Deslumbrante Rajastán

Rostros curtidos por el desierto, vistosos ropajes, caravanas de camellos, palacios y fortalezas legado de poderosos emperadores, configuran UNA DE LAS REGIONES MÁS ESPLÉNDIDAS DE LA INDIA.

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Morada de emperadores mughales, arenas y leyendas, Rajastán se desborda como un torrente naranja sobre las ardientes planicies del noroeste de la India. Con sus fortalezas selladas de gloria y misterio, sus palacios vanidosos y fulgurantes y la llama sagrada tejiendo de fe sus lagos, el estado más grande del exótico subcontinente semeja un gigante bondadoso que abre el cofre de sus tesoros alucinantes a los ojos desbordados de los novicios.

Con casi 350.000 kilómetros cuadrados de territorio –siete Costa Ricas enteras– y más de 68 millones de habitantes –15 veces nuestro censo nacional–, Rajastán duele a la vista en sus infinitos lienzos de piedra y suelo curtido al sol.

Cada atardecer, envueltas en ingrávidos saris de tonos seductores, las mujeres cargan sobre sus cabezas cántaros de agua hacia los hogares. Cada mañana, un buey hace y rehace el surco de su giro en redondo para activar un ingenioso mecanismo de cubetas que transporta el líquido desde la fuente profunda hasta la superficie. En tanto, los pastores, eternos guardianes de vidas ajenas, se recortan contra el horizonte con sus turbantes encendidos como coronas de fuego.

La vida es dura pero nadie parece dolerse de las desventuras. Porque llegarán las lluvias y llegará la música. Y llegarán los elefantes con su barritar de fiesta y el cuerpo tatuado de figuras, como enormes murales multicolores. Y llegarán los camellos con sus miles de orlas y abalorios y sus decoraciones de pelaje afeitado, para venderse y ser vendidos en una feria que supera los límites de lo imaginable.

Vendrá también la noche profunda del desierto, a perpetuar su entrega con las dunas. La noche con más estrellas de cuantas existen, la más hermosa de cuantas hay.

Además vendrá la hora de la peregrinación, un brote de fervor que empieza a germinar en todos los rincones de la árida geografía hasta convertirse en un caudal incontenible de ansias en busca del agua y la llama benditas.

Los rajastanes semejan llevar con la altivez de sus antiguos monarcas, los mughales –descendientes persas y turcos de los mongoles–, que gobernaron India durante más de 300 años, entre los siglos XVI y XIX.

Por eso, cuando la línea monótona de la lejanía se fractura ante la avasalladora imponencia de un fuerte, o la plácida magnificencia de un palacio, esos tres siglos de historia parecen ceñirse en la frente de cada uno de los pobladores y hacer añicos cualquier infortunio.

El siguiente es un recorrido gráfico por Udaipur, Jaisalmer, Jodhpur, Pushkar y Jaipur, cinco gemas en la corona rajastana que se resisten a perder la que es quizás su más valiosa virtud: su digna autenticidad.