El hogar Betel

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El hogar Betel

Fotografías: Albert Marín Texto: Irene Vizcaíno

Casi todos los huéspedes llegan escurridos, y no solo de carnes. A pesar de ese deterioro, el primer remedio que les dan al llegar al Hogar Betel, en Pococí de Limón, es una mezcla de caña fístula y sal Inglaterra para empezar la purga de piedra, pegamento, alcohol, sobras y basura que ‘se han metido’ durante meses o años de rodar.Aquel es el inicio de la sanidad del cuerpo, porque la del alma es mucho más difícil. “La sangre de Cristo nos limpia”, dice con absoluto convencimiento Joaquín Castillo, quien fundó hace 22 años este centro, aunque no en este lugar. “Ellos vienen muy enfermos; psicológicamente vienen desbaratados por su familia, donde les han dicho ‘mejor hubiera parido un rollo de alambre que a usted’. Les dicen ‘asesinos’, ‘ladrones’, y ellos pasan creyendo eso”, asegura Castillo, mientras le viene a la mente su propia historia.Según cuenta, a él también le ‘quisieron sacar el diablo a pura faja y castigo’, pero con el tiempo descubrió que así no sale. En un cálculo rápido, estima que por el Hogar han pasado unos mil hombres, de los cuales el 10% tuvo un cambio en el primer intento. De los que caen y regresan, otro 10% lo logra.“Si no quisiereis y fuereis rebeldes, seréis consumidos a espada; porque la boca de Jehová lo ha dicho”, cita de memoria Castillo del libro de Isaías.Antes había espacio para 14 internos; ahora caben 20. Tal vez dentro de poco, quepan más. Para atender a cada uno se requieren ¢3.000 diarios, que llegan por diversas vías: generosidad, venta de artesanías, reciclaje y construcción de baldosas.Del día de la purga, ya ya pasaron dos años para Mario González, quien se quedó en el Hogar trabajando en todo lo que hiciera falta. Él –dice– es un testimonio de que sí se puede salir adelante, incluso después de tocar fondo. Para José Isaías Solís Flores, el camino apenas comienza. Lleva tres meses aquí. “Me molesta mucho la luz”, explica, cuando le preguntan por qué se encierra en su cuarto a oscuras. Ahí también se esconde a comer chocolates para calmar la ansiedad, pues esta lo ataca pese a sus esfuerzos por mantenerse ocupado y hacer las tres oraciones diarias.“La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”, dice Joaquín Castillo, recordando palabras de San Pablo en el libro de Hebreos.Esa es una de las citas que cada día repite Castillo a sus pacientes. Porque aquí se vive un día a la vez, contando desde aquel de la purga.