Ella plantó el icónico árbol del bulevar de El Bosque, en San Francisco de Dos Ríos

A sus 92 años, doña Nidya Palma sigue al cuidado de un gran ser vivo, el cual le llegó como semillita en ‘La Nación’, hace tres décadas

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La suya es una historia de amor. Doña Nidya quiere a un árbol como su hijo, lo ve y lo siente así porque llegó a sus manos en forma de semillita, una que como amante de la naturaleza plantó y regó con la esperanza de verla germinar. El resultado la asombra y enorgullece 29 años después.

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Todo empezó el 22 de mayo de 1994. Era domingo, según plasmó en un diario en el que tiene anotados diferentes acontecimientos importantes. “Su hijo” le llegó en el periódico. A sus 92 años, con su voz y recuerdos intactos, Nidya Palma Rodríguez repasa cómo inició una de las satisfacciones más connotadas de su vida.

“En un sobrecito, que traía el periódico La Nación, venían dos semillas. Recibimos el periódico hace años y esa vez traía ese regalo. Como me gusta sembrar, puse, en una maceta, las semillitas. Para mi sorpresa germinaron, me sorprendió. Las fui cuidando pensando en que luego las pasaría a otro lugar”.

Su aliado en la misión fue su esposo Juan José Castro Jenkins. Ambos estuvieron atentos a la evolución de aquellas semillas y llegaron a un acuerdo: cuando el árbol, que se había asomado como un tallito leñoso, creciera más, lo pasarían a un lugar en el que pudiera desarrollarse sin límites a lo largo y ancho.

El árbol continuó creciendo y cuando alcanzó una altura de medio metro, doña Nidya y su esposo cruzaron hacia el bulevar de El Bosque, en San Francisco de Dos Ríos. Fue en 1995 cuando lo trasplantaron.

En la zona urbana, un largo trozo vivo y enzacatado fue el espacio que eligieron para plantar el árbol. Hoy es el primero y más imponente en una fila de distintos ejemplares que fueron llegando con el tiempo. A cada uno de sus lados se encuentran, inertes, una venta de baterías y un supermercado.

Antes de crecer y convertirse en lo que es hoy, el árbol fue un arbolito resguardado con cabitos de madera. Desde su hogar, a 50 metros, la señora, quien siempre ha sido ama de casa, se mantuvo vigilante para que su tesoro no fuera víctima de ninguna maldad.

“Tratamos de protegerlo con un corralito. Cuando llegaban los trabajadores de la municipalidad a cortar el zacatito, yo salía corriendo para pedirles que me lo cuidaran porque era mi hijo. Ellos me decían que no me preocupara”.

Durante muchos veranos, la señora cruzaba con botellas llenas de agua para refrescarlo abundantemente. El árbol crecía y crecía hasta que un noviembre mostró por primera vez las jugosas flores rojas, propias de un Llama del bosque, especie también conocida como Tulipán africano.

“Tengo una foto de cuando él y yo éramos jóvenes. Cada noviembre se pone precioso: lleno, lleno de flores. Cuando llegaron yo no sabía de qué eran las semillas”.

Palma no recuerda si La Nación o el sobre de las semillas indicaba algo. Al consultar con el departamento de documentación de este diario, no se halló información relacionada con las semillas.

Ella rememora que decidió sembrarlas y darles un lugar especial. En el patio de su casa tenía varios arbolitos frutales, incluso matas de bananos; todos se fueron secando.

El Llama del Bosque tuvo un destino distinto y hoy está más vivo que nunca. La adulta mayor se siente realizada cada vez que contempla al que ha sido su compañero durante una tercera parte de su vida.

El sitio especializado Mundo forestal indica que este árbol es originario de las zonas más húmedas de África Occidental y que crece muy bien en países tropicales y subtropicales de todo el mundo. Aunque, eso sí, no todos tienen la suerte de verlo crecer.

Ligia Castro Palma, la hija mayor de doña Nidya, también sembró las semillitas que le llegaron con el diario, pero a ella “no le pegaron”.

Volviendo al “hermano menor” de Ligia, el árbol, este es conocido por ser una de las especies ornamentales más gustadas por sus grandes flores acampanadas, que hermosean cualquier lugar gracias a su floración.

A finales de agosto, cuando se preparaba este artículo, el árbol no estaba floreado, sin embargo, su grandeza atraía muchas miradas.

La mamá del árbol

Con su mirada brillante, doña Nidya expresa lo feliz que la hace sentir poder hablar de su árbol.

“Es una historia bonita, porque cuando le digo a la gente que lo sembré yo, se quedan admirados. Es el primero en la fila. Había otro muy cerca, pero un carro se estrelló una vez y lo quebró. El mío inicia el bulevar y luego se hizo una fila detrás de él. Ahí está adornando. Antes esa parte estaba muy pelada”.

Doña Nidya nació en San Ramón y fue su papá quien le inculcó su amor por la tierra y sus frutos. Su jardín, en su casa de San Francisco de Dos Ríos, está lleno de flores y diferentes plantas.

Durante su vida, recuerda, ella sembró maíz, caña, rábanos, entre otros. Siempre ha tenido afinidad por la tierra, afición que combinó con su labor como ama de casa.

Doña Nidya y su esposo Juan José, quien falleció hace unos 20 años, tuvieron siete hijos: Ligia María, María Gabriela, Rafael Eduardo, Juan José, Luis Diego, Rolando y Mauricio Castro Palma.

El octavo hijo, el árbol, llegó cuando ya todos eran adultos.

“Al tener varios hijos, lo mejor era estar en la casa para cuidarlos. Tuve dos hijas, que son las mayores, y cinco varones. Ya todos están grandes, casados. Todos se la pasan cuidándome para que yo esté bien”.

Actualmente, la señora vive con su hijo Rafael y con Cristina, la señora que la cuida en la casa, aunque eso sí, resalta que ella se maneja sola.

“Uno va perdiendo facultades, pero ahorita me baño sola”, agregó doña Nidya, quien en todo momento recuerda a su árbol.

Doña Nidya atesora el recuerdo de su esposo y celebra que él pudo ver su árbol crecer,

“¿Cómo puede ser que se hizo tan grande? A la gente le digo que ese es uno de mis hijos, el número ocho. Mi hijo menor tiene 52 años. Ya él estaba mayor cuando empezó el proyecto del árbol. Mi hija mayor tienen 70. Todos me han apoyado con mi árbol”, confió.

No hay día en el que la señora no vea su árbol desde la ventana de la casa, espacio en el que tiene un cómodo y grande sillón en el que se sienta a leer el periódico que recibe hace unos 60 años. Se trata del mismo diario que, en los años 90, llegó con uno de los regalos más valiosos de toda su vida.

“Lo veo siempre por la ventana y cada vez que paso le echo una miradita con cariño. Estoy bien. Lo que pasa es que ahora dependo mucho de un aparatito para que me dé oxígeno. Yo rara vez puedo salir. Lo que hacen es llevarme a citas médicas, me tienen silla de ruedas, de todo para que esté con más calidad de vida. Tengo una vida bastante bonita. La suerte que tengo es que mi memoria está intacta”.

Doña Nidya vive feliz, recientemente celebró sus 92 años y sus hijos le hicieron fiesta con un conjunto musical incluido. Se reunieron sus siete hijos, quienes le han dado 18 nietos y 10 bisnietos. Todos saben del árbol.

“Todos saben que yo lo sembré y la historia de las semillitas. También me conocen y saben que lo primero que leo en las mañanas es La Nación, solo que evito las noticias feas, esas no me gustan. También me gusta entretenerme con libros. Uno de mis hijos me trajo de Guatemala uno que narra la historia de un muchacho que no tiene brazos ni piernas, que es motivador y anda por el mundo. Me encantó”.

Palma continuó: “Justamente, un domingo de estos leí en Revista Dominical la historia de Alex Reyes (el motivador y charlista que perdió sus dos brazos tras un accidente automovilístico en el 2020). Me motivó mucho. Reviso el periódico antes de desayunar. Lo que me gusta, lo leo”.

Doña Nydia desconoce cuánto puede llegar a vivir su árbol. Ella espera que mucho más. De lo que sí hay certeza es que puede alcanzar hasta los 20 metros de altura y 15 metros de ancho en su copa. En el primer año, según se precisa en un artículo de La Nación del 2001, el Llama del Bosque puede crecer hasta 1.80 m.

“El árbol va a vivir todo el tiempo que yo viva y cuando yo no esté quiero que me lo cuiden, porque él me representa a mí. Nunca le puse un nombre”.

Un hermano

Rafael Castro Palma, el tercer hijo de doña Nidya, es quien vive con ella. Él reconoce que el árbol es un hijo más para su mamá y que definitivamente para ellos es un hermano.

El señor manifestó que su madre es “una bendición total”.

“Nos alegra que ella le guarde cariño al árbol porque fue un proyecto de vida que hizo con mi papá. Lo llevaron adelante y ahí está”

Reencuentro

Para hacer las fotos que acompañan este artículo, doña Nidya se reunió con su amado árbol, uno que dice, entre risas, que hoy le da sombra a “la Trafiquina”, la conocida señora que suele ubicarse en el inicio del bulevar para guiar, por iniciativa propia, a los conductores. Ella se ha popularizado, además, por ser una gran amiga del presentador de televisión Ítalo Marenco.

“Ella es la que lo disfruta”, dijo.

Al estar cerca de su árbol, la señora no para de sonreír. Su mirada irradia alegría. Reitera lo complacida que se siente de poder contar esta historia que atesora.

“Hoy pienso que lo vivido es lo que uno se lleva”.

De sus vivencias, hay un libro llamado Relatos de mi vida, que su hijo Juan José Castro Palma fue escribiendo con las anécdotas más significativas que su madre le contaba.

La portada de la obra literaria, que imprimieron para celebrar los 87 de años de doña Nidya, está ilustrada con la foto de ella junto al querido árbol. Bajo su sombra, tal como lo canta Alberto Cortez en una de sus más populares canciones, ella y él reviven valiosos recuerdos.