El retratista de diablitos

El fotógrafo costarricense Jose Díaz tiene 20 años de visitar asiduamente Boruca y Rey Curré para documentar de cerca, a profundidad, el Juego de los Diablitos. Estas son algunas de las imágenes e historias cosechadas

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Aquel era un día caliente de febrero: el sol picaba y las calles de tierra lucían un café reseco. Subiendo una cuesta en Rey Curré, territorio indígena en la Zona Sur de Costa Rica, venía una procesión de diablitos, con las más variopintas y atractivas máscaras de madera, enfrentando a un toro que embiste de verdad ataviado con una fuerte máscara y una estructura flexible y pesada construida con ramas de guayabo. La tradición está viva. Una vez más, el pueblo boruca recordaba y revivía su lucha contra el invasor español, un foráneo agresivo que los quiere avasallar. Los acompaña otra procesión: la comunidad, los turistas y una enorme cantidad de fotógrafos curiosos.

Muchos, con cámara en mano, descubrían, con la fascinación que da la primera vez, el tradicional Juego de los Diablitos. Otros, como Jose Díaz, mostraban las ansias controladas.

No cesaba su cacería de buenas imágenes –un anhelo que se vuelve una obsesión de vida–. Ya sabía a lo que iba y su mirada detrás del lente se concentraba en profundizar en la fiesta que venía siguiendo desde el 2003 en Boruca, territorio indígena donde esta tradición se desarrolla entre el 31 de diciembre y el 2 de enero, y en Curré, donde se efectúa el primer fin de semana de febrero. Se adelantaba a la acción, tenía acceso a espacios que otros no, gracias a amigos en la comunidad, y estaba atento a detalles y personajes que los recién llegados ni siquiera notaban...

Este recuerdo es del 2007, cuando aún usaba una cámara con película y tenía que revelar el rollo para ver qué sorpresas le deparaba. Hoy, Jose Díaz ya suma dos décadas de retratar diablitos y ha capturado infinidad de imágenes del festejo, declarado como patrimonio inmaterial de Costa Rica en el 2017. Ahora, una ínfima pero muy selecta parte se exhibe en las paredes del Cuartel Bellavista, sede del Museo Nacional en San José.

En Memoria Brunca: Cagrú^Rojc (Boruca y Rey Curré), Díaz le pone rostros a la tradición, explora escenas inolvidables y detalles que no se deben pasar por alto. Son 26 imágenes, apenas un aperitivo.

El fotoperiodista y artista aspira a publicar un libro de fotografía documental en homenaje a la tradición y a las dos comunidades que lo han recibido. Tiempo al tiempo para que el sueño se materialice. “Tiene que ser patrocinado; es un proyecto caro”, explica.

Mirada a profundidad

A Jose, el Juego de los Diablitos le permitió dejar en casa, en San José, al fotoperiodista que procura eternizar una noticia en unas cuantas imágenes, que corre con la inmediatez, que se mueve al ritmo de lo urgente.

“Veo el Juego de los Diablitos como una obra de teatro que transcurre en tres días. Me ha permitido salirme del fotoperiodismo, sumergirme, conocer gente, volver y buscar esos detalles que me faltaron en las visitas anteriores. Muchos van una vez; lo mío es más profundo”, cuenta este artista de 56 años y con 24 años de experiencia en fotografía.

A él lo iniciaron en esta tradición los artistas y gestores del extinto dúo de danza Diquis Tiquis, luego de que él les hizo una sesión de fotos para un reportaje en el periódico La Nación. Ellos le abrieron una puerta y él quedó encantado con lo que encontró.

“Es una fiesta que me gusta mucho. Es muy auténtica y tiene una gran fuerza”, asegura.

Primero iba a unas cabinas, luego se instalaba en una tienda de campaña en un patio de algún vecino que lo invitaba y, ya con la confianza y la amistad cosechadas, en los últimos tiempos se queda con los lugareños que le prestan un cuarto y hasta una casa –la de Feliciana González, en Bocura–. Él agradece el cariño con fotos, ¡de qué otra manera iba a ser!

Durante muchos años, doña Celedina Maroto (1947-2020) y su hijo, Saúl Rojas (Diablo Mayor), lo adoptaron durante los días en que se quedaba para el Juego de los Diablitos en Rey Curré.

“Uno hace amigos. Los trabajos documentales son así: requieren cercanía. Que cuando uno se acerque con la cámara, la gente no lo vea como un extraño, sino que sigan con esa naturalidad, y para eso se requieren años y paciencia”, asegura Díaz.

“En cambio, en el periódico, todo es ya”. Conoce muy bien el corre-corre de los medios de comunicación, no solo por su largo paso por La Nación, sino también cuando le encargan trabajos en fotoperiodismo en la agencia Ojo por Ojo. Y no solo es una cuestión de tiempo: hace cientos de fotos, se encariña con las imágenes y solo una o dos son escogidas...

Definitivamente, la foto documental le da otras posibilidades y él, con esa mirada tan cuidadosa y esa visión que siempre busca ir más allá, le apuesta a todas las que pueda; de allí que su trabajo se haya ganado un lugar en exposiciones en los Museos del Banco Central, en el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo, el Museo de Arte Costarricense y Teor/Ética, entre otros espacios.

Casi en todas partes

En el sur, él se escurre en casi todas las partes del Juego de los Diablitos. Le gusta llegar antes de la fiesta y ver cómo la preparan todo: desde el traje del toro, para el cual los participantes atisban todo el año las mejores ramas del guayabo, hasta los animales que se matan para las comidas de esos días.

Conoce los límites, los acata y honra: no acude a la nacencia de los diablitos que ocurre en un lugar sagrado, una loma, en lo alto, tanto en Boruca como en Rey Curré. Ni siquiera insiste. “Me parece irrespetuoso”, dice.

La nacencia ocurre el primer día, apenas el reloj avanza por los primeros minutos.

En esa loma, los diablitos –los españoles llamaban así a los indígenas porque no habían sido bautizados en la religión católica– reciben la fuerza de Cuasrán, héroe mítico de los borucas que se resistió a ser colonizado, para tres días de lucha contra el invasor, que en esta ceremonia toma forma de toro. “Sí, el invasor es el español, pero también cualquier amenaza contra el pueblo indígena”, precisa Díaz.

Incluso, los borucas creen que Cuasrán es uno de los diablitos que andan por allí, disfrazado tras una de las máscaras de madera.

El Toro, que solo lo manejan jóvenes fuertes de cada comunidad, aparece en la mañana del primer día y embiste fuerte. Aprovecha cualquier momento y, sobre todo cualquier despiste, para llevarse por el frente a un diablito. Y no es jugando. Más de uno ha terminado en una zanja o con un buen golpe. Nadie reclama eso sí: es parte del juego.

Una particularidad que escuchamos del propio Díaz: el primer día, los diablitos suelen usar máscaras de madera sin pintar; el segundo, aparecen piezas más bonitas y el tercer día, son las mejores, en especial porque será el día en que muera el Toro. Las máscaras “jugadas” se venden a mayores precios que aquellas que no participan en la festividad.

Antes de la caída del toro, los diablitos sufren. Llega un momento en que el Toro los tumba a todos; es decir, los consigue matar. Sin embargo, ellos vuelven a la vida al escuchar el sonido del caracol. Mientras tanto, el enemigo huye para el monte. Lo logran atrapar, lo amarran y lo traen, furioso, a su destino final: ser quemado vivo...

La estructura arde en el fuego y la fiesta en grande se desata cuando corren, triunfantes, con el esqueleto de madera aún en llamas por el pueblo. “No, por supuesto, la máscara del Toro no quema”, detalla el observador tras el lente. El Toro muerto marca la victoria indígena.

Menos ansias, más chicha

No es tarea fácil lograr una buena foto entre aquel gentío que se une en cada comunidad indígena. Además es fácil dispersarse entre tantas cosas pasando: el juego, las historias, la chicha, los tamales de arroz, los gritos y el cerdo ahumado...

Jose anda avispado. Sin embargo, siempre regresa, siempre siente la necesidad de volver porque busca mejores fotos de alguno de los momentos de la actividad.

Ahora que tiene buenos amigos en cada comunidad, también es un momento para pasar a visitarlos, ver cómo están y actualizarse de las novedades. Ir donde el Diablo Mayor, ir donde el acordeonista, visitar a Fulano o a Zutana... Así, los tres días del Juego se le van en un tris tras.

“Fotografiar a los Diablos me devuelve esas ganas de fotografiar de cuando empecé. No me quiero perder detalle aunque tenga tanto tiempo de ir. Lo disfruto, lo vivo con ellos. Vibro con ellos en el ritual, esa es la mejor manera de decirlo”.

Aunque la curiosidad sigue intacta en estas dos décadas, algo ha cambiado en Jose en este tiempo: ya no hay ansias ni apuro alguno.

“Sabés, ahora tomo más chicha y hago menos fotos”. Sentados refrescándose en el salón comunal de Rey Curré, así se lo confesó, entre risas, el fotógrafo al arqueólogo Francisco Chico Corrales en un marzo caluroso. El estudioso de los restos materiales de los pueblos originarios disipó cualquier preocupación que pudiera tener: “Ya lo entendiste todo”.

∗Cada fotografía está acompañada por el texto de Jose Díaz para la imagen.

Frente a las fotos

Exposición de fotografía documental: Memoria Brunca: Cagrú^Rojc (Boruca y Rey Curré)

Fotógrafo: Jose Díaz

Lugar: Sala de Exhibiciones Temporales del Museo Nacional (sede de San José, Cuartel Bellavista)

Abierta hasta el 7 de enero del 2024

Horario: De martes a sábado, de 8:30 a. m. a 4:30 p. m., y el domingo, de 9 a. m. a 4:30 p. m.

Precio de la entrada: Gratuita para nacionales y residentes con identificación.