Andrée Guelen, la belga que ocultó a los niños del Holocausto judío

Con 20 años, formó parte de la resistencia que protegió a 3.000 niños del régimen nazi. Su nieta visitó el país para conmemorar el día de la memoria del Holocausto, Yom Hashoah, en abril.

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Andrée Guelen nació y creció en el otro lado del mundo. El lado del mundo que nombran los libros de historia cada vez que intentan describir, aunque sea superficialmente, el sanguinario Holocausto. En 1940, Guelen tenía 18 años cuando Bélgica fue invadida por los soldados nazis alemanes y solamente había cumplido dos años más cuando desafió las leyes que la obligaban a entregar a los niños al ejército.

“Ella siempre tuvo miedo de llegar tarde por los niños”, recuerda su nieta, Julie Hellenbosch, quien pasó unos días de abril en Costa Rica para representar el legado de su abuela en el Centro Israelita Sionista (en Pavas) y en visitas a colegios privados y públicos del país.

La visita de la mujer de 37 años coincidió con la celebración de Yom Hashoah, traducido del hebreo al español como el Día de la Shoá, jornada del recuerdo del Holocausto.

Esta fue la primera vez que Hellenbosch viajó en representación de su abuela a alguna actividad de homenaje. A sus 97 años, se ha restringido la movilidad de Guelen fuera del hogar de ancianos en el que reside.

Hace poco más de diez años, la otrora maestra todavía pudo visitar Jerusalén para recibir la ciudadanía israelí de forma honoraria. En la actividad, Guelen describió con normalidad la campaña de rescate que consiguió con el resto del Comité de la Defensa de los Judíos (un frente de resistencia formado de forma clandestina en Bélgica).

Se estima que el Comité de la Defensa de los Judíos logró esconder alrededor de 3.000 niños judíos en familias adoptivas católicas y en monasterios. Guelen asumió la reubicación de 300 niños que fueron sacados del peligro de Bélgica hacia otros países de Europa y Estados Unidos.

“Todavía lloro cuando pienso en todas las veces que tuve que arrebatar niños de sus padres, especialmente los que tenían dos o tres años, sin poder contarles a sus padres hacia donde estaba llevando a sus hijos”, dijo en la ceremonia de su ciudadanía israelí en el 2007. “No merezco nada por lo que hice. No soy una heroína. Fui parte de los soldados sencillos”.

En 1989, Guelen fue considerada e incluida en los nombramientos de Justos entre las Naciones, la más alta designación para reconocer a una persona no judía que arriesgó su vida para salvar a otros durante el exterminio.

Por esta designación, Guelen fue seleccionada por un programa organizado en conjunto por el Centro Israelita Sionista y el Instituto Jaim Weizman para honrar los testimonios de esos héroes. La historia de la maestra belga fue descrita en un ensayo por una de las estudiantes del Instituto (Liat Meyer) y premiado por el Centro.

Pese a las deferencias que ha recibido, Guelen nunca ha reconocido los suyos como actos extraordinarios.

“Ella no podía entender que la gente armara una guerra contra los niños. Ella pensaba que ir en contra de esas leyes era lo correcto y lo que debía hacerse, porque eran leyes estúpidas y absurdas”, describe Hellenbosch sobre las acciones de su abuela materna.

“Me alegra mucho estar en Costa Rica para lograr mi pequeña contribución, pasar esta herencia y esta historia, para que no vuelva ocurrir. Desafortunadamente, cosas así todavía ocurren. Pero me alegra conocer gente joven y hacerles saber hacia dónde puede llevar el totalitarismo y el racismo”, aseguró la nieta de Guelen.

Leyes absurdas

La invasión de Bélgica comenzó el 10 de mayo de 1940. Meses después, el gobierno militar alemán determinó un paquete de leyes de exclusión progresiva de los judíos de puestos de servicio civil, el ejército, la prensa y los comercios.

Como ocurrió en otros países conquistados, las autoridades alemanas de la época destruyeron sinagogas y agredieron la propiedad de líderes religiosos judíos.

En mayo de 1942, apenas dos años después de la ocupación, los judíos recibieron la orden de coser en sus ropas la estrella de David para identificarlos en público.

“Damos por sentados nuestros derechos, los civiles, los de la mujer, todos ellos”, reflexiona Hellenbosch. “Los judíos nunca imaginaron que les podían hacer tanto daño porque habían luchado en la guerra en Bélgica y estaban integrados con la comunidad. Me parece que lo dieron por sentado y la historia nos enseñó que estaban equivocados”, añade.

Antes de la Segunda Guerra Mundial, se estima que alrededor de 70.000 judíos habitaban en Bélgica (muchos tomaron refugio en el país por las condiciones de pobreza en países del este de Europa y otros llegaron espantados por la administración de Adolfo Hitler en Alemania). Entre 1942 y 1944, los alemanes transportaron 25.000 judíos desde Bélgica hasta el campo de concentración de Auschwitz. Tras la liberación de Bélgica, se liberaron a tan solo 1.800 de ellos.

En años posteriores, 400.000 belgas fueron investigados por colaborar con las fuerzas nazis entre ese año y 1944. Tras los juicios 56.000 de ellos recibieron una sentencia por colaborar con los nazis y 242 fueron ejecutados.

“Es muy extraño porque la guerra se terminó y, por más de cuarenta años, estos problemas nunca fueron conversados. Hasta ahora que los niños escondidos son adultos es que están preguntando e investigando”, dijo Guelen en una entrevista de 1988 recopilada por el Museo del Holocausto en Estados Unidos.

Por muchos años, los niños escondidos fueron historias sin rostro reservadas para conocidos cercanos. Sin embargo, eso cambió cuando en 1991 se organizó en Nueva York la primera Reunión internacional de niños escondidos y Guelen fue una de las invitadas.

“Allí fue donde comenzó a conectarse con ellos, no los había visto desde la guerra (...) Algunos de los niños escondidos la consideran una especie de madre, eran tan pequeños durante la guerra que les cuesta recordarla”, afirma su nieta.

“Como mantuvo la bitácora del Comité de la Defensa de los Judíos con todos sus nombres y todas sus direcciones, muchos niños de los Estados Unidos llegaron y se conmovieron de ver sus direcciones durante la guerra”, dice Hellenbosch.

“Le preguntaron muchas preguntas porque ella era la única que estuvo allí para dar testimonio de ese periodo que fue borrado por muchísimos años, porque era muy duro vivir con esa memoria”, explica.

Legado vivo

Ahora, la familia de Guelen —sus dos hijas, sus nietos y bisnietos— mantiene lazos con algunos de esos niños judíos que crecieron seguros y lejos de las leyes nazis.

“Uno de ellos nos invita todos los años a su casa en el sur de Francia. Tiene una villa con una piscina así que nos invita. Es muy generoso con mi abuela, la visita. Así que hay mucha gratitud”, dice Julie Hellenbosch.

Guelen, quien siempre se ha descrito a sí misma como agnóstica, imprimió su lucha por medio de la crianza de su familia.

“Mi abuela se casó con un hombre judío, después de la guerra. Él se escondió en Suiza y perdió a sus padres en Auschwitz. Es un contexto familiar muy complejo. Mi abuela no hablaba mucho con sus hijas sobre sus acciones durante la guerra. Mi abuelo no hablaba del todo sobre sus experiencias. Pero tuvo un gran impacto en mi madre y mi tía”, afirma su nieta.

Su tía fue militante desde joven y su madre madre se convirtió en una abogada (al igual que lo fue su padre).

“(Se quedó) siempre con la idea de defender a la gente contra la injusticia A sus nieto nos marcó de tal forma que tenemos un sentido ético muy alto y necesitamos sentir que somos buenas personas para hacerle justicia a nuestra abuela”, dice Hellenboscho, quien se dedica a la educación y trabaja en la Universidad Libre de Bruselas.

Aún cuando su abuela nunca compartió abiertamente sus experiencias en la guerra, su nieta asegura que sus enseñanzas fueron parte importante de su crianza.

“Cuando éramos niños era bastante estricta. Con las tareas, con la forma en la que nos vestíamos, con nuestras habitaciones que no eran muy ordenadas (risas). A ella le gustaba el orden y era firme con eso. Pero nos hizo mucho bien porque nos llevaba de viaje y nos hacía llevar un diario de viaje, cada noche teníamos que escribir lo que habíamos visitado”, recuerda de su infancia.

A su abuela la describe como una persona de un carácter firme que siempre confió en que debía proteger a cuantos niños pudiera.

“Ella era estricta pero justa. Conforme ha ido envejeciendo se ha relajado. Su familia y sus niños escondidos son todo para ella. Está muy agradecida de tener a sus hijos y sus nietos”, asegura Hellenbosch.