De oeste a este... aunque le cueste

Somos alrededor de un millón setecientos mil vehículos en la calle queriendo llegar a un mismo destino, a la misma hora, por los mismos atajos.

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Entre Tres Ríos y Santa Ana hay una línea recta imaginaria de 32 kilómetros que, a razón de recorrerlos en carro sobre una autopista a 100 kilómetros por hora, demoraríamos escasos 20 minutos.

Sin embargo, la ruta Tres Ríos-Santa Ana (o viceversa) es un manicomio vial que, en este momento y a la hora pico, atravesarla le puede tomar, yéndole bien, hora y media. ¿Tiene idea de lo que le espera en diez años sobre esa y otras carreteras?

Pudiendo hace tiempo haber elegido la distancia más corta entre esos dos puntos del Valle Central para una ruta rápida, directa y fluida, escogimos la torcida y retorcida, reflejo incuestionable de nuestra personalidad laberíntica.

El nudo gordiano está entre Curridabat y La Sabana, ocho inclementes kilómetros donde reinan el recoveco, el furgón atascado, la policía de tránsito decorativa, los atajos, el bus varado, el devuélvase, la palabrota, la infracción y la masa de latas y tóxico moviéndose a uno por hora. O sea, cualquier cosa menos la línea recta.

Luego, Santa Ana-Gimnasio Nacional, el tramo traumático. Circunvalación, neurosis. Antigua Galera (Curridabat), ruleta rusa. Plaza del Sol, de maniáticos. Rotonda La Hispanidad, una atrocidad. Y así cada milímetro del viacrucis.

Una tragicomedia que viven muchos a diario y en carne propia en un escenario de absurdos viales, contaminación y tortura. Se trata de todos aquellos que van para el trabajo o, agotados, deseando llegar a casa para una ducha y cena calientes pero que la presa infinita se los impide. Resultado: impotencia, ansiedad, indignación.

Una presa en la que hasta Mozart y Debussy se nos niegan dentro del auto desde el CD inaudible ante la estampida de la moto; los hijos llamando desde la casa para la tarea o el “ Pa , ¿por dónde venís?”; y aquellas ganas de orinar, o de la camita para acostarse, a escasos cuatro kilómetros que se hacen una eternidad.

Al principio, para mitigar el infierno, yo andaba agua y algo de comer en el carro: golosinas, galletas, maní; lo que fuera para “picar”. Por ratos me leía una crónica entera de periódico o página de libro sin que nada a mi alrededor se moviera. Llamaba a alguien, hablábamos horas por celular, se acababa la conversación y el embotellamiento crecía, mas no avanzaba. Miraba las caras de mis colegas de infortunio en los otros carros y compartíamos nuestra inevitable expresión de desconsuelo.

Fue cuando, tras vivir en incontables ocasiones ese calvario, tomé la decisión de seguir metiéndome en una soda o restaurante a medio camino para hacer tiempo con un café, refresco, periódico, revistas y libros cada vez que el pandemonio arreciaba. Yo solía detenerme en El Grano de Oro, ahí por San Bosco, y otros amigos míos que procedían de Alajuela o Heredia, en los hoteles Irazú y Corobicí.

Y es que, a diez años vista, cuando nos toque viajar desde Santa Ana a la velocidad de 2 kilómetros por hora o por ahí, nos tomará 16 horas llegar a nuestro destino final Tres Ríos (ni en carreta se duraba tanto) por lo que, según mi pronóstico, habrá que dormir u hospedarse en algún punto intermedio del trayecto.

Bueno...a menos que todos nos pongamos de acuerdo para dormir un rato dentro del carro y avanzar otro, conforme se vaya pudiendo.

Me explico: en el instante de la presa, todos nos dormiríamos sobre el volante menos el primero de la fila que se encargaría de despertarnos a los de atrás a pitazo limpio y avanzar otro poquito hasta la nueva presa, otra dormidita y así sucesivamente hasta llegar a la casa.

Pero ante el riesgo de que la presa se haga peor con los que del todo se quedan dormidos, lo idóneo es entonces convertir La Sabana en una populosa estación de paso, de modo que cuando la cosa tupa y ya del todo no se pueda pasar de un lado al otro en un solo tirón, detenerse ahí sea la gran alternativa o vía de escape para el conductor atrapado.

Vea si no: somos alrededor de un millón setecientos mil vehículos en la calle queriendo llegar a un mismo destino (la casa) a la misma hora (entre 4 p. m. y 7 p. m.) por los mismos atajos (lo contrario de la línea recta), cantidad esta que cada año aumenta en 37.000 unidades, o sea, unos 100.000 cada tres años, o cerca de un millón cada diez, sobre las mismas vías amén del inusitado crecimiento comercial y residencial entre el oeste y el este.

Salvo que habilitemos la noche como día o reduzcamos la rotación de la Tierra, el tránsito será para entonces tan terriblemente lento que no solo el carro perderá sentido sino que La Sabana se transformará en sitio para acampar con tiendas de campaña, hogueras, chinamos, tenderetes, entretenimiento, centros de masaje resucitador, confesionarios, música, clínicas de atención psiquiátrica ambulatoria, teatro al aire libre, exhibiciones de arte y todo lo que se pueda imaginar, incluso con un pequeño cementerio del tipo “quick pass” para los que prefieran suicidarse sin mayor trámite ni burocracia.

Será nuestra Meca vial donde nos reunamos largo rato, si no es que la noche entera, para departir, comer gallos de salchichón, afeitarse, tomar café, dormitar, estirar piernas, hacer yoga a conductores “contracturados”, lavarnos la cara, cortarnos el pelo, ir al baño, hacer fitness y un sinfín de cosas más hasta reanudar la ruta al este o viceversa por turnos de llegada y de salida.

Y como todo parece indicar que ya no habrá autopista nueva entre San Ramón y San José, es de esperar que los conductores y pasajeros que se movilicen desde ahí hacia el este también se unan a esta gran zona de relajamiento y diversión (especie de Woodstock tico), así como todos aquellos que sufran los efectos de este síndrome vial de la línea no recta.

Yo siento, sin embargo, que pese a esta monumental trabazón de carros, los de Tres Ríos tenemos eventualmente la ventaja de poder bajar al oeste en kayac, lancha inflable o haciendo tubing sobre un neumático en caída libre a través de los ríos María Aguilar, Torres y Tiribí. Más aún, sus “cabezas de agua” durante el invierno son perfectamente “surfeables” para cruzar los 32 kilómetros a Santa Ana en un santiamén sin tener que pernoctar en La Sabana.

De modo que el gran futuro comercial capitalino estará ahí en La Sabana como gran mercado de parqueos, talleres mecánicos, night clubs , Riteves, transbordos, visitas maritales, bancos, INS, agencias de Tributación Directa y todo lo que el viajero necesita antes de llegar a su casa y que harán de la ruta oeste-este una diaria y divertida vacación. ¡No se la pierda!

En síntesis, somos lo que nos merecemos. Estamos pagando bien caro la falta de visión y acción de nuestros gobernantes, un precio infinitamente más alto del que hubiéramos tenido que pagar hace años por esa autopista imaginaria de 32 kilómetros y que ya hoy estaría libre de polvo y paja.