El miedo, según la ciencia

Los pelos de punta, las manos sudorosas y el corazón palpitando a toda velocidad, son síntomas que nos dicen que estamos asustados. ¿Qué hay detrás del miedo?

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Letal puede parecer una pistola apuntando directo al entrecejo, un callejón oscuro, una cucaracha masticando, silenciosa, la pasta de dientes en el baño... Todo depende. Lo que sí es un hecho es que cualquiera de estos momentos de supuesto peligro inminente, tienen un mismo actor principal: el miedo.

El miedo es una respuesta natural del ser humano ante un estímulo adverso que la persona interpreta como una situación de riesgo.

Sin embargo, esta reacción es el resultado de un conjunto de procesos que ocurren dentro del cuerpo humano. Hay un largo camino entre la imagen de terror y la piel de gallina. De sentirlo, nadie está exento. Es por eso que en este mundo no existen los valientes.

El proceso

Todo comienza con el estímulo (el ratón, que también podría ser un trueno, una película, un avión o una puerta que traquea). Pero para facilitar la explicación, supongamos que estamos acampando en el bosque.

Después de la fogata y los marsmelos, nos vamos a dormir. Cuando estamos dando el último bostezo, escuchamos un ruido.

Este sonido lo percibe el organismo a través del tálamo, una estructura neuronal en el cerebro, que funciona como una parada obligatoria donde se detiene la información sensorial antes de viajar a otras partes del cerebro. Este, sin pensarlo, envía la información recibida a la amígdala, otra parte del cerebro en forma de almendra, que se encarga de procesar y almacenar las reacciones emocionales.

La amígdala activa lo que se conoce como “respuesta de pelea” o huida, una reacción que básicamente ayuda al cuerpo a correr por su vida o a pelear contra la amenaza. De esta forma, se empiezan a liberar hormonas y señales que ponen a trabajar diversas partes del cuerpo.

Entonces, mientras estamos sentados en la tienda de campaña y escuchamos el ruido, empezamos a sentir cómo el corazón bombea más rápido, respiramos con más fuerza, nos sudan las manos, llega más sangre a las piernas y hasta podemos sentir un poco de náusea.

Esa es la manifestación física del miedo.

No obstante, mientras la amígdala trabaja a toda máquina con su respuesta de supervivencia, hay una parte del cerebro que analiza con mayor detenimiento ese estímulo auditivo: el hipocampo.

Este funciona como un traductor con buena memoria. y se empieza a hacer preguntas como: Ese sonido ¿lo provocó el viento? ¿Debería preocuparme? ¿Pudo haber sido un jaguar? ¿Es peligroso? ¿He escuchado esto antes?

Luego del análisis, el hipocampo envía su interpretación a la amígdala para decirle: “Quédese quieta, tranquilícese, no hay ningún peligro” o “¡corraaaa, que un jaguar se aproxima!”.

Miedo incontrolable

Todo el proceso anterior es el miedo natural, que ayuda al ser humano a sobrevivir. Sin embargo, existen personas que son incapaces de controlarlo y desarrollan trastornos de ansiedad.

“Con trastornos de ansiedad como las fobias, el sistema del miedo está hiperactivo o hiperfuncional”, explicó el psiquiatra Mauricio Campos. Esto ocasiona que una persona reaccione de forma excesiva ante una situación que no es de riesgo.

“Un ejemplo es una persona que vivió una situación traumática con un ratón, en la que el cerebro pensó que había un posible riesgo. A nivel del sistema nervioso, pueden quedar ciertas vías hiperactivadas, y cuando se vuelve a exponer a ese evento (un ratón), el sistema reacciona de forma excesiva, como si fuera una situación de muchísimo peligro”, agregó Campos.

Es decir, aunque la persona trate de convencerse de que no hay riesgo, su sistema interpretará lo contrario. La reacción de pelea o huida funcionaría al 100% de forma innecesaria y s

e activa muy fácilmente.

Estos miedos incontrolables pueden afectar las actividades cotidianas de la persona. La ansiedad puede ser tal que el individuo no quiera salir de su casa, ir al trabajo o socializar por miedo a sufrir un nuevo ataque de pánico.

Sin embargo, en vez de asustarse por sufrir estos miedos incontrolables, la persona debe buscar ayuda con un especialista.

“Muchos de los trastornos de ansiedad se abordan muy bien con medicamentos que regulan la serotonina (antidepresivos o medicamentos inhibidores selectivos de recaptura de serotonina, ISRS)”, explicó el psiquiatra Mauricio Campos. Estos se pueden combinar con benzodiazepinas para reducir la ansiedad inmediata.

La combinación perfecta para el tratamiento es la medicación acompañada de terapia cognitiva conductual.

En esta se ayuda al paciente a manejar los pensamientos irracionales y se trabaja en la desensibilización. Según explicó Campos, esto consiste en exponer poco a poco a la persona a las situaciones u objetos que le causan ansiedad. Así, por ejemplo, se le enseña una foto de un ratón, luego de un muñeco, después de un ratón pequeño, de manera que el paciente empiece a desarrollar control sobre la situación.

En síntesis, no hay que tenerle miedo al miedo, solo saber controlarlo.