El arte de las payasadas: cuando la carpa es trabajo y hogar

¿Nómadas solitarios? No mucho. Contravía es un circo familiar al que se han unido nuevos miembros interesados por el arte de entretener. En las vísperas del reestreno de su espectáculo “Pachamama”, tres artistas relatan cómo es pertenecer la escena circense en Costa Rica.

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Nariz roja, escarcha y maquillaje colorido decoran a un hombre de metro noventa montado en un monociclo que no le llega a sus rodillas. Luis Alpízar tiene 33 años y es uno de los malabaristas y clowns del circo Contravía.

“La gente cree que no tengo las habilidades para hacer lo que hago”, comenta con tono burlón, “creen que soy un poco tieso por la edad o porque soy muy alto.”

No fue sino hasta hace ocho años que Luis decidió adentrarse en este arte. A través de talleres de labores de bien social en diferentes zonas del país, pudo encontrar un espacio para expresarse y aprender de otras personas.

Dentro de estos programas, aprendió distintas habilidades que lo llevarían a conocer a una de las integrantes de Circo FantazzTico, su primer hogar como payaso.

Este circo es un espacio de creación artística para niños en condición de vulnerabilidad social de Pérez Zeledón que se centra en la enseñanza de habilidades típicas de un circo como malabares y acrobacias. Dentro de este ámbito, Alpízar conoce también a uno de los fundadores de Contravía, quien le pide unirse a ese circo.

Actualmente, Contravía se prepara para presentar Pachamama. Este 7 de abril, expondrán en Jazz Café Escazú un show con temática ecologista lleno de acrobacias y un repertorio de música en vivo creada específicamente para acompañar la historia. Por esta razón, los entrenamientos grupales e individuales se han vuelto más arduos conforme se acerca el día.

Para que Luis pueda cumplir con su rol como uno de los barrenderos en Pachamama, debe columpiarse entre los ensayos a diferentes horas y sus otras obligaciones diarias, como su trabajo a tiempo completo de mecánico automotriz.

Balanceándose sobre su transporte de una rueda, Luis cuenta que el circo representa, más allá de fuente de una ingreso, un hogar en donde puede compartir con amigos y sentirse parte de una familia. Y es que muchos de los miembros de Contravía son, de hecho, familia.

Sin embargo, cuando habla con otras personas de su trabajo como payaso, las reacciones con las que se encuentra no son siempre las más amigables.

Tal vez sea la excesiva cantidad de películas hollywoodenses lo que alimenta esta idea. Según dicha ficción, los circos están llenos de inadaptados que viajan en grandes caravanas y nunca tienen que comer.

“Hay una etiqueta de vagabundo cuando se habla del circo. La gente cree que nosotros pasamos ahí de vagos para pedir unas monedas, pero en realidad es un entrenamiento físico y mental continuo”, explicó Luis.

Contravía quiere que Pachamama llegue a diferentes escuelas y espacios públicos para difundir un mensaje de concientización. Pero la escena circense en Costa Rica, y en el mundo en general, es difícil y cuando no se cuenta con fondos o un espacio para las presentaciones, la carpa que sostiene al circo se puede caer.

De igual forma, esta familia sigue ensayando.

Vivir de un arte en pañales

Hace cinco años, Luis podía vivir por completo del circo.

“Todo depende de cómo se quiera vivir. De cómo quiera sentirse con su carro, ropa y sus lujos. Pero de que se puede vivir, se puede vivir”, dice seguro.

Cuando le dijo a su familia que este sería su nuevo trabajo permanente, obtuvo una respuesta que pocas veces hace feliz a un payaso: nada de risas. Al contrario, se topó con apoyo y entendimiento.

Por un tiempo, las presentaciones fueron abundantes y existían espacios como Enamórate de tu Ciudad, una iniciativa del Ministerio de Cultura y Juventud (MJC) que duró hasta el 2016 y en donde se invirtieron aproximadamente ¢138 millones.

El proyecto se canceló y se señala como una de las principales causas la poca asistencia que tuvieron las actividades, así como la limitada divulgación que les dieron a las mismas.

Sin este soporte, el payaso comenzó a trabajar todo el día entre ruedas. Cada mañana, las observa entrar y salir del taller de autos en que labora y en las noches, después de que llega a su casa, ensaya su acto montado en una rueda diminuta.

“El circo es lindo, es un arte hermoso, pero es costoso. En Costa Rica son pocos espacios y no es una vara demasiado remunerada”, explica, “Además, nosotros queremos y sabemos que tenemos que dar un buen show, o sino a la gente no le va a interesar”.

Pero pareciera que en su mente no cabe duda de que está haciendo justo lo que tiene que hacer. En el circo, dentro de una carpa o una presentación al aire libre, Luis Alpízar encuentra un refugio en el que puede expresarse y está seguro que muchas personas en la audiencia lo encuentran también.

Mientras tanto, Luis ha comenzado a ver similitudes entre arreglar un carro y pintarse de payaso: ambas pueden provocar felicidad.

Una familia tradicional

El circo Contravía es una familia tradicional: papá, mamá, hijos y payasos. Se funda en el 2006 bajo la dirección de los hermanos Mario y Miguel Vega, este último saxofonista y percusionista de las bandas nacionales Sonámbulo y Cocofunka.

El punto de reunión de los integrantes para ensayar, crear historias o simplemente conversar, es siempre alguna de las casas de ellos.

“Somos una familia real de sangre y real de vivir juntos. Trabajamos todo juntos y nos ganamos el arroz y los frijoles juntos”, dice Pablo Pretiz, un malabarista alto y delgado de 17 años. Pablo sabe esto mejor que nadie, ya que es el hijo menor de Mario.

El proyecto se crea dentro de una iglesia católica en Coronado como una forma de impulsar la música y el arte en la población jóven. Los frutos de esta iniciativa, fueron el circo y la la banda musical Infiltrados.

“Entonces separamos la banda, y el circo lo usamos más como negocio y como nuestro propio proyecto”, explica Pablo, “Había un montón de chicos y talentos pero con el tiempo se fueron a otros proyectos. Quedamos solo la familia y algunos amigos”.

En el polo opuesto a Luis, Pablo se crió rodeado de artistas. Para él, decir que su trabajo es balancearse sobre la espalda de alguien al mismo tiempo que baraja pinos de colores entre sus manos, es sinónimo de cotidiano. Está acostumbrado.

“Mi papá es músico, mi hermano hace un show de equilibrio y mi tía hace acrobacia aérea. Mi mamá no, ella trabaja en el Organismo de Investigación Judicial (OIJ) pero le encanta todo lo del circo”, afirma orgulloso el joven.

Desde que tiene memoria, rogaba a sus padres que lo dejaran participar en el circo, hasta que estos accedieron y entonces salía de las cortinas un niño de cinco años vestido de payaso con corbatín a saludar al público.

Mientras pasaba por su época de preadolescencia, afirma que nunca sintió esa zozobra que puede experimentar toda persona joven hacia sus padres. Al contrario, encuentra en ellos confidentes con los que puede compartir como si fuesen amigos.

En su tiempo libre, que no es mucho, Pablo estudia inglés, sale con sus amigos, ensaya su acto y recientemente comenzó a actuar en la serie costarricense La Pensión.

“La gente cree que me muero de hambre, pero hemos logrado tener un show con una carpa donde caben 1.200 personas. Ese tipo de comentarios solo me hacen querer esforzarme más”.

Pablo acaba de terminar el colegio y por ahora, no muestra interés de querer dedicarse a una carrera universitaria tradicional; está seguro de forma casi incuestionable de que quiere vivir de la actuación y el circo.

“De igual forma si yo quisiera no estar más (en el circo), mis papás me apoyarían. No habría problema. Pero siento que nuestro proyecto es poder hacer crecer este espectáculo. Creemos que tiene mucho futuro”, exclama.

Nació dentro de esta vida y para él, su familia es el vivo ejemplo de que se puede hacer una carrera de ella. Continuar con el pequeño legado de Contravía es una herencia que está gustoso de aceptar.

La madre tierra

El circo Contravía ha actuado en familia durante 13 años años, pero para la creación de Pachamama tuvieron un método diferente de dirigir y organizar su puesta en escena. Típicamente, los circos no se guían por una línea narrativa, pero en este caso, cada acto cuenta una parte de una historia definida.

Cada uno de los 10 miembros del reparto trabajó en conjunto para que las acrobacias se acoplaran a los otros números, la música acústica y a un cuento que evoluciona durante aproximadamente una hora.

El espectáculo narra la historia de una familia de cirqueros que vive junta. En escena, también los acompañan personajes como barrenderos y otros de naturaleza más peculiar como elementos de agua y la semilla de un árbol al que deben proteger. No obstante, su ecosistema se ve perturbado cuando llega a sus hogares la “contaminación”, antagonista de la obra.

“Es todo este cuento de lo que estamos haciendo ahora nosotros, lo que nos pasa ahora de grandes. Que despedazamos la naturaleza y se dañan los terrenos en donde vivimos”, ejemplifica Miguel Vega.

Él es también el director del circo y de quien depende que la audiencia se involucre, o no, en la historia. Con un tono tranquilo, pero grave, el timbre de su voz se encarga de anunciar y dar apertura a cada acto.

“Me parece importante para todos, pero especialmente para las generaciones jóvenes. Cuando uno presenta una problemática (la contaminación) como una historia, es mucho más fácil que las personas se relacionen”, explica.

Anteriormente, Pachamama se presentó en dos ocasiones en el Festival Internacional de las Artes (FIA), pero sus creadores insisten en que para el 7 de abril, en Jazz Café Escazú, han renovado por completo el show. Entre las nuevas adiciones a la familia está una contorsionista con su propio número.

Esta nueva extensión, llega después de que la contorsionista original se viera obligada a retirarse para realizar otro proyecto, dejando la recomendación de quien debería ser su reemplazo y constancia de que entrar a la carpa es menos complicado que permanecer en ella.

Prueba de ello es Jennifer Lobo de 18 años, la nueva contorsionista y quien interpreta a “el árbol” en Pachamama, uno de los personajes principales. Como en la mayoría de casos, sus conocimientos son empíricos, aprendidos por cuenta propia o entre secretos del reducido gremio.

Durante su infancia, asistió a una academia de gimnasia, pero fue a partir de videos y tutoriales en diferentes redes sociales que decidió incorporarlos a su rutina.

Jennifer se integró a Contravía recién en noviembre del 2018, pero por la forma en la que es capaz de tocar el piso con sus manos mientras sus pies están aún en el suelo, parece que ha hecho esto desde siempre.

Similar a Pablo, ella se encuentra segura de que su verdadera pasión está inmersa en esta modalidad de familia, un circo.

Ante esto, sus amigos le aplauden y alaban su determinación por hacer aquello que la hace sentir plena. Pero por otro lado, comenta que aunque sus padres la apoyaron con su decisión y la alentaron a tomar la oportunidad, se sienten nerviosos de que esta sea su carrera.

“Vengo de un pueblo pequeño en San Ramón y se preocuparon cuando decidí venirme a vivir a San José porque es todo muy diferente. Aunque mi mamá lo entendió desde un principio porque me ve feliz, mi papá está intentando que yo estudie”, dice con cierta preocupación.

Desde entonces, las mañanas de Jennifer cambiaron. Se despierta temprano en su apartamento josefino y se dedica a practicar y estudiar para los ensayos. Estiramientos, nuevas poses y pruebas de flexibilidad son algunos de los ejercicios que debe realizar para que sus pies puedan tocar el extremo de su cabeza.

Sin embargo, defiende que esta vida no es solitaria, y que se encuentra acompañada. Un poco nerviosa por ser su primer show, Jennifer intenta concentrarse en su preparación.

“Quiero crecer y tener más nivel. Seguir siempre y nunca parar. La gente suele pensar eso pero las ocho horas que la gente las pasa trabajando, uno las pasa entrenando, inclusive más”.

Al final del día, cuando se alza la carpa nada de esto importa. Todo queda ahogado entre la adrenalina de salir ante un público distinto al que deben entretener. Para Luis, recibir un aplauso ensordecedor o las risas de niños es la meta que, como familia, deben obtener.

“Lo que me llama es entregarle a las personas un sentimiento de asombro. Me llena poder estar en frente de las personas y que mientras me ven, borren todos los problemas que están sintiendo”, expresa.

Para él esto hace que sus muecas y poses graciosas, más allá de payasadas, sean un arte.