “más” no necesariamente implica “mejor”, y que si se exceden las cargas calculadas para el cuerpo de cada persona, se pueden producir lesiones serias, como fracturas por estrés, desgarres musculares, inflamaciones crónicas y ruptura de ligamentos; desgaste físico; así como consecuencias psicológica que pueden inducir a la depresión, la desmotivación y el abandono de la práctica.

“Eso va más con la personalidad, y usualmente está asociado a los comportamientos en todo lo que hacen. La gente que es ordenada o que es obsesiva en los trabajos va a replicar eso en el ejercicio. De hecho, las personas más ocupadas son las que más entrenan, porque son más disciplinadas”, comenta. “Lo que pasa en las personas obsesivas es que siempre quieren más, quieren hacer de todo, y terminan rindiendo en nada”.

En los últimos 11 años, Madrigal ha sido también entrenador de natación, fútbol, fútbol sala, baloncesto y acondicionamiento físico. Por algún razón que aún no descifra, el running es el ejercicio que genera más dependencia. “No sé si correr llama a las personas adictas, o correr se vuelve adictivo. Creo que tiene un componente de las dos”.