Arte con crin y barro chorotega

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Los títulos adornan la pared de la casa de Liberia regalada por el patrón junto a cuatro potrancas y dos vaquillas, como pago a sus servicios de sabanero en la hacienda Santa Rosa. Esos papeles dan fe de que Julián Bustos, de 80 años, es uno de los pocos hiladores y tejedores de crin de caballo en el país. Pero él prefiere definirse como sabanero.

“No soy del pueblo, yo soy del monte”, resume con el acento que arrastró desde El Palmar de Rivas, en Nicaragua, el día en que se vino para Costa Rica siendo un moto de 14 años.

Pasa encorvado desde las 5 de la mañana sobre el moledero de cenízaro del corredor. Las colas de caballo se las llevan de todas partes del país. Él las lava y peina hasta dejarlas a punto para cualquiera de sus obras: llaveros, fajas y juegos de aperos para caballos.

“Esto es patrimonio de Guanacaste”, dice, al tiempo que hila el cordón que llevará el sombrero de algún sabanero. “Cuando yo muera, ya no quedará nada de esto. Los jóvenes no quieren aprender”, dice medio enojado, aunque uno de sus 19 hijos, Dennis, de seis años, sueña con ser como el papá.

Hortensia Ortega, de Guaitil de Nicoya, es otra artesana que habla con cierto enojo cuando ve lo que, según ella, ha pasado con el arte de su pueblo.

El uso de tornos para moldear las famosas vasijas guatileñas le cambió el rumbo al verdadero arte de hacer piezas de barro, explica.

A sus 85 años, Hortensia afirma que fue ella “la que enseñó al pueblo a salirse de la olla, el comal y la tinaja”. Diversificó el negocio y así le abrió espacio a figuras de ranas, garrobos y cabezas de tigre.

“No podemos dejar morir el arte”, afirma con una fuerza inversamente proporcional a su menudísima figura.