Cuestión de armas: cuatro ticos explican por qué portan balas y una pistola para andar por las calles

El tema es polémico, enciende apasionados debates y es motivo de linchamientos sociales. Pero aún así una madre e ingeniera civil decidió armarse y una ultramaratonista también. Por temor, un taxista hizo lo mismo y un adulto mayor no lo pudo evitar. ¿Por qué lo hicieron? Conozca sus testimonios.

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Hace tan solo dos semanas, el sacerdote Marcos Morales, de la parroquia de Sardinal de Carrillo, disparó a tierra para amedrentar a un hombre que huía de la policía y se estaba ocultando en el jardín de la casa cural.

El sujeto fue arrestado por la policía y el caso no pasó a más. Excepto porque el cura Morales, por portar un arma de fuego, fue sometido a un juicio social en el que encontró bastante aprobación, pero también una gran cantidad de detractores.

“Nadie debería usar un arma padre, es peligroso y usted debería dar el ejemplo”, escribió un hombre en Facebook, mientras que otro más ‘religioso’ lo quiso fustigar por su investidura sacerdotal: “Padre, Jesús no aprueba las armas, entiéndalo”.

El debate sobre el tema fue acalorado, como lo ha sido casi siempre en Costa Rica. De hecho, en el 2019, un estudio sobre tenencia y portación de armas -elaborado por la firma Enfoques Estudios de Opinión- reveló que 6 de cada 10 costarricenses considera que tener armas no debe ser un derecho, mientras que 7 de cada 10 personas creen que el Gobierno sí debe tener potestad para decidir quién puede poseer un arma y quién no.

Un dato revelador, sin duda, que pone de manifiesto que quienes enfundan una pistola no las tienen todas consigo. Incluso, como le sucedió al padre Morales, es común que experimenten un fuerte rechazo.

“Es así, pasa mucho. Yo, por ejemplo, soy muy cristiana y algunas compañeras de la iglesia, al darse cuenta de que yo portaba un arma, me decían cosas como: ‘usted que se ve tan buena, tan espiritual, jamás creí que usted fuera andar un arma’”, narró con cierto pesar Ana, a quien cambiamos el nombre para proteger su identidad.

Ana es esposa, madre de dos hijos y además es ingeniera civil de profesión. Ante las críticas ella responde que portar armas “no la hace violenta” ni “mala”.

“El problema no es el arma de fuego, ni la persona en sí, sino el para qué se use el arma. Por ejemplo un cuchillo de cocina no es malo, pero si se lo clavo a mi esposo sí que lo es. Ese es el detalle”, agrega la mujer, de 40 años.

Pero, ¿por qué Ana decidió armarse? ¿no teme por la seguridad de sus hijos? ¿no le tiene miedo a andar en la calle con un artefacto potencialmente mortal?

Pues Ana tiene su historia. Todo comenzó cuando cuatro tipos desconocidos, con muy mal aspecto, “le salieron en el camino” en una finca solitaria, justo cuando hacía una inspección laboral.

Desde ese día, en el que literalmente temió por su vida, Ana se dijo: “Esto no me pasa otra vez”.

Explorando perspectivas

Los cuatro testimonios que Revista Dominical presenta a continuación no pretende justificar o no la tenencia de armas legales. Solo pretenden explorar las razones que motivaron a estos costarricenses a comprar un arma de fuego, permitiendo que las balas y los gatillos llegaran a formar parte de su vida, con todo lo que eso implica.

Ana, por ejemplo, decidió que no se la iba a jugar más al internarse “en el monte”.

“Usted ve un condominio y lo ve muy bonito, pero antes de eso era solo una finca, sin nada ni nadie cerca. Pues yo como ingeniera trabajo inspeccionando esos lugares, donde no conozco al mandamás de la finca ni a nadie”, comentó Ana.

“El día en que me salieron esos tipos yo andaba por la orilla de un río y completamente sola. Entré en pánico total, salí volada de allí y por dicha pude ponerme a salvo. Me pudo haber pasado cualquier cosa allí: violado, matado, robado... ¡quién sabe! Lo que sí tuve claro es que no tenía cómo defenderme”, agregó.

De chiquita, dice Ana, en su familia la tenencia de armas legales nunca fue un tema tabú. Sus padres las manejaban en casa como cualquier otro artefacto, por lo que el día que su esposo le comentó que quería armarse no lo vio nada mal.

“Fue curioso. Mi esposo me lo comentó como pidiéndome permiso. Pero apenas me lo dijo, por lo que ya me había pasado en la finca, yo le contesté: ‘adelante, perfecto, pero de una vez nos armamos los dos’. Eso fue hace como seis años, entonces hicimos los trámites y los exámenes legales necesarios”, agregó.

Con las armas, dice Ana, llegaron las cajas de seguridad a su casa. Por seguridad de sus hijos, principalmente, los esposos son los únicos que tienen los códigos de acceso.

Además, Ana y su marido han procurado no ocultarle la realidad a sus vástagos, todo lo contrario, aprovechan la oportunidad para tratar de educarlos.

“Ellos no son tontos, saben que andamos armados. Entonces claro, nosotros aprovechamos para explicarles por qué las portamos, que no son un juguete y que solo nosotros podemos manipularlas. Es que yo soy consciente, andar un arma es una gran responsabilidad”, explicó.

Esa responsabilidad lleva a Ana y a su marido a acudir al polígono de tiro cada cierto tiempo. Entrenar, según dice, es un hábito que no debe dejarse, pues con falta de práctica hasta el mismo portador se puede hacer daño.

De igual forma, Ana asegura que no porta el arma cuando va a comer a un restaurante o cuando va a comprar el diario en el supermercado.

“No la llevo, no me parece necesario. Igual creo que hay personas que no necesitan andar armadas. Si mi trabajo no implicara tener que ir sola a lugares como fincas y con personas extrañas, quizá tampoco lo hubiera considerado”, finalizó.

Dos ancianos en la montaña

Don Carlos y su esposa viven completamente solos, en una alejada localidad de La Cruz, en Guanacaste. Son adultos mayores y ambos poseen algunos problemas médicos.

Su casa está anclada en la montaña, lejos del poblado más cercano y donde una patrulla de policía tardaría una media hora en llegar en el caso de una eventualidad.

Don Carlos, al respecto, comenta tajante: “Si aquí llegaran a robarnos no quedaría nada de nosotros. Nos matan y punto. ¿Quién nos va a defender? Ya estamos bastante grandes”.

Por eso don Carlos, quien vivió en San José y es un odontólogo retirado, tiene un arma de fuego como último recurso para defenderse.

Asegura don Carlos que por donde vive transita mucho contrabando, que ya han existido varios atracos en la zona y que a su parecer “es obvio que la inseguridad ha aumentado en Costa Rica”.

La de don Carlos es una percepción que, según una encuesta del 2019 elaborada por el Instituto de Estudios Sociales en Población (IDESPO), de la Universidad Nacional, comparte con un 68.9% de la población costarricense. Es decir, la cantidad de los ticos que se sienten más inseguros duplica a la que sí se sienten seguros, que es el 31%.

Además, según la misma muestra, un 63% de las personas que dicen sentirse inseguras viviendo en el país argumentan que en Costa Rica “hay mucha delincuencia, inseguridad y violencia”.

Pero en el Ministerio de Seguridad tienen una visión algo distinta de la situación. Para el viceministro de la cartera, Eduardo Solano, hechos objetivos demuestran que la seguridad habría tenido una mejoría en los últimos años.

“Nosotros respetamos profundamente la percepción de las personas, tienen derecho a tenerla. Pero la verdad es que a nivel de estadística hay otro parámetro que nosotros hemos visto; que son las encuestas del Centro de Investigación y Estudios Políticos (CIEP), de la UCR.

“En esa encuesta se lee que en los últimos años el tema de seguridad ha estado entre los tres primeros lugares de preocupación de los ticos, pero eso no es así en los últimos dos años. Nosotros hemos visto eso como un avance significativo en materia de percepción”, expresó Solano.

“Además tenemos indicadores objetivos que han ido a la baja en los últimos tres años. Hay una disminución sistemática de la tabla de homicidios en los últimos tres años y en el mismo periodo se ha dado una disminución sistemática de los delitos contra la propiedad. A nuestro criterio hoy tenemos índices de seguridad muchísimo mejores de los que teníamos cuando asumimos la administración”, agregó.

Solano cree que la percepción de inseguridad podría deberse a la agenda noticiosa de los medios informativos, en los que, según él, se programan muchos temas de sucesos.

“Es claro que la forma en que nosotros consumimos nuestro contenido y nuestra información representa cómo vemos el mundo. Entonces ver todos los días esa información genera impacto”, aseguró el jerarca.

Pero independientemente de lo que plantea Seguridad, don Carlos dice tener razones para temer por su vida. Cuenta que una vez viajó a San José para una cita y que tuvo que dejar a su esposa sola en casa.

“Yo regresé de esa diligencia antes de lo planeado. Seguro que quienes nos iban a hacer daño pensaron que mi esposa estaba sola y planearon atacar. Todo comenzó cuando comenzaron a tirar unas piedras a las ventanas, seguro para cerciorarse de que mi esposa seguía sola”, recordó.

“Fueron varias veces que tiraron las piedras. Hasta que ya no pude más, tomé el arma y disparé varias veces para ahuyentar la amenaza. Lo logré, por que la cosa no pasó a más, se dieron cuenta que yo estaba armado, y se fueron”, agregó.

En ese instante don Carlos no pudo volver a dormir tranquilo. Pensaba en su esposa y qué haría en el caso de que volviera a quedarse sola en casa. También, claro, pensaba que él mismo podría convertirse en un blanco fácil.

Entonces don Carlos planeó algo.

“No solo tengo un arma, tengo varias, aunque tengo una a mano para usar en cualquier eventualidad. Es nuestra única defensa. Además, tengo dos perros bravos y una estrategia diseñada para cualquier eventualidad”, explicó.

“Si mi esposa se queda sola, yo le he enseñado cómo se usa el arma y ya tiene cierta práctica. Aunque he de confesar que no me gustaría que lo haga, puesto que ella es bastante nerviosa y soy consciente de que esa no es una buena aptitud para manejar un pistola”, agregó.

Por eso don Carlos ya le explicó a su esposa el proceder: si oye o percibe que algo extraño pasa, ella debe soltar los perros, luego llamar al 911 y, como último recurso, utilizar el arma.

Por ahora, además de los delincuentes, don Carlos tiene otra preocupación adicional. Según el artículo 36, de ley de Armas y Explosivos (#7530), los permisos para dicha práctica deben ser renovados cada dos años y, según él, en este momento hay una presa de permisos atrasados en todo el país.

Específicamente, la pandemia por la covid-19 habría ocasionado una disminución del personal necesario para aprobar permisos de renovación, actualización de huellas dactilares o trámites para portar un arma por primera vez. En ese sentido muchos portadores estarían a la deriva, ya sea porque necesitan el arma de fuego para trabajar -como es el caso de guardas de seguridad- o por simple defensa personal.

“Eso no puede ser. Eso hay que arreglarlo. Esas trabas no pueden existir. Estas cosas lo que provocan es que las personas se armen ilegalmente. Acá en Guanacaste, por ejemplo, casi todos los campesinos tienen armas para defenderse, lo que sucede es que son de contrabando o hechizas, imagínese lo peligroso”, finalizó don Carlos.

Don Carlos no es el único preocupado por este asunto. De hecho, el 20 de enero, un grupo de portadores legales de armas se reunió al frente del Ministerio de Seguridad Pública para protestar por estos atrasos. Con camisa blanca, una funda vacía y totalmente desarmados alzaron su voz.

Muchos dicen estar desesperados, porque si las autoridades los sorprenden con un arma de fuego con el permiso vencido; están expuestos a fuertes multas.

“Existen unas permisos de renovación que gozan de una especie de prórroga. Los permisos que se vencieron en marzo del 2020 están incluidos en ella, pero las demás no”, comentó Randall, otro portador de armas que no quiso revelar su identidad.

En el Ministerio de Seguridad admiten que, debido a la pandemia, existe un retraso en los procesos. Sin embargo, argumentan que a febrero del 2021 “los puntos gruesos ya están solucionados”.

“Debido a la pandemia hubo problemas, pues los servicios de huellas dactilares no pueden ser digitalizados. Eso ocasionó una gran mora. Luego se venció en noviembre un contrato con Racsa para el sistema ControlPas- que da trazabilidad a todo el registro de armas de fuego-, y un nuevo contrato se nos atrasó pues no pudo entrar en vigencia por temas presupuestarios”, explicó el viceministro Solano.

“Pero ya el sistema está habilitado, con algunos defectos que hemos venido solucionando, pero avanzando. Como toda presa (de trámites), irá mermando poco a poco”,agregó.

La ultramaratonista y el secuestro

Alguna vez le había pasado por la cabeza, pero cuando en una noche de terror secuestraron a su marido todo cambió: ‘¿por qué no portar un arma? ¿por qué no cuidarnos?’, pensó Kathi Jiménez, ultramaratonista costarricense.

“No fue del todo sencillo tomar la decisión. Uno crece en este país pensando que tener armas es malo y que quienes la portan son malos. Es algo cultural”, comentó Jiménez.

Pero el “paseo millonario” y el impacto que tuvo en sus vidas pudo más que cualquier resistencia. Casi de inmediato Kathi y su esposo comenzaron los trámites para poder portar un arma legal.

“Evaluamos todo lo que pasó ese día. La respuesta tardía que dieron las autoridades. Entonces fue el momento que pensamos que era responsable comenzar a velar por nuestra seguridad”, agregó.

Pasó poco tiempo y Kathi “armada” tuvo una experiencia que la marcó personalmente. Ya no fue contra su marido, sino contra ella.

Kathi, al ser ultramaratonista, tiene que entrenar de madrugada por espacios abiertos y solitarios. Un día, mientras hacía una de sus extenuantes rutinas, sintió un fuerte golpe por la espalda, cayó al suelo y apenas pudo divisar al tipo que la acechaba.

No le quedó de otra, en cuestión de segundos tuvo que reaccionar porque concluyó que nadie más lo iba a hacer por ella.

“No le saqué el arma, al menos no de primera entrada. Yo siempre pienso que el arma es el último recurso, no es que la saco por sacarla. Lo que sí le eché al tipo era gas pimienta, ya que siempre cargó uno conmigo”, advirtió.

Con el gas pimienta el delincuente quedó desorientado, pero no se fue del lugar. Entonces Kathi, temerosa de su reacción, se encargó de que el sujeto viera que portaba un arma. No pretendía dispararle, solo amedrentarlo, y la verdad es que funcionó.

El tipo, viéndose en completa desventaja, se perdió en las tinieblas de la madrugada. Huyó.

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Kathi cuenta con mucha satisfacción su testimonio. Pero, sobre todo, la atleta se siente orgullosa de la capacidad de reacción que tuvo y el temple para no perder la calma.

Es que, según Kathi, la pistola y el gas pimienta no fueron los únicos factores que pudieron haberle salvado la vida.

“Yo, aparte de portar un arma de fuego, practico de forma deportiva con pistola. Entreno constantemente y voy una vez por semana al polígono. Eso es crucial para poder actuar bien”, expresó.

“Portar un arma es una gran responsabilidad, no es solo sacar los permisos de portación, hacer los exámenes psicológicos y ya. Toda persona armada debería ir al polígono por lo menos de una vez al mes. Es entrenar para saber cómo y qué momentos debo actuar. Cuando se debe o no detonar un arma”, agregó la atleta.

Kathi asegura que ante un atraco o intento de violación, la reacción del ser humano es casi instintiva. Sin embargo, para ella, hasta los instintos pueden ser afinados con la práctica, la estrategia y la precaución constante.

“El entrenamiento te da sabiduría”, asegura.

En el polígono Kathi no solo entrena tiro al blanco y la buena manipulación del arma, sino que aprende de estrategia, conocimiento del entorno y hasta considera necesario repasar las leyes vigentes sobre armas y explosivos.

“Es un puño de cosas. Al conocer el entorno sé que no debo sacar un arma donde hay mucha gente y, cuando voy al supermercado, siempre entro pensando qué haría si sucediera una u otra situación. En los restaurantes, por ejemplo, nunca me siento dándole la espalda a la puerta y cuando salgo a correr cambio las rutas”, explicó.

Kathi considera que hay muchas cosas que se pueden hacer antes de sacar un arma, pero no crea que eso la hará temblar en el caso de que las opciones se agoten.

“Si es para defender mi vida o evitar una violación, la voy a usar”, concluyó Jiménez, quien en su perfil de Instagram no teme mostrarse como una portadora legal de armas y hasta tiene un blog donde aborda este tipo de temas.

Tal es su exposición mediática que Kathi recibe insultos constantes y tiene que soportar las malas reacciones de la gente. Menciona que hay mucho “machismo” en el tema pero no es algo que la desvela, en todo caso prefiere concentrarse en lo que ella considera positivo.

“Mucha gente me escribe diciendo que gracias a lo que escribo se ha podido meter a cursos de defensa personal y proteger su vida. Eso para mí es muy satisfactorio”, finalizó.

“Asesinaron a mi amigo”

Ismael no lo podía creer. En enero del 2015 una fatal noticia confirmó sus peores pesadillas.

“Me informaron que habían matado a mi amigo y de la peor forma. Él era taxista rojo, como yo. Unos sujetos lo abordaron en el Mall San Pedro y pidieron que los llevarán a Cinco Esquinas de Tibás. En el trayecto no se sabe lo que pasó pero terminaron disparándole en la cabeza”, detalla el transportista formal.

Su amigo apenas tenía 31 años. El Organismo de Investigación Judicial (OIJ), al revisar el vehículo del siniestro, determinó que a la víctima le disparó una persona que viajaba en el asiento trasero. Eso concluyeron porque encontraron que la bala atravesó la cabecera del asiento.

“Uno nunca espera que una persona cercana sea asesinada. Cuando yo decidí ser taxista ya sabía de esto, por eso tomé la decisión de armarme. Los peligros a los que nos exponemos son muchos y, tengo que decir, que eso de asaltos y demás en contra de los taxistas es pan de todos los días”, expresó Ismael, quien tiene 18 años de ser taxista.

“Y bueno, eso no es algo nuevo. Para nadie es un secreto que la delincuencia ha venido en aumento desde hace ya varios años y nosotros no escapamos de esa realidad. Esa dinámica de montar personas al carro sin saber quiénes son y para dónde van, es complicada”, agregó.

Pero Ismael es sincero. Dice que porta su arma con la esperanza de nunca usarla. Además tiene claro que debe estar en constante entrenamiento para manipularla bien y hasta tiene preparada una estrategia para repeler un posible ataque.

En ese sentido, para Ismael, asistir a los polígonos es una costumbre sagrada.

“Es que el arma de fuego no es un juguete. Nadie compra un objeto sin saber cómo usarlo. Además tengo que dejar claro que yo compré el arma para defenderme, para que no me pasara nada, no para andar matoneando por ahí como piensan muchos. Esto es disciplina y cultura”, comentó.

Sobre la estrategia a seguir en un posible ataque, Ismael dice que en primera instancia no planea usar el arma.

“Muchos piensan que un portador eso es lo primero que hace, sacar la pistola, pero no, eso es mentira”, expresa determinado.

En ese sentido, Ismael está mentalizado en poder salir del vehículo antes de sacar el arma y dejar que los delincuentes, si es lo que desean, se lleven el carro y sus pertenencias.

Pero ¿qué sucede si las cosas no salen como lo planeado?

“Si no se puede salir del carro, pues en el polígono ya hemos ensayado estrategias para contener el ataque con el arma. O bien, si logro salir del vehículo y ya afuera me quieren hacer otra cosa, pues en esa situación también tengo un plan para enfrentar al delincuente”, explicó Ismael.

“El arma, para mí, es básicamente un instrumento para enfrentar al otro en una circunstancia cuerpo a cuerpo. Para estar, en la medida de lo posible, en igualdad de condiciones. Sé que el hecho de tener el arma no va a evitar el asalto, pero me la tranquilidad de poder responder”, finalizó.

Preparado, no preparado

Ismael -quien se describe a sí mismo como un sujeto responsable con su arma y cuya forma de actuar parece ser congruente con lo que predica-, acepta que entre los portadores muchos no manejan bien el instrumento. Asegura que son la minoría, pero que “de todo hay en la viña del Señor”

Para portar un arma, por ley de la República, los costarricenses deben aprobar una prueba teórico práctica y un examen psicológico. Sin embargo, esto no garantiza la idoneidad.

“Aunque en la actualidad los exámenes son serios y bastante científicos, mucho pasa por la subjetividad del psicólogo que aprueba los resultados. Eso pasa aquí y en todo el mundo”, expresó Tony Sánchez, licenciado en Psicología.

Aún así, Ismael insiste en que son pocos los portadores que no cumplen con las regulaciones o no tienen las aptitudes.

“Yo he visto gente en el polígono cometiendo errores, pero casi siempre es porque están empezando. Lo que tienen es poca experiencia, pero eso se va adquiriendo con el tiempo y la práctica”, explicó.

“Es más, le voy a decir algo, conozco a un policía con más de 25 años de experiencia. Ese policía solo fue una vez a un polígono y lo hizo cuando estuvo en la academia. Nosotros en cambio estamos yendo constantemente, por lo que se concluye que hay portadores más preparados que muchos policías”, concluyó.

Otra preocupación de quienes se oponen a la portación de armas es que muchas terminan en manos de delincuentes. No es la primera vez que portadores legales las pierden en medio de asaltos violentos o lamentables descuidos.

Ismael no esconde esa realidad y por el mismo motivo no quiso revelar su identidad para este reportaje. Dice que si se expone demasiado podría ser un blanco del hampa y esa no es la idea. Prudencia es la palabra que aplica.

¿Bueno? ¿malo? ¿necesario?

La discusión entre los que se oponen a la portación de armas por parte de civiles y quienes la apoyan, no se detendrá por este artículo ni por los testimonios anteriormente expuestos.

Se trata de un debate vivo y altamente trascendente, que muchas veces es pasado por alto sin el entendimiento ni la escucha de ninguna de las dos partes. Sin embargo, es algo de lo que se debe hablar, pues tampoco se pueden ignorar los peligros de que una nación se ahogue en un mar de armas (legales o ilegales).

“Eso es lo que yo digo. Se debe hablar de esto con madurez y cordura. No con gritos, ni odios. Debemos sentarnos a la mesa, dialogar, entrar en acuerdos y las dos partes ceder si es necesario. Pues con las armas no se juega. No ganamos nada con estereotipos ni posiciones extremas de ambos bandos, pues las armas no van a desaparecer con eso”, expresó Daniel Vargas, quien por muchos años fue portador de armas pero que dejó la práctica debido a una experiencia que no quiso revelar.

“Es cuestión de ponerse en los zapatos de los demás. Todos tenemos realidades distintas, historias distintas. No todo es color rosa en la vida. La ideologías no pueden caber en esto”, concluyó.

Mientras tanto Ana seguirá recorriendo las fincas completamente sola; don Sergio seguirá esperando que nadie llegue a hacer fechorías a casa e Ismael ruega al cielo no montar a un delincuente en su taxi rojo. Dicen no estar dispuestos a que el hampa los domine, pero si alguien se atreve a desafiarlos, no hay mucho misterio en su respuesta: las balas hablarán por ellos.