Estamos todos bien

“Llega la hora en que el silencio es traición” Martin Luther King

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El 18 de diciembre se murió Joaquín Varela Varela, de 19 años. Lo atropelló Adán, su vecino de toda la vida, cuando echaba en reversa la carreta del pick-up en la que todas las noches de viernes saca la papa al centro para que viaje a la capital la mañana del sábado.

El accidente bien pudo pasar inadvertido, pero ocurrió en Juan Santiago. Y en Juan Santiago no se moría nadie de causas no naturales desde el 7 de noviembre de 1949.

Nadie conoce la razón, pero tampoco nadie la busca. A los habitantes del pueblo, recientemente célebre por sus molinos de generación eólica, les basta con disfrutar del milagroso prodigio sin necesidad de entenderlo.

Funciona así: en Juan Santiago, cada vez que está por ocurrir la muerte trágica de un oriundo, otro la sueña la noche previa. Desde que se descubrió esa inusual lógica premonitoria, hace 64 años, rige como un acuerdo de facto la obligatoriedad de alertar.

“Aquí solo nos morimos de viejos”, dicen –con el pecho henchido– los juansantiagueños. Presumen de su buen ángel; de que a la inevitabilidad del destino la desafían soñando.

Caídas en la ducha, intoxicaciones colectivas en el turno, un par de incendios, sofocamiento con huesos de pollo, ocho intentos de asesinato, picaduras de abejas, alacranes y culebras, la mordida de un perro rabioso, tres explosiones de bombeta y hasta el golpe de un rayo en la piscina del balneario. De todo se ha soñado en Juan Santiago. Ya se sabe: lo primero en la mañana es avisar. ¡Se va a morir alguien!

Tampoco crean que todo es color de rosa. La gente padece; se enferma. Se muere. Pero rara vez a alguien la muerte lo toma por sorpresa. Siempre, dicen aquí, a la tragedia se le ve venir, y al que le toca, avisa.

El atropello de Joaquín Varela se lo soñó Arnaldo Cubillo, y no dijo nada. Solo ocho meses antes, Xinia (la del videoclub) le había salvado la vida a Cubillo, cuando soñó que una cabeza de agua los revolcaba a él y a su hermano mientras pescaban en el bajo del río Revuelto.

Arnaldo primero dijo que no avisó porque no cree. Después dijo que no dijo porque tal vez alguien más iba a decir. En Juan Santiago lo que dicen es que Cubillo mató a Varela desde un día antes de que lo atropellaran. “Aquí solo nos moríamos de viejos”, refunfuñan.

Se aferran a que en Juan Santiago el mal inevitable, la tragedia ignorada, aquello de que “cuando la patada está pal perro, ni aunque se meta debajo de la cama”, solo son ley para dos tipos de gentes: los que se resignan, y los que se callan.