Apuesta con el vacío

Alex Honnold está considerado el escalador más temerario  del planeta. Aunque se juega la  vida en cada jornada, él asegura que solo le está sacando provecho  a la vida.

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Imagínese una pared que tenga la altura de dos edificios de 70 pisos, uno colocado sobre el otro; sumarían como 600 metros de altura. Luego, imagine a un joven de 26 años que sube por sus paredes sin cuerdas ni arneses. Únicamente se ayuda con sus zapatos tenis y sus manos. El más mínimo error lo haría caer directo a la muerte.

Esta modalidad de escalada se conoce en inglés como “free soloing”, algo así como “escalada libre en solitario”. Se trata de la forma más pura, y más peligrosa, de subir rocas sin apoyo de ningún tipo.

Quien lidera esta disciplina es el estadounidense Alex Honnold, calificado por montañistas y deportistas de élite como el mejor escalador del mundo.

De 1,80 metros de estatura, orejas grandes, ojos sobresalientes, manos gigantes y mirada de niño, Alex no aparenta ser un deportista de primer nivel mundial.

Su vida es tan sencilla que en Estados Unidos duerme en una minivan Ford que él mismo conduce. Pero una vez que se le ve escalar, con su notoria seguridad, agilidad y rapidez, la impresión cambia.

Muchas de las cimas que ha escalado ni siquiera poseen salientes de dónde agarrarse y, vistas de lejos, solo se divisan en ellas las manchas blancas del magnesio usado para que las manos no se humedezcan. No hay de dónde aferrarse, pero eso es justamente lo que motiva a Honnold.

“Lo físico es significativo, pero lo verdaderamente importante es lo mental. Saber que podré lograr la cima es lo único que me importa. Independiente de lo que pase en la subida, ante cualquier obstáculo sé que puedo sobreponerme”, dice Honnold.

Esa misma determinación es la que lo llevó, en setiembre del 2008, a subir sin cuerdas, en el Parque Nacional de Yosemite, la pared noroeste de Half Dome (609 metros de altura), una escalada con clasificación 5,12 “a” (en Estados Unidos, los ascensos en roca son clasificados en una escala que va desde de 5,1, que es fácil, hasta 5,15, considerado en extremo difícil). Las notas por encima de 5,9 están subdivididas en cuatro, de la “a” hasta la “d”, según su grado de dificultad).

Raimundo Miquel y Benjamín Fell, dos escaladores chilenos, sostienen que Honnold “es una leyenda”. “Su estilo es increíble, tiene un nivel de concentración que nadie ha logrado. Es ‘pura mente’, por eso hace lo que hace”, dice Miquel.

{^YouTubeVideo|(url)http://www.youtube.com/watch?v=SR1jwwagtaQ|(width)445|(height)284|(fs)1|(rel)1|(border)1|(color1)#234900|(color2)#4E9E00^}

Definitivamente, el tema pasa por la cabeza. Porque estar rompiendo marcas mundiales de escalada libre en altura y en solitario, día tras día, requiere más que una habilidad sobrehumana.

El escalador insiste en ello: “Hay que estar 100% preparado mentalmente. Yo reflexiono mucho sobre lo que voy a hacer y, cuando ya lo tengo visualizado, lo hago. Pero también agregaría que hay algo de placer en ello. Estar allá arriba con el aire rodeándome me da una sensación única”.

Un escalador nato

Su interés por el montañismo empezó cuando tenía 10 años. Su mamá, la profesora Dierde Wolownick, lo llevó al gimnasio de escalada en su barrio de Sacramento, California. Mientras ella conversaba con el profesor, el pequeño e hiperactivo Honnold ya había subido más de diez metros y la madre lo miraba aterrorizada.

“Me acuerdo de esos tiempos. Pasaba todo el día en el gimnasio, tres horas cada día, seis veces a la semana. Todo era de plástico y con cordeles”, dice, en alusión a las paredes artificiales de escalada. En la Universidad de California, Berkeley, Honnold siguió escalando, pero ya había pasado a roca natural. “Había un peñasco cerca de la escuela y ahí me divertía. Subía y bajaba todo el día. Nunca fui a clases y tiempo después me retiré”.

Honnold no tiene noción de cuándo pasó de escalar con cuerdas a hacerlo sin ellas. La línea entre los dos le resulta difusa. “Hay subidas que hago con zapatos tenis comunes y sin cuerdas por lo fáciles que me parecen, pero sé que otras personas harían esas mismas subidas con cuerdas. Más adelante, comencé a escalar rutas más difíciles sin cuerdas, porque sentía más libertad”.

Guiños a la muerte

Todos opinan que juega con la muerte, pero Alex afirma que él sí toma precauciones. Explica que, en casi todos sus ascensos libres, primero realiza las rutas con cuerdas. Sube hasta la cima dos, tres o más veces encordado, hasta que se siente cómodo. “Me sirve para memorizar el camino. Y ayuda mucho. Una vez, estando en la pared del Sentinel (487 metros), en Yosemite, para una filmación del programa 60 minutes, de CBS (14 cámaras lo grababan), llegué hasta un punto donde tenía que pasar una roca. Me sabía el movimiento de memoria, pero al colocar la mano, sentí que el borde se movió. No lo había notado cuando subí con cuerdas, porque ahí uno no se preocupa tanto ya que tiene ese apoyo. Finalmente tuve que improvisar una nueva estrategia, cambiar de manos y hacer algo que no estaba planeado. Son situaciones extremas”, cuenta con naturalidad.

Conrad Anker, quizá el montañista más consagrado del mundo y quien descubrió el cuerpo del inglés George Mallory en el Everest, concuerda con Alex en que es difícil determinar objetivamente qué es una acción extrema.

Recientemente, en la revista Outside, Anker comentó que las mismas rutas que escaladores como John Breacher y Peter Croft subían con cuerdas, hoy las hace Alex sin protección alguna. Pero empujar esos límites también conlleva riesgos, sobre todo en la disciplina de free-soloin. No es casualidad que, en los últimos 40 años, solo nueve escaladores estadounidenses hayan intentado llevar esta forma de escalada libre hasta el límite. Y cinco han muerto.

Alex, sin embargo, dice amar las escaladas y odiar las preguntas que a menudo le hace la gente de si le teme a la muerte.

“Cuando sales y te subes al carro, nadie te pregunta si estás preparado para morir, y la verdad es que también podrías matarte. Yo escalo por la vida, porque cuando hago esto, me siento vivo”, insiste Alex.

Su madre solo le pide que use su buen juicio. “Me aconseja que le saque el mayor provecho a la vida, y eso, precisamente, es lo que estoy haciendo”, manifiesta Alex.