¿Arrugado yo? ¡Tu abuela!

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En vista de que la “tierra jala” y yo ya tengo una pila de años encima, por recomendación de una estilista de la imagen, todos mis movimientos corporales, principalmente los faciales, han cambiado súbitamente de dirección: ahora son solo hacia arriba, como viendo al cielo, es decir, hacia el lado opuesto del hueco terrenal.

La experta ha sido conmigo más que categórica: “Hacia abajo ni para volver a ver”, así haya una culebra o un billete de ¢20.000. De ahí que hasta para caminar tenga yo ahora que levantar el mentón unos cuantos grados sobre la recta visual, modalidad que si bien me ha hecho lucir con cierta forzada altivez, me ha partido la nuca en tres, todo por la vanidad humana de disimular los colgajos, tiras y pellejos que con la edad van apareciendo en la cara, alrededores y más allá.

Como parte del tratamiento ella me exige, por ejemplo, que coma mirando siempre hacia arriba, como gallina bebiendo agua, ojalá hacia un televisor que esté en alto y encendido para no aburrirme ni cansarme. Me ha pedido también que cuando me acueste, lea siempre boca arriba y como bostezando para mantener simultáneamente estirados mandíbula, pómulos y guecho. Lo mismo cuando me duche, pero en este caso con la boca cerrada para no echar a perder el tratamiento muriéndome ahogado antes de tiempo.

Mi esteta (no confundir con exteta, que era mejor) me ha explicado que, de viejo, uno sufre dos tipos de gravedad. Una, la gravedad corporal, o sea, la de los padecimientos tipo presión alta, riñones, diabetes, cojera, sordera, neumonía y toda esa cosa. Mis resfriados actuales, por ejemplo, no son como los de antes. Me doy cuenta porque ahora, en vez de pastillas, inyecciones, kleenex , gotas y bebedizos, lo que observo sobre mi mesa de noche son rosarios, oraciones, cruces, agua bendita y la imagen de algún pobre santo que no se salvará del contagio como yo tampoco del infierno.

Lo novedoso es que ahora me agregan un timbre para que lo tenga a mano en caso de sobrevenirme un ahogo por subducción, es decir, que debido a mi mucha tos llegue la aciaga hora en que me absorba a mí mismo. Lo que pasa es que no me han dicho qué pasaría si también me eructo. ¿Volveré a nacer? ¿En qué condiciones? Temo, incluso, haber visto en algún momento debajo de mi cama un extractor de almas tipo XYW, 100 HP, 5200 rpm , pero como no los conozco muy bien, no puedo dar fe cierta de ello y a la larga hasta desvariando estaba yo ya.

Y la otra es la gravedad espacial, o sea, la de la tierra atrayéndome. Uno en lo particular se da perfecta cuenta de ello porque se va reduciendo o haciendo un montoncito de huesos y pellejo, señal inequívoca de que la Pelona lo empieza a empacar. Es como alistar cualquier otra valija en la que uno hace todo (medias, calzoncillos, camisetas, etc.) un puñito para que quepa y el aforador de aduanas no lo revuelque mucho. De la misma manera, de viejo uno pierde masa muscular, se comprime, se chupa y se seca hasta que, de nuevo, se traga a sí mismo (esta vez sin timbre) y listo. Definitivamente, la muerte es sabia pues a sabiendas de que todos sus viajes son eternos, ella misma se aliviana la carga. Además, como nos transporta en su diminuta valija ejecutiva, de repente hasta entremos colados al cielo.

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La esteta me dijo que otra manera de evitar la caída de la piel por atracción subterránea es a punta de baños completos, de pies a cabeza, de botox, algo mucho más rápido que el método “hacia arriba” pero con el inconveniente de provocarnos el “efecto momia”. Algo así como el caso de la pareja amiga mía que para lucir permanentemente risueña, juvenil y sin una sola arruga, se aplicó en la cara una dosis exagerada de esa sustancia en el instante preciso de carcajearse, al punto de que una vez, durante la vela de un conocido, tenían nervioso al muerto e inquietos a los deudos en medio de la ontológica solemnidad del momento.

Debo admitir que a veces me siento un poco frustrado con este tratamiento antiarrugas “Todo pa arriba, nada pa bajo”, pues eso de estar todo el santo día moviéndose en una sola dirección es muy monótono y cansado al condenarlo a uno a situaciones incómodas. Por ejemplo, si el sol me encandila, no puedo fruncir el ceño; si me majo un dedo no puedo decir “puta” porque contractura los músculos de la cara, y si veo en la calle una mujerona en falda volada, no puedo babear porque eso reseca las glándulas del deseo.

Igual con los gestos. A la hora de sonreír, lo aconsejable es hacerlo también hacia arriba para evitar en la boca el “efecto pescado”. Claro, el peligro de esto es que por cuidar la arruga en las comisuras de los labios, se nos aparezcan cinco en los ojos y suframos más bien el “efecto acordeón” o patas de gallo contra las que no hay mueca, resina ni soldadura posible que las disimule salvo que deje uno de reírse o, en su defecto, se frote formaldehído importado con sabor a membrillo.

Lo que sí es espantoso para la piel es llorar. No hay nada que dañe más las facciones. Cuando de viejo se llora, o se llora de viejo, que no es lo mismo, prácticamente toda la cara se le contrae a uno dando pie al “efecto pasa”, el mismo que se sufre cuando le dan a alguien un pellizco en que ojos, nariz y boca se fruncen de dolor en una sola mueca. Ante ese riesgo, mi estilista recomienda llorar siempre hacia dentro, como sollozando, pero con cuidado de no ahogarse en sus propios mocos.

Por eso, a espaldas de ella he tratado de recurrir a otros consejos con resultados más expeditos y eficaces, como el del amigo mío que, teniendo mi misma edad, hace gala de un cutis de pétalo de rosa gracias a que desde hace 36 años se lava el rostro todas las mañanas en urea, es decir, en sus propios orines. Ha logrado tal práctica que, con la respiración contenida, se dispara el chorro directamente en la cara y se frota de inmediato sin dejar poro alguno al descubierto. ¡Pero qué va! A pesar de mis tres intentos hasta ahora por lavarme la cara de esa manera aunque con pésima puntería, solo he logrado el efecto contrario, es decir, arrugarme más pero del asco.

Lo que en su lugar estoy haciendo es consumir mucho óxido de zinc, pero no en latas de techo porque el herrumbre debe saber a rayos, sino en bálsamos y pomadas. Además, la elastina me ha hecho muy bien para desacordeonarme el cuello y la papada, que ya me estaban chirriando como los goznes de una puerta encantada. No obstante, la violencia del tiempo no me está permitiendo medir los “minutos-arruga” que me habré ahorrado.

Lo que me han dicho, y creo que con razón, es que me preocupe más por lo trascendente que por lo cosmético, para lo cual lo óptimo sería prescindir de la esteta y recurrir a un geriatra (como un pediatra pero al revés) que me recete los pañales adecuados, la postura correcta para los cólicos, la cilindrada del bastón, el tamaño de la cuchara sopera para que no se me devuelvan los fideos por la nariz, y las toallitas anti-irritantes para las zonas sensibles del cuerpo, es decir, todo yo.

La verdad es que al final, con tanta cosa, ya uno no sabe si se está maquillando para no verse tan peor como viejo, o para renacer con cierto decoro en la otra vida. Mi opinión es que, sea lo que sea, lo mejor es estar siempre peinado y listo para la fotox .