El amor en las ventanas

Cerca del centro de Tibás, un mensaje escrito en la ventana de una tienda es testimonio de un amor infinito; el mismo que una pareja ha sentido durante las últimas cinco décadas.

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

“¿Qué es el amor?” A veces pareciera que la humanidad ha dedicado su existencia completa a encontrar la respuesta para esa pregunta, y pareciera aún más que no consigue encontrar respuesta. Se escriben libros, se producen películas, se lanzan preguntas a los cielos. ¿Qué es el amor?

Desde hace ya mucho tiempo, 50 años, don Daniel Alvarado parece haber descubierto lo que los libros y películas y cuestionamientos filosóficos no han conseguido responder.

Hoy, por ejemplo, son exactos 50 años y tres días desde que don Daniel sintió el amor en sus labios. En marzo fueron cinco décadas desde que sintió el amor en sus ojos. Y en diciembre del año venidero serán 50 años desde que sintió el amor en su dedo anular.

Desde entonces, hasta siempre, el amor lo ha sentido en su corazón, en su piel, en sus manos, en su memoria.

Cincuenta años se dicen rápido, y se dicen fácil, salvo cuando se trata de mantener un amor vivo y chispeante. No serían pocos quienes, ante esa perspectiva de infinita paciencia, infinita pasión, eterno deseo de permanecer junto a una misma persona al lado, arrugarían la cara y dirían no, no se puede, para qué, qué difícil.

Pero para don Daniel fue muy fácil. O, más que fácil, fue natural. Fue lo que tenía que pasar. Fue lo que sentía, lo que sintió, lo que siente. La ventaja de perder la vista es que, cuando se deja de ver con los ojos, se vuelve más fácil sentir con el corazón.

Así lo sintió don Daniel hace exactos 50 años y tres días, cuando por primera vez besó a Xinia Acosta.

***

En un gran ventanal de una pequeña tienda cerca del centro de Tibás, al norte de San José, se lee un manifiesto. Está escrito con pintura blanca y letras gruesas, curvilíneas, acompañado por el dibujo de un corazón rechoncho y unas flores pequeñas.

Apenas perceptible para quien quiere ver, reza: “50 años del primer beso. 15 de setiembre, 1966. Barrio Mexico. Te amo Xinia”.

Don Daniel dice que sus fechas importantes son cuatro, que recuerda a fuego: imposible borrarlas de su memoria acumuladora de información, sobre todo la que tiene que ver con el amor de su vida. Doña Xinia, quien es tímida y le huye a la cámara y a la grabadora, tuerce los ojos con ternura: a su esposo no se le olvida nada.

***

En marzo de 1966, don Daniel no era don y doña Xinia no era doña. Cuando se conocieron, el 6 de ese mes lejano, ella tenía 15 años y él 19.

La familia de Daniel tenía una colchonería que se ubicaba en el edificio de la antigua Botica Solera, inmueble histórico que luego caería en el abandono y hoy es orgullo restaurado de la municipalidad josefina. La familia Alvarado compraba telas a quien se convertiría en la suegra de Daniel y, dada la estrecha relación entre un negocio y otro, entre una familia y otra, los padres de Daniel decidieron invitar a la mujer a un paseo.

“Íbamos a ir a una finca que tenía mi papá. Habíamos invitado a la que fue mi suegra, y ella preguntó que si podía llevar a sus hijas. Yo no sabía que tenía hijas. Cuando llegué a donde mi suegra a recogerlas a Calle 14, salió ella. Salió mi princesa”, recuerda don Daniel, ahora sí mayor, ahora sí un señor que roza las siete décadas de vida: más de dos tercios de su vida enamorado de su princesa, Xinia.

Desde entonces, asegura don Daniel, desde ese primer vistazo quedó enamorado, prendido para siempre. Se toca el pecho con sus manos arrugadas por la experiencia y dice: “Aquí lo tengo todavía, el flechazo de Cupido”.

Pero, aunque el amor suyo estuviera ahí desde un principio, la correspondencia tardó en llegar. ¿Qué sería de una historia de amor sin altibajos? Al joven Daniel le tocó ser, primero, sin que él lo quisiera, atado a las circunstancias, el amigo Daniel antes que el amante Daniel.

Xinia, que prefería no saber nada de las intenciones de Daniel, lo miraba como a su mejor amigo y su confidente: le contaba de los muchachos que le gustaban, de lo que ella quería en un novio; las descripciones nunca se asemejaban a quien Daniel creía ser, a como él se miraba y se entendía a sí mismo, incapaz de expresar sus sentimientos. “Estuve sufriendo desde el 6 de marzo hasta el 15 de setiembre”, dice don Daniel.

Cuando la patria celebraba 145 años de independencia, Daniel hacía lo posible por calmar su coraje y reunir el valor. Ese día se colocaría la primera piedra del Liceo Roberto Brenes Mesén y, para celebrarlo, se realizaría un desfile del cual Xinia formaría parte. “Ella tan bella y yo me sentía tan feo”, recuerda don Daniel, tanto como recuerda los cuchicheos de otros muchachos que veían pasar a su amada, lo que aumentaba su frustración pero que, al mismo tiempo, lo ayudó a decidirse, a tomar el paso necesario.

Al final, sin embargo, fue la propia Xinia quien dio el primer paso: lo invitó a realizar un mandado y salieron a caminar por San José. Caminaron largo y tendido durante el día, incluso hasta Liceo de San José, en Barrio México, cerca de donde años más tarde engendrarían tres de sus cuatro hijos.

Caminaron, también, hasta la Iglesia católica de Barrio México. Allí, se rompió el dique y Daniel dejó de esperar a que le cayera una señal del cielo. Allí, don Daniel recuerda, dejó de pensar que era feo, que no podía, que el amor estaba fuera de su alcance, solo en las películas como pensaba hasta entonces. “Yo estaba enamorado de ella, y lo bonito es que ahora que nos queda menos tiempo de vida, me enamoro más”, dice luego de recordar el primer beso, el mismo que ahora celebra en el manifiesto que adorna las ventanas del negocio que ambos comparten, cerca del centro de Tibás.

***

Hace más o menos 14 años, la retina del ojo izquierdo de don Daniel se desprendió. 44 años antes, unas tijeras destrozaron su ojo derecho. Don Daniel es ciego, pero, como él mismo lo asegura, por fortuna el amor es ciego.

SIn embargo, en su juventud, su amor no solo fue ciego sino desconsiderado. “Como amigo fui el mejor, como novio fui el peor”. Los celos y su afición por el licor comprometieron su relación con Xinia, quien lo abandonó apenas un par de meses después de aquel primer beso.

Los meses que siguieron fueron de distancia y, también, de sufrimiento. Pero, por la razón que fuera, el amor pareció no abandonarlos en ningún momento. Así, lo que tocó fue ser paciente. El 2 de julio de 1967, Daniel y Xinia retomaron su relación y se comprometieron para casarse exactos cinco meses más tarde.

Don Daniel, devoto enardecido de la fe cristiana –al igual que su esposa Xinia– celebra cada aniversario de sus fechas inolvidables con un mensaje de amor en la ventana de su tienda de telas, abierta desde 1998. Los mensajes se renuevan cada marzo, cada julio, cada setiembre, cada diciembre desde hace más o menos seis años, sin falta, aunque el propio don Daniel no pueda leerlos (le ayuda una empleada a escribirlos).

No es que le haga falta: cuando no se tienen ojos para ver, sobra corazón para sentir.