Chachagua invita a los turistas a ‘bañarse’ de naturaleza en su bosque

A tres horas de San José es posible contemplar animales desde un bote; cosechar en una finca; realizar un baño de bosque; disfrutar de aguas minerales y cataratas; intimidarse ante una amenaza de 2.5 centímetros y apoyar a una niña emprendedora

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Aquí se respira distinto, podría decirse que es por la estabilidad atmosférica y la oxigenación elevada de la zona. Pero esto va más allá. Tiene relación con la sensación de libertad al poder andar por el bosque vivo, al relajarse en una balsa que avanza por el río hipnotizada por el movimiento de la corriente, todo a la vista de los congos que cuelgan de los árboles.

Se inhala y exhala diferente al estar ante cataratas que emergen de la montaña. Es majestuoso y se puede disfrutar en Costa Rica, en Chachagua.

A tres horas de San José se encuentra esta comunidad de San Ramón en la que es posible enriquecerse con nuevas y variadas vivencias y darle un descanso a la cotidianidad para sentir que en medio de la abundancia natural de la zona somos parte de todo. Personas privilegiadas habitando un país con alrededor del 6% de la biodiversidad del mundo.

Suena muy bonito y al tenerlo tan cerca se comprueba que sí lo es. En Chachagua incluso se puede hospedar en medio del bosque y no dejar de sorprenderse con hasta los más diminutos habitantes de la naturaleza.

Pequeña amenaza

La inmensidad natural de Costa Rica es tan amplia que permite que una hormiga de unos 2.5 centímetros sea uno de los peligros más temidos del bosque. No tiene veneno para matar, pero sí es la dueña de la picadura de insecto más dolorosa del mundo. Se llama hormiga bala y su nombre se debe a que el dolor que se experimenta al ser picado es similar al de un disparo con un arma calibre 22.

Hace seis años, el entomólogo Justin Schmidt, del Instituto Biológico de la Universidad de Arizona, en Estados Unidos y quien creó el Índice de Dolor por Picaduras Schmidt, ejemplificó lo que se puede sentir al ser picado por este insecto.

“Es puro, intenso, brillante. Es como caminar sobre carbón en llamas con un clavo de tres pulgadas penetrando el talón del pie”, explicó a la BBC. Por aquello de las dudas, también añadió: “El dolor es intenso e inmediato. Imagínate que colocas el dedo en un enchufe de 240 voltios”.

Pues bien, ese peligro se encuentra en Costa Rica. También es muy común en Suramérica, aunque claro, es inofensiva si nadie la molesta.

El dolor que provoca esta hormiga es agonizante y se extiende por muchas horas, explica Alberto Rico, un biólogo español que vive en Costa Rica desde el 2012, mientras dirige una caminata nocturna por la Reserva Biológica de Chachagua, a la que se accesa a través del hotel Chachagua Rainforest Hotel & Hot Springs, uno de los más icónicos de la zona.

En la caminata se pueden apreciar muchas especies de ranas, las temidas y venenosas serpientes terciopelo, las chicharras en diferentes colores y etapas de su vida y, por supuesto, las hormigas bala.

En una visita guiada, Rico dice que cuando se está frente a una de estas especies se sabe, pues su tamaño es inconfundible. Al mirarlas trabajar en un árbol, genera cierto nerviosismo, pero todo está bajo control. Nadie pondría una mano en ese tronco, una de las reglas al ingresar al bosque es no tocar y siempre mantenerse alerta.

Sin embargo, la realidad es distinta para quienes viven y laboran en medio de la naturaleza. Ligia Villegas, puede asegurarlo. Ella fue picada por una hormiga bala mientras trabajaba en su finca, en Chachagua.

--¿Es cierto que el dolor por la picadura puede permanecer hasta por siete horas?, le pregunto asombrada, incrédula. ¿Es posible que duela tanto?

--”No, no es cierto”. Se forma un silencio de pocos segundos. Toma aire, como si el recuerdo le cortara la respiración… continúa: “A mí me duró SIETE DÍAS”. Ligia requirió atención médica.

Pero no pensemos en Ligia solo como la mujer desafortunada a la que picó la tremenda hormiga bala. Ella es una lideresa al igual que su hermana y su madre. También es mamá de una niña emprendedora: Ingrid.

Ellas cuatro son el rostro de Finca la Esperanza, un proyecto que nació de la urgencia de crear ingresos para toda la familia. Visitar el lugar es toda una experiencia. Allí se hace un recorrido dirigido por Yahaira Villegas en el que contando un poco de la historia familiar las personas pueden vivir la experiencia de recolectar café y más tarde se conoce el proceso de su preparación. Se tuesta, se muele y se chorrea.

Luego se disfruta de la bebida acompañada de delicias tradicionales que prepara doña Eraida Trejos, la madre de las mujeres. Los platillos son hechos con productos de la propiedad: hay picadillo de papaya verde, tortitas de yuca y los tradicionales plátanos maduros con natilla.

Y esa es otra de las vivencias que se puede tener en la finca: conocer todo sobre el cultivo y cosecha de de gran variedad de tubérculos y granos. También se descubren variedades de plantas; es como un encuentro con las raíces costarricenses.

En el camino es posible ver a diferentes animales de granja, los cuales, como se acostumbra, están en espacios pequeños, sin embargo, las mujeres han hecho un esfuerzo por ampliarles sus lugares y que así la experiencia de lo visitantes sea aún más placentera al conocer la vida y los esfuerzos de una finca y además, observar cerdos, cabritas y terneros, que aunque muchos tengan como destino ser de consumo, al menos no pasan encerrados.

“Es un proyecto familiar con nuestros esposos y mi papá, que va a la feria de Coronado. Empezamos en el 2018 recibiendo alemanes. Cayó la pandemia y nos detuvimos un poquito. Nuestro proyecto en la finca consiste en dos tours: uno de café, donde hacemos todo artesanalmente. Tenemos la finca orgánica donde se encuentran los animales”, contó Yahaira, quien menciona que su familia y los núcleos de cada una se alimentan en su mayoría de lo que allí producen.

Yahaira lleva un machete pequeño atado a la cadera. Dice que quizá la vean raro, pero no es cierto. Su seguridad cuando habla y la pasión con la que se mueve guiando por la finca avisa que se está frente a una mujer fuerte y que su acompañante filoso es comprensible en el ambiente en el que trabaja. “Aquí volamos machete. Arrancamos yuca, ñampí. Somos todo terreno”, agrega con una gracia tímida.

Si al leer estas líneas se siente interesado por conocer la dinámica de una finca, los procesos de cultivo y cosecha y hasta sacar yuca o ñampí de la tierra, ármese de fuerza, porque se necesita técnica. De lo contrario podría irse de espaldas y caer sentado… o sentada.

En este recorrido pasamos por una pequeña construcción en la que edifican una cabaña de madera. El encargado es el incansable Sergio Rodríguez, de 48 años. Es el esposo de Yahaira y un luchador: hace tres años se enfrenta al cáncer de estómago y debe viajar constantemente a San José para recibir tratamientos. Si va en carro cada trayecto le toma al menos tres horas. Él saluda con una sonrisa y continúa trabajando.

“Al él lo ven y pueden decir que qué mentiroso, que no tiene nada”, agrega Yahaira refiriéndose al optimismo de su marido.

En esta finca no solo los adultos son ejemplo de esfuerzo. También está Ingrid, una niña de 11 años que antes de que inicie cada tour espera silenciosa detrás de una mesita en la que tiene lindos accesorios que ella misma hace.

Aprendió a confeccionar pulseras y collares con abalorios, pero deseosa de impulsar su emprendimiento, aprendió alambrismo y técnicas con porcelana fría. Artesanalmente forma figuras de todo tipo: desde animales hasta muñecos.

Ingrid crea piezas bonitas, en tendencia y otras que nunca pasarán de moda porque representan la belleza de Costa Rica, como collares con figuras de perezosos. También vende llaveros y tazas adornadas con fauna que muchas veces puede avistarse mientras su mamá y su tía hacen el recorrido por la finca.

Un safari en bote

Y es que parte de lo más provechoso de conocer Costa Rica es encontrarse con las especies que muchas veces ni siquiera sabemos que existen y que representan una importante porción de toda la biodiversidad mundial. El biólogo Alberto Rico citó al ecólogo Daniel Janzen para poner en perspectiva lo que tenemos y podemos ver en el país.

“Si quisiéramos encontrar ese porcentaje (de biodiversidad) en otro lugar del continente americano tendríamos que caminar todo Canadá, todo Estados Unidos y un trozo de México para poder encontrar lo que vamos a ver en Costa Rica”, dijo.

A bordo de una balsa y de un kayak fue posible apreciar a varias especies y el espectáculo que significa verlos viviendo, guiados por instintos.

El largo y en partes profundo río Peñas Blancas, de San Ramón, es el escenario en movimiento a través del cuál se puede experimentar una especie de safari para contemplar un bosque de galería, esos que están formados a las orillas de los ríos.

Las aguas planas están tranquilas y mientras la balsa avanza dirigida por el guía Mauricio Vargas, de la empresa nacional Flow Trips, lo que queda es esperar para ver qué especies se pueden contemplar. El medio de transporte se siente seguro y el chaleco salvavidas termina de ofrecer tranquilidad. Hay tanta paz y calma que el cuerpo se relaja y se posa en el borde inflado del bote. Es momento de agudizar los sentidos para todo lo que se pueda ver y escuchar.

Como si fuera planeado o parte de un show, una ahninga hace una demostración. Esta ave acuática se sumerge, como una experta buceadora, en busca de peces, los saca a la superficie y allí los engulle. No es una puesta en escena. Verla en acción es su naturaleza.

El animal saca su largo cuello del agua y se queda posado en una rama que emerge del río donde espera para secarse. En el recorrido también aparecieron otras especies acuáticas como la garza tigre. Son bellísimas y por algo la popularidad de Costa Rica para hacer avistamiento de aves; se calcula que en esta nación se pueden observar unas 900 especies emplumadas.

En los árboles que reposan en la orilla aparecieron grandes iguanas y los vistosos basiliscos, también conocidos como Lagartos Jesucristo, pues tienen la capacidad de caminar sobre el agua.

Diego Gamboa avanza en un kayak e invita a pasarse con él. Antes de empezar había dado una inducción sobre el uso adecuado de los remos para los diferentes obstáculos que pueden aparecer en el río. La seguridad es lo principal. De vez en cuando hay que enrumbar el pequeño bote. Es una hazaña que incluye invitados especiales.

Una nutria escurridiza se esconde, y lo que parecen las espinas de un árbol son decenas de dormilones murciélagos. Monitos cariblancos juegan en los altos árboles y al mirar hacia arriba es posible ver bien, las nubes tapan el solo y nada encandila. Por cerca de dos horas de recorrido el único pensamiento es: qué más podré ver. Es una mezcla de adrenalina y entusiasmo.

Y sí, siempre puede haber más. Como si no hubiera sido una gran suerte contemplar a tantas especies, al volver a tierra se pudieron observar una familia de monos congos o aulladores.

El tour por el río une la aventura con el naturalismo, una idea de Johnny Calderón Monge, un guía de aventura que quiso innovar con sus servicios. El safari que realizamos a media tarde también se puede hacer en el crepúsculo y permite vivir la transición del día a la noche.

Johnny también es naturalista. Desde su trabajo busca sensibilizar a los turistas sobre la importancia de cuidar a las especies. En los tours se debe ir en silencio y de todos modos no hay mucho para decir, es más de interiorizar.

Como la mayoría de visitantes que recibe son internacionales, desde que empezó en 2005, él invita a los locales a vivir este tipo de experiencias y a conocer más de Costa Rica. En tiempos de pandemia ha tenido una promoción de ¢20.000 por persona a partir de grupos de cuatro. El tour de safari normalmente cuesta $65 (más de ¢40.000).

“Me emociona cuando hay turista nacional”, dice Calderón, quien también ofrece otras aventuras combinadas, como la de bicicleta y kayak.

Hola, estoy aquí

Chachagua está a menos de 30 minutos de la muy conocida y visitada La Fortuna, de San Carlos, y en esta localidad aún hay más para descubrir, incluso, gratis.

Jhonny Hidalgo lleva una botella de aluminio. En ella deposita la fría y cristalina agua que recoge de una naciente. Toda su vida ha estado vinculado con el turismo. Él creció en la zona de La Fortuna y recuerda que hace algunas décadas se disfrutaba de las bellezas de los alrededores sin tener que pagar por nada.

Hoy él es el gerente de mercado de Chachagua Rainforest Hotel & Hot Springs, el hotel referente de la zona y aún desde esa labor recomienda actividades que las personas pueden realizar sin costo en la localidad. Un ejemplo: hacer una ruta de Mountain Bike (para los más experimentados) con vistas al Valle de San Carlos y el Cañon de Peñas Blancas.

También es posible visitar las espectaculares cataratas Las Gemelas, hasta las que se puede llegar cinco kilómetros después del pueblo La Altura, como yendo hacia el Bosque Eterno de los Niños. Se recomienda ir con carro alto.

Ya estando allí, el acceso a ellas es sencillo y el agua se siente revitalizadora. Entre las grandes piedras empotradas se hacen pozas que se convierten en un agradable asiento. Desde allí la vista es el cielo y el enigmático verdor de la profunda montaña.

Aquí todo está en sintonía y lo de hospedarse en medio del bosque es literal. En el Chachagua Rainforest es posible avistar perezosos, tucanes, ranitas y variedad de especies. Los colibríes revolotean y es factible reposar en las aguas minerales calientes.

Los restaurantes no tienen ventanas, por lo que es muy probable que las abejitas mariolas le acompañen en alguno de sus tiempos de comida. Este octubre, con la intención de que más personas descubran la zona, el hospedaje en este lugar tiene un costo por noche de $99 por persona con desayuno, almuerzo, cena y una caminata guiada por la reserva. Asimismo, otra opción es pagar $45 con el tiempo de comida de la mañana y la misma experiencia guiada.

Un relajante cierre

En Chachagua siempre es posible hacer más: desde lo más simple como disfrutar una refrescante manzana de agua recién bajada del árbol o bien conectar con una misma. Esto último se puede lograr en una terapia o baño de bosque.

Oler, observar y escuchar. Activar los sentidos es esencial en esta experiencia que promete bienestar y que viene de Japón. En los años 80 en ese país empezaron a utilizar esta técnica de relajación, llamada Shinrin Yoku, en busca de mejorar las condiciones de salud.

Al ponerla en práctica comprobaron que si llevaban personas hasta zonas boscosas y se mantenían allí conectando con el entorno, los niveles de cortisol (hormona que se libera como respuesta al estrés) se bajaban hasta por una semana.

Jéssica Solís, profesora de yoga y meditación y quien se está certificando en baños de bosque, fue la guía de esta actividad en la que buscamos sentirnos parte del entorno. Una caminata de más de hora y media con distintas paradas para contemplar, agradecer y respirar fueron parte de una experiencia distinta en la que la aromaterapia también tuvo una sensorial participación.

Con técnicas de relajación, Jéssica hace una guía para dejar de pensar en situaciones que generen estrés o ansiedad, pues la intención es que todo quede en el bosque. Se recomienda participar con el celular en modo avión.

Una de las dinámicas de esta actividad era encontrar “un amigo” en el lugar, conectar con él y contarle algo que no le diría a nadie más. El mío fue un árbol. Nuestra amistad fue real pero distante. No hubo contacto. Nunca se sabe cuando pueda aparecer una hormiga bala.

Recuadro:

Para reservar o más información puede comunicarse a

Finca la Esperanza y el emprendimiento de Ingrid, la niña emprendedora al 8415-5213 o bien visitar las redes sociales que aparecen como Finca la Esperanza. (Los precios por tour para nacionales es de $15).

Flow Trips: 2479-0075/ 8569-1515 o visitando www. flowtrips.com

Chachagua Rainforest Hotel & Hot Springs: 4000-2026 o al correo info@chachaguarainforest.com

Terapia de bosque: se puede agendar por medio del hotel. Tiene un costo de $40 por persona.