El artista de los buses: Lienzo en motor diésel

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Fotografías: Mayela López / Texto: Darío Chinchilla

Cuando vimos que un mínimo ‘Yo’ es la firma que aparece en buses y camiones –por ejemplo, al pie de un Moisés que abre el mar Rojo con una furia a lo Charlton Heston– supimos que debíamos buscar a ‘Yo’. La fotoperiodista Mayela López lo encontró primero y nos pasó el santo: el seudónimo pertenece a Shaggy , o a Juan Carlos Villalobos Bogantes, para los formales. El pintor no tiene un pelo de Shaggy porque, además de que usa el cráneo a rape, cumple con el estereotipo que les encaramamos a los tipos que trabajan con motores pesados: figura maciza y manos de leñador.

Quiere que esta nota consigne que es “loco y aventurero”. Anotado. También es un autodidacta del dibujo y la pintura. Tiene 47 años y es originario de Grecia, Alajuela, aunque ahora vive en el cantón central. En algún momento de su vida, vendió sus trabajos en la plaza de la Cultura. Entre 1986 y 1992 vivió en Estados Unidos, y ahí aprendió a pintar con aerógrafo. Entonces fue cuando empezó con los lienzos de carga pesada.

No tiene un taller, sino que se moviliza con su equipo de frontera a frontera. “Si usted anda estresado y ve un carro bonito, eso le alegra el alma; le dan ganas de seguir adelante, de decir ‘la verdad es que la vida es muy bonita’”.

¿De dónde nacen las ideas de las obras? Casi siempre vienen un poco del cliente, otro poco del pintor. Por ejemplo, en el caso de la compañía alajuelense de buses que luce el Moisés, el dueño de la empresa quería una colección de escenas bíblicas en sus vehículos. “Yo les propuse modernizar un poco, porque no quería hacer temas religiosos tristes: hay que ponerle algo de imaginación y fantasía”. Así fue como puso al patriarca a dividir las aguas para que el bus de Carrizal pase en medio.

Shaggy sabe que trabaja con algo que sus clientes no necesitan realmente, pero dice que es bonito ir por la vida embelleciendo el país. “El reto más grande es cuando me dan un camión de ¢25 millones y tengo que hacer que suba su valor y no que baje”.

Shaggy no quiere reconocimiento y revela un disfrute infantil por el misterio que cubría su seudónimo. Recuerda a su difunto papá, Marco Vinicio, de quien admiraba su talento para el dibujo, pero también la elegancia de su firma. Una vez, de niño, le mostró un dibujo y le pidió el consejo de cómo podría firmarlo. Don Marco le respondió con otra pregunta:

–¿Quién hizo ese dibujo?

–Diay, yo. El resto fue historia sobre ruedas.