Carlos Pascall

Un Robin Hood ponchado en tercera

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e su padre, heredó una gran pasión por los deportes; de su madre, el espíritu solidario... ambos fueron su perdición.

“Mi papá fue uno de los primeros beisbolistas ticos que jugó en Estados Unidos; mi mamá es la mejor mamá del mundo, ella formó el tipo de persona que soy: me enseñó a ayudar a la gente que lo necesita”, afirma, orgulloso, Carlos Howden Pascall, sentado en una sala de entrevistas de la Unidad de Admisión San Sebastián, su morada desde hace 18 meses.

El 2 de junio del 2011, la Policía allanó su casa en Limón. Los golpes de un mazo contra el portón de la vivienda lo despertaron poco antes de las 6 a. m. Saltó de la cama y, semidesnudo, se asomó al balcón.

Su mirada se topó de frente con el cañón de una pistola que un agente dirigía hacia él mientras le ordenaba levantar las manos y esperar a que otros oficiales llegaran a ponerlo boca abajo contra el piso.

Durante varias horas fue interrogado dentro de la casa, al tiempo que las autoridades realizaban otros siete allanamientos en diferentes propiedades del empresario, le congelaban sus cuentas bancarias y le decomisaban 33 vehículos y ¢23 millones que guardaba en bolsas debajo del colchón.

“Cuando me estaban sacando esposado de la casa, los policías me alcanzaron una jacket para que me tapara la cara, pero yo no quise hacerlo. Si uno no tiene nada qué esconder puede estar tranquilo, yo sentí que no había cometido ningún delito”.

Casi año y medio después, Pascall sigue defendiendo su inocencia. El Ministerio Público lo acusó de mover en nuestro país el dinero que su hermano Rodney Morrison enviaba desde Estados Unidos, producto de la venta ilegal de cigarrillos, y el 30 de agosto pasado fue condenado a 12 años de prisión. El juicio duró solo unas semanas y, con el aval del mismo acusado, tuvo las puertas abiertas para los medios de comunicación, que llenaron muchas páginas y minutos en los noticiarios con la figura del dirigente deportivo.

Después de la sentencia, los abogados de Pascall interpusieron dos apelaciones, convertidas hoy en el respirador artificial que mantiene con vida su deseo de libertad. En su pueblo, también siguen creyendo en su inocencia. El fervor con que, hace 17 meses, más de 500 limonenses desfilaron y rezaron por las calles de la ciudad para pedir la liberación del dirigente deportivo, continúa latente.

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Muchos aún no terminan de creer cómo aquel empresario que invirtió tanto dinero en la provincia, que dio trabajo a decenas de caribeños e inició en los deportes a infinidad de niños, hoy está en la cárcel. Este 2012, será el primer año calendario, de enero a diciembre, que Carlos Pascall pasa tras las rejas. Porque se confiesa un hombre tranquilo, alejado de las fiestas y que iba de la casa al trabajo o al estadio, es que su esposa y sus dos hijos son, por mucho, lo que más ha extrañado todo este tiempo.

“Aunque sé que soy inocente, tengo mucha verguenza de estar aquí en la cárcel, por eso no quisiera que nadie me visite. Sin embargo, mi esposa no falta ninguna semana; mi mamá viene cada dos semanas y mis hermanas sacan vacaciones para venir desde México y Estados Unidos. Ahora en la cárcel soy más débil, y aunque le pida a mis amigos que no vengan, siguen llegando”, confiesa con una sonrisa de resignación.

Enamorado de Tiquicia

Carlos Gerardo Howden Pascall nació el 30 de julio de 1959, en un hospital josefino, como el primogénito del exbeisbolista Huey Howden y Mirna Pascall. Después tendría cuatro hermanas por parte del padre y cinco hermanos por parte de la madre. Vivió en Limón, la tierra de sus padres, hasta que cumplió siete años y la mujer que le dio la vida se lo llevó con ella a Estados Unidos.

“Como muchos otros ticos, ella se fue con la idea de trabajar unos años y regresar con dinero, pero no fue así. Estuvo más de 40 años”.

La primera vez que Carlos regresó al país acababa de graduarse del colegio y estaba a punto de olvidar cómo se hablaba español. Fue una visita “de rigor”, para saludar a su familia y recordar las raíces, pero él terminó enamorado de Costa Rica.

“Había una fruta que me gustó mucho: el guapinol. Mi abuela me dijo que si uno se comía esa fruta verde, se enfermaba, y como yo estaba tan enamorado del país, me comí un montón para no tener regresar a Estados Unidos, pero no resultó”, cuenta entre carcajadas.

Regresó a Brooklyn, Nueva York, para continuar con su vida. Había ganado una beca para jugar beisbol a nivel universitario y la aprovechó para marcharse a la Universidad de Carolina del Norte, donde estudió Tecnología Eléctrica.

“Cuando me gradué, no pude conseguir trabajo en ese campo, así que empecé a trabajar en una imprenta. Los jefes me dieron buenos consejos sobre cómo ahorrar y manejar una empresa; eso me ayudó mucho en el resto de mi vida”, asegura.

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En Estados Unidos tenía casa propia y, a veces, más de un trabajo que le permitió reunir unos cuantos ahorros e invertir en Costa Rica.

“Con ayuda de mi tía, abrí una cuenta en el Banco Anglo y enviaba dinero para invertir; pero el banco cerró y lo perdí. Abrí otra cuenta en el Banco de Costa Rica y continué enviando dinero. En Estados Unidos, las cosas cambiaron en el trabajo y, como no estaba feliz, decidí venir a empezar de cero en Costa Rica”.

Casi tres décadas después de haber salido de Limón, regresó a su pueblo para quedarse. Tenía 36 años, compró una casa, un taxi, formó una familia y encontró tierra fértil para dejar crecer su pasión por el beisbol, trabajando con la ligas menores de esta disciplina. Todo iba bien, hasta que una visita del hermano con quien había trabajado tres años en Long Island le tocó sus fibras solidarias.

“Le expliqué lo de los certificados a plazo, que aquí el interés es del 7% y en Estados Unidos es solo del 2%. Él preguntó si podía invertir, le dije que me mandara el dinero y yo compraba certificados, y así empezó a invertir en Costa Rica. Poco a poco, con mis ganancias y las de mi hermano, comencé a invertir en Limón, que al final resultó mi caída”, dice girando su pulgar hacia abajo, la sentencia de muerte en la antigua Roma.

En los últimos años, las propiedades de Pascall comenzaron a aumentar. Adquirió un restaurante, un hotel, una discoteca, varios vehículos y, aunque no era muy aficionado al futbol, compró la franquicia del Limón F.C., equipo que, bajo su gestión, regresó a la máxima categoría del balompié nacional.

“No soy futbolista, no sé nada de futbol. Mi deporte es el beisbol, vine aquí y empecé a ayudar a las ligas menores del beisbol, por eso comencé en el futbol, porque la gente vio cómo creció el beisbol de Limón y empezaron a pedirme que agarrara el equipo”, asegura.

Para algunos, fue la exposición pública que tuvo en el club limonense lo que lo puso bajo la lupa de las autoridades. Las investigaciones sobre su éxito económico revelaron el nexo entre Pascall y Morrison, que también estaba siendo procesado en Estados Unidos e incluso terminaría condenado en una cárcel de Nueva York.

Casi 18 meses después, sentenciado tras uno de los juicios más mediáticos en la historia del país, Carlos Pascall habla con una mezcla de orgullo y esperanza. Está confiado en que las apelaciones le darán muy pronto la libertad para seguir disfrutando del deporte y ayudando a la gente, porque esa fue la herencia de sus padres.

“Si usted tiene sangre Howden o sangre Pascall, yo haré todo lo posible por ayudarlo, me preocuparé más por usted que por mí mismo. Siempre he sido así y así seré”.