Apuntes del frío extremo

La primavera comienza a extenderse por el hemisferio norte. Sin embargo, a principios del año, Norteamérica sufrió una severa ola de frío. Montreal hizo frente a temperaturas de hasta -37° C. ¿Cómo se vive en ese clima y qué lugar ocupa el invierno en el corazón de los habitantes de la ciudad?

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Hay urbes que mudan de piel como serpientes. Las variaciones en la temperatura provocan cambios tan radicales en el paisaje que cuesta comprender que uno no se ha movido de ciudad. Una de estas metrópolis es Montreal.

Si actualmente la urbe canadiense goza de los favores de los rayos primaverales, semanas atrás, el frío extremo se paseaba con descaro por sus calles. A pesar de los servicios para evitar los estragos de los seis meses de invierno, el clima representa todo un desafío para los habitantes de la ciudad, sobre todo para los miles de inmigrantes que arriban cada año. Mas, a la vez, la nieve y el viento helado se han convertido en elemento esencial del alma de sus pobladores.

Los oriundos de Montreal tienen un doctorado en sobrevivencia al frío extremo. Se podrán quejar algunos días por las condiciones poco propicias para una rutina cómoda, pero de eso a enfermarse todo el tiempo o incluso a poner la vida en riesgo, hay una distancia sideral.

El frío es uno de los fenómenos más implacables de la naturaleza. En una noche invernal uno puede perder la vida si se descuida.

La temperatura interna del ser humano ronda los 37º C. Conforme va faltando el calor, el cuerpo pelea para conservar la temperatura, sobre todo en los órganos vitales. Por eso se dejan de sentir manos y pies.

El temblor que uno experimenta tiene la función de producir calor. El problema es cuando surgen los mareos, deja uno de temblar y sufre un profundo cansancio. Entonces la hipotermia se presenta. Esta aparece por debajo de los 35º C y es severa en virtud de los 32º C. Cuando el cuerpo alcanza los 24º C, sobreviene la muerte por paro cardiaco.

El termómetro en negativo se ciñe sobre todo con los recién llegados. Bendita sea la persona que escriba una pequeña guía para los que aterrizan en el aeropuerto de la ciudad, sin que jamás hayan sido advertidos de lo que les deparan seis meses al año. A continuación, 15 ideas para aquel que se anime a realizar tan piadosa acción:

1) Vestirse con las prendas adecuadas (calcetines de lana, camiseta, suéter, pantalón de pana, abrigo, guantes, gorro y botas de nieve);

2) Caminar con sumo cuidado en caso de que el suelo se congele.

3) No quejarse del calor infernal en los vagones del metro (a menos que se lleve siempre una maleta donde meter la ropa invernal).

4) Comprar una buena pala para quitar la nieve de la cochera, un cepillo para eliminar la capa de hielo que se forma en el parabrisas del automóvil y cambiar los neumáticos por unos de mayor agarre para evitar derrapes.

5) Volverse espectador frecuente del canal televisivo reservado únicamente al clima (¿sería posible imaginar un canal del clima en otros países del continente? Seguramente, sería peor negocio que revista de poesía).

6) Saber diferenciar entre la temperatura normal anunciada en los medios y el tiempo con factor viento o sensación térmica (este refleja la temperatura percibida por la piel expuesta. Por ejemplo, si el termómetro indica –10º C, es posible que con el viento se tenga una sensación real de –20º C).

7) El clima extremo puede favorecer el desarrollo de periodos de depresión.

8) Contrariamente a la creencia popular, el consumo de alcohol reduce solo por cortos momentos la sensación de frío para después contribuir a la pérdida de calor (este punto es opcional. A veces olvidar la realidad no es cosa de cobardes. Los abstemios pueden saltar al punto 10).

9) Si bien una de las ventajas del invierno es facilitar que la cerveza se enfríe con solo dejarla a la intemperie, es conveniente vigilarla con frecuencia para impedir que se congele.

10) Evitar a toda costa intervenir en conversaciones sobre hockey con montrealenses, a menos que uno conozca muy bien el tema (el ridículo nunca es buen compañero del ser humano. Sería como si un paraguayo diera consejos a los cocineros japoneses sobre cómo quitarle el veneno al pez globo).

11) Conseguirse un amigo prepper e instalarse en su casa en caso de que los científicos no puedan predecir la duración de una tormenta de nieve (los fanáticos del Discovery Channel saben que los preppers son aquellos individuos que acumulan víveres y armas en cantidades industriales como preparación ante eventuales catástrofes).

12) Tener sentido del humor tras andar a –25º C, llegar a casa, encender el televisor y ver que se proyecta por enésima ocasión la película El día después de mañana.

13) Comprender que la gastronomía quebequense fue concebida para largas faenas en el campo y, sobre todo, para garantizar una gran ingesta de calorías durante el invierno, por lo que el refinamiento nunca ha sido prioridad.

14) Vestirse con calcetines respetables cuando se visite una casa ajena para no pasar vergüenzas, ya que habrá que quitarse las botas en la entrada para no manchar el piso con el lodo y la nieve del exterior.

15) Si durante el verano, por culpa del sol y la asfixiante humedad, el termómetro llegara a alcanzar los 36º C, conviene cerrar los ojos e interrogarse si es preferible un 36º C a un –36º C.

Montreal es una urbe bien preparada para hacer frente al invierno. El gobierno de la ciudad destina más de $130 millones anuales para retirar la nieve, con un ejército de máquinas de distintas dimensiones que noche y día vacían su carga en colosales camiones. Los empleados de la metrópoli esparcen grandes cantidades de sal y de grava por las aceras, aunque resbalarse con el hielo no es algo fuera de lo común. Es más, se convierte en una especie de rito de iniciación para cualquier recién llegado. Otra acción de parte de las autoridades para evitar tragedias en situaciones de frío extremo es acondicionar refugios para los indigentes.

Un rostro de Montreal causa asombro entre sus visitantes: la ciudad goza de uno de las redes subterráneas más impactantes del planeta. Con cerca de 43 kilómetros de extensión, dicha red comunica en el centro de la metrópoli a universidades, centros comerciales, edificios gubernamentales y estaciones de metro, para que así miles de montrealenses puedan ahorrarse las crudezas del invierno en un sinfín de actividades.

Vivir la mitad del año bajo estas inclemencias es demasiado tiempo para solo andarse quejando. Los habitantes de estas tierras hablan con alguna pesadumbre pero también con pasión de los periodos más fríos del año.

Un originario de Cartagena de Indias se quejará alguna vez del calor, pero jamás perderá el placer de hablar con la familia en el corredor de la casa, sentado en una mecedora. Lo mismo provocan la nieve y el aire gélido. El originario de Montreal sabe que en otros sitios podría vivir con algún clima más generoso, pero el frío lo lleva en las venas. Desde niño aprendió a divertirse entre la nieve. Incluso en la literatura, el cine y la música, el frío se cuela para plasmar la relación de los quebequenses con las duras condiciones climatológicas. Un ejemplo de ello lo aporta Malajube. Este famoso grupo de la escena rockera de la ciudad ha tenido gran éxito con el tema Montreal –40º C . El título no deja nada a la imaginación.

¿Es posible emigrar a Montreal y adaptarse rápidamente al frío e incluso disfrutarlo?

La respuesta tiene que ver obviamente con la zona geográfica de procedencia del nuevo habitante de la ciudad. Meter a noruegos y a panameños en el mismo saco no es acción justa.

Como prueba de lo difícil que resulta habituarse para algunos grupos, basta con indagar entre los venidos de los lugares más soleados del orbe. Nassim Kaddour, natural de la capital de Argelia, lleva 25 años en la ciudad. Cuando se le pregunta si ya se ha acostumbrado al frío, su respuesta es contundente: “No del todo; sin embargo, a lo que nunca me adapté en mi país fue al desempleo”.

A su llegada a Montreal en pleno invierno para cursar un doctorado, la colombiana Tatiana Acevedo veía cómo le faltaban concentración y buen humor en su vida cotidiana. Fue a una clínica y el médico le recomendó algo desconocido para ella hasta ese momento: comprar una lámpara especial que imita la luz de los rayos solares y utilizarla en el desayuno, como una manera de engañar al organismo.

Aunque los desafíos de la adaptación son numerosos, existen inmigrantes que tratan de buscarle el lado amable al invierno.

Se comenta, sin embargo, que el gusto y el aprovechamiento total de los largos meses de frío se dan verdaderamente con los hijos de estos inmigrantes, los que nacen aquí o bien han llegado a edad muy temprana. La escuela, los medios de comunicación y los amigos del barrio tienen mayor influencia.

Además de la diversión provocada por los esquís y por el lanzamiento de bolas de nieve, la gente de Montreal ha desarrollado una serie de pasatiempos para que los meses helados lleguen a ser placenteros. Dichas actividades van desde la práctica del hockey hasta salir de noche a disfrutar de las actividades culturales a plena intemperie.

Ahora bien, a pesar de que la metrópoli canadiense está diseñada y organizada para facilitar la vida de sus habitantes en el frío, de que existen un sinfín de actividades para hacer más llevadero el largo invierno y de que las bajas temperaturas sirven incluso de musa en cuanto a expresiones culturales se refiere, la vida en la ciudad durante seis meses está muy alejada de los estereotipos que Hollywood y las guías turísticas venden al mundo.

Elegir Montreal como lugar de residencia tiene que ver con la búsqueda de gratas condiciones laborales, seguridad pública y educación de alto nivel, pero en ese cuadro el frío no figura en momento alguno como ventaja.

Habitar en esas latitudes se parece muy poco a esas comedias románticas en que las parejas enamoradas recorren con glamour las más exclusivas avenidas de Manhattan; no hay en la ciudad trineos jalados por perros y los hoteles de hielo son igual de representativos de la verdadera vida en la región que unos mariachis en Bagdad.

Por fortuna, en Montreal no todo es invierno. En estos días comienza a brotar de nuevo aquello que se ocultaba bajo las sábanas de nieve.

El esperado verano

De repente, el sol es cada vez más generoso y los jardines despiertan de un largo sueño. La ciudad se convierte así, poco a poco, en una de las más sensuales y divertidas del orbe.

La crudeza de los inviernos ha moldeado a una de las sociedades más apasionadas por el verano: bermudas, carne asada, kayaks , motocicletas, vino rosado y conversaciones en las terrazas. A todo ello hay que agregar cientos de espectáculos al aire libre.

No es por nada que esta ciudad se ha ganado con creces una sólida reputación internacional en materia de producción y difusión cultural. Así se vive cuando las jornadas calurosas tienen una fecha de caducidad tan corta.

Después, el otoño hará acto de presencia con sus elegante indumentaria de hojas multicolores y el invierno volverá a acechar con sus dientes afilados. Tocará entonces desempolvar abrigos, verificar que al nieto aún le queden los guantes del año pasado y cambiar los neumáticos del auto.

Aunque también el invierno regala momentos de inmensa ternura. Por ejemplo, cuando tu hijo de tres años, con toda la inocencia del mundo, sube una noche de diciembre a su habitación, se pone el traje de baño y te pregunta: “¿Podemos ir mañana a nadar al lago si hay sol?”