La historia de tres barrios privilegiados de San José: Amón, Otoya y Aranjuez

Conozca a qué inmigrantes le deben sus nombres tres barrios históricos del noreste de San José, así como su transformación de fincas a su noble surgimiento urbano a finales del siglo XIX y comienzos del XX

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Viajemos a las últimas décadas del siglo XIX. Gracias al impulso de las exportaciones de café y de las transformaciones impulsadas por los liberales, San José era una capital en pleno crecimiento y cambio. Esta ciudad no solo era ya el centro de poder, de la cultura nacional, sino también de las comunicaciones y de los servicios. El progreso hizo que se quedara pequeña y aquella capital comenzó a crecer.

Al noreste, allí donde corría limpio el río Torres, surgieron, a finales de ese siglo y principios del XX, tres barrios que aún hoy dan que hablar y están repletos de historia y edificaciones que remiten a otra Costa Rica. Se trata de Amón, Otoya y Aranjuez.

¿A quién deben sus nombres esos tres barrios históricos, los cuales quedaron atrapados en el centro de San José, entre los más variados negocios y también problemas sociales? ¿Cómo surgieron y crecieron hace más de un siglo? Nos sumergimos en la historia nacional para acercarlo a la historia de estos tres espacios josefinos.

Primero, un poco de contexto:

En toda América Latina, las burguesías querían modernizar las ciudades y dejar atrás el pasado, así como los vestigios coloniales como perennes recordatorios de él. Nuestro país no se aparta de esta tendencia. “En Costa Rica, la burguesía agroexportadora quiso ponerse a la moda con las tendencias urbanísticas de boga en Europa. La ciudad de San José le pareció atrasada, poco elegante y moderna. A raíz de esta visión, impulsaron un accionar tendiente a darle a la capital un nuevo rostro, que reflejara progreso material, riqueza y desarrollo”, explican los historiadores Gerardo A. Vargas y Carlos Ml. Zamora en su libro El patrimonio histórico arquitectónico y el desarrollo urbano del Distrito Carmen de la ciudad de San José 1850-1930.

La burguesía soñaba con París y con los goces de Europa, por lo cual se construyeron edificios, se mejoraron sectores deteriorados de San José, se afinó el trazado de las calles, se invirtió en el mantenimiento de vías, se entubaron acequias, se hicieron aceras y caños, se puso alcantarillado, se construyeron parques, se arborizaron avenidas, se colocaron monumentos y fuentes, se impulsó la instalación de luz eléctrica y se puso en marcha el tranvía, entre otras de las transformaciones ejecutadas.

“A finales del siglo XIX, la capital tenía una cultura urbana y secular definida, cuyo liderazgo en manos de la burguesía agrocomercial exportadora le imprimió a la ciudad una nueva forma de vida, para ciertos grupos sociales”, detalló la historiadora Florencia Quesada Avendaño al escribir acerca de San José en los albores del siglo XX en su libro En el barrio Amón. Valga anotar que el pueblo –sí, los sectores populares– era espectador, mas no protagonista de estos cambios.

Es en esta ciudad de San José boyante la que se ensancha hacia el noreste y en la que surge Amón en el distrito Carmen; es decir, ese que creció en los alrededores de la Iglesia El Carmen. ¿Qué sabemos de ese templo josefino? Entre 1860 y 1870, se demolió la primera ermita –en devoción a la Virgen del Carmen– y se construyó un nuevo edificio, el cual se bendijo en 1874; además, le otorgaron el rango de parroquia en 1881.

Barrio Amón: primer residencial para la élite urbana

Migrantes con gran visión dan inicio a la historia del barrio Amón. El famoso barrio josefino le debe su nombre al empresario francés Amón Fasileau Duplantier y Roussand (22 de diciembre de 1849 - 24 de febrero de 1915), quien desarrolló actividades económicas relacionadas con el café, la producción eléctrica, el urbanismo y los ladrillos.

Monsieur Amón, como se le conocía, se casó en 1885 con María Guadalupe Machado Lara y fue apoderado generalísimo y administrador de los negocios del francés Hipólito Tournon Captenat (su cuñado) entre 1887 y la primera década del siglo XX. Tournon se dedicó al cultivo y a la comercialización del café en Costa Rica; tuvo mucho dinero y un beneficio muy importante a orillas del río Torres.

“La entrada a San José estaba definida por la estación del Ferrocarril al Atlántico como principal eje de comunicación. En sus cercanías, la zona de recreación conformada por los parques Nacional y Morazán, en cuyos alrededores se asentó una nueva burguesía, se había constituido como la zona más selecta de la ciudad capital. Fue precisamente en este sector noreste de San José, donde el francés Amón Fasileau-Duplantier va a iniciar la construcción del primer residencial de la élite urbana josefina: el barrio Amón”, detalla la historiadora Quesada en su texto.

Todo comenzó el 5 de febrero de 1892 cuando Monsieur Amón presentó una propuesta a la Municipalidad de San José para urbanizar terrenos suyos ubicados al norte de la ciudad. Dos años después, el contrato se concreta y, a partir de entonces, al barrio se le comienza a denominar Amón.

Para llevar a cabo su plan, el empresario se encargaba de la movilización de tierras, abrir las calles y ceder el terreno para las mismas. Incluso, cuenta el historiador Carlos Zamora, el francés le sugirió al municipio quitar “unos chinchorros” ubicados en las cercanías en terrenos que no eran suyos y eliminar también los lavaderos públicos, que era una lavandería al aire libre en el río Torres donde mujeres lavaban ropa ajena por encargo, en especial de familias acomodadas de San José. Si bien es cierto las modestísimas viviendas sí se fueron demoliendo poco a poco, la Municipalidad de San José se negó a quitar los Lavaderos Umaña de la zona.

“Los lavaderos públicos se conservaron y permitieron que una gran cantidad de mujeres se ganaran el sustento diario “lavando ajeno”. Más aún, en 1904, la Municipalidad amplió y mejoró su infraestructura con la construcción de una casa para guardar ropa y vivienda del guarda, el arreglo de dos patios enlozados para secar ropa y un pasadizo de cemento desde la entrada hasta los lavaderos”, detalla Quesada sobre este tema.

El municipio le fue pagando al empresario por sus trabajos. Por ello, Florencia Quesada es clara al afirmar que aquel nuevo barrio josefino se concreta gracias a una iniciativa privada, pero en unión con la Municipalidad.

En 1897, por fin, el barrio Amón se divide en lotes. Dichos lotes son adquiridos por la burguesía, la cual construye allí bellas residencias inspiradas en corrientes arquitectónicas europeas; es más, el lugar se vuelve “un verdadero abanico de estilos. técnicas y materiales constructivos”, explican Vargas y Zamora en su publicación sobre el patrimonio arquitectónico del Distrito Carmen.

“La burguesía decide salir hacia el noreste: esos se convierten en barrios de privilegio. Ese es su origen. Los sectores pobres migran a los sectores del sur: como los barrios Keith y Carit, entre otros”, asegura Zamora.

El arquitecto e investigador Andrés Fernández, cronista de San José, puntualiza que Amón se convertirá en un barrio para la burguesía y en especial para inmigrantes, mientras que “la gente de mucha plata” –es decir, los ricos y cafetaleros– iba a preferir otras zonas de San José, como por ejemplo el Paseo Colón donde los lotes eran más grandes y se construyeron verdaderas mansiones. Incluso, iban a vivir en barrio Otoya, que era más pequeño y exclusivo.

En su libro sobre Amón, Florencia Quesada explica que la percepción de que la mayoría de los habitantes del barrio eran extranjeros se debe a que un 25% de los jefes de familia eran inmigrantes, según estudios a partir del censo de 1927. Además, desmitifica que ese fuera un barrio para cafetaleros, como es la creencia popular hasta ahora. “Lo que sí es muy probable es que algunos de los jefes de familia tuvieran invertido su capital en diferentes negocios, entre ellos el café, aunque se declararan como comerciantes o profesionales”, agrega la especialista.

Lo que es innegable es que Amón se convirtió en un espacio urbano diferente, donde hubo profesionales, comerciantes, agricultores y empleados públicos y privados. En cambio, la población con menores ingresos, como obreros y artesanos, fue poca y vivía en la periferia de esta zona.

“A partir de barrio Amón, y en las décadas siguientes en la zona noreste de la ciudad, se asentaron solo barrios de clase alta, por el alto valor de la tierra accesible solo a sectores de altos ingresos, como Otoya, Aranjuez, Escalante y Los Yoses. La formación de Amón fue el inicio de este proceso y de una constante segregación residencial de las clases altas con respecto a las clases populares dentro del crecimiento y diferenciación social de la ciudad de San José”, concluye la historiadora Quesada.

Barrio Amón

FUENTE: CENTRO DE INVESTIGACIÓN Y CONSERVACIÓN DEL PATRIMONIO CULTURAL E INVESTIGACIÓN PROPIA.    || INFOGRAFÍA / LA NACIÓN.

Otoya: de una finca de caballos a un barrio exclusivo

El más fino de estos tres barrios históricos fue Otoya, concebido como una extensión de Amón, pero que se convertiría en un sector más pequeño y exclusivo para la clase alta josefina. “Otoya es más pequeño y con lotes más grandes. Fue un barrio para gente con plata, burgueses muy ricos. Conforme se acerca a la línea del tren, había casas menos ostentosas”, cuenta el arquitecto Fernández.

¿Por qué Otoya se llama así? Este barrio, que tiene a la Casa Amarilla y a la Embajada de México como cartas de presentación, fue bautizado así por el peruano Francisco Otoya Seminario, originario de la región de Piura, radicado en Costa Rica y dueño de una finca en una ladera junto al río Torres en San José conocida como Puerto Escondido o, muy a lo tico, el Potrero de los Otoya.

Según narran Vargas y Zamora, Otoya Seminario provenía de una familia con plantaciones de algodón, estudió agronomía en Alemania y se casó con Magdalena Ernest Engel Mayer, nacida en la región montañosa alemana de la Selva Negra. Luego de un paso con poca fortuna en los negocios por California (Estados Unidos), la pareja llegó a Costa Rica alrededor de 1870.

Su finca, el Potrero de los Otoya, abarcaba desde la actual Casa Amarilla hasta llegar al río Torres y estaba dedicada a la cría de ganado y caballos de carrera, así como al café, los árboles frutales y las hortalizas.

Fue después de la muerte del inmigrante peruano en 1899 que su hija Amalia, Manuel Vega y Gabriel Vargas presentaron en 1906 un proyecto para ensanchar la ciudad hacia los terrenos de Puerto Escondido. El contrato firmado con la Municipalidad de San José el 28 de diciembre del 1906 estipulaba que las partes cederían terreno para el trazado y apertura de las calles y Amalia Otoya y Gabriel Vargas donarían un terreno en la ladera del Torres para crear un parque: el Simón Bolívar, que fue abierto una década después.

Los lotes en el sinuoso barrio Otoya atrajeron a familias de clase alta. “Se convirtió en un sereno rincón josefino que, desde el principio, se distinguió por recibir en sus predios a familias provenientes de la burguesía comercial y a algunos adinerados de viejo cuño”, detalló Fernández en un artículo del 2014.

Una curiosidad: a la calle 15 norte es a la que específicamente se le llamó como Puerto Escondido.

FUENTE: CENTRO DE INVESTIGACIÓN Y CONSERVACIÓN DEL PATRIMONIO CULTURAL E INVESTIGACIÓN PROPIA.    || INFOGRAFÍA / LA NACIÓN.

Barrio Aranjuez: heterogéneo y motor económico

En sus inicios, barrio Aranjuez se desarrolló gracias al impulso del Ferrocarril al Atlántico, concluido en 1890, que le dio un crecimiento gigantesco e importancia inusitada al sector noreste de San José. El ferrocarril no solo favoreció el desarrollo del comercio, las vías de comunicación y el transporte, sino que facilitó el acceso a materiales de construcción, bienes importados y alimentos de diferentes tipos.

Hoy, es otro el gran protagonista. Actualmente, la vida del barrio está marcada por otro gigante: el Hospital Calderón Guardia, que se ha vuelto el motor de la zona.

Es el más heterogéneo de estos tres barrios históricos josefinos. “Aranjuez tiene casas, pero también casitas muy humildes”, explica Andrés Fernández.

Por su parte, Carlos Zamora aportó que allí vivían desde familias acomodadas y sin problemas económicos, trabajadores del ferrocarril y la Aduana Principal (otra gran protagonista de esta historia), así como personas damnificadas por el terremoto de 1910. Todo esto queda en evidencia entre las calles de Aranjuez, aun hoy.

Este barrio lleva este nombre a causa de otro inmigrante: el catalán Juan de Dios Aranjuez, quien, hacia finales del siglo XIX, tuvo un gran terreno en la zona que llamó Finca Aranjuez. Posteriormente, la finca queda en manos de Bernardo Soto Alfaro (presidente de la República entre 1885 y 1889), quien en 1891 decide dividirla en lotes con el fin de urbanizar, se pormenoriza en el libro sobre el Distrito Carmen.

Pasan algunos años hasta que llega a un acuerdo con la Municipalidad de San José, que se firma el 10 de octubre de 1894. “Como producto del trato, entre Bernardo Soto y la Municipalidad, se abrieron cuatro calles hacia el oeste y una paralela a la antigua Aduana Principal, procediéndose a urbanizar una parte de la antigua Finca Aranjuez, quedando en poder de Soto una fracción que no fue puesta en venta sino hasta 1909″, agregan los historiadores Vargas y Zamora.

Luego, aprovechando la expansión en el sector, José Santiago Millet decide lotear otra finca que estaba junto a la de Bernardo Soto, con lo cual queda plenamente constituido Aranjuez.

La Iglesia Santa Teresita se va a unir al desarrollo de Aranjuez. El Gobierno donó una plazoleta junto a la Aduana Principal para levantar una iglesia y una escuela; sin embargo, en 1920, le traspasó el terreno a las Temporalidades de la Iglesia Católica y el único fin del espacio sería construir un templo. Por insistencia del sacerdote Ricardo Zúñiga, la iglesia se dedicó a la devoción de Santa Teresa de Jesús, en lugar de al Corazón de Jesús como se pensó inicialmente. El diseño contó con aportes del artista Louis Ferón y los arquitectos Francisco Salazar y José María Barrantes Monge; la iglesia se terminó en 1940.

Décadas después se uniría a la historia de Aranjuez, el Hospital Calderón Guardia en el espacio que en el pasado ocuparon los baños municipales y donde luego se levantó la Casa de la Madre y el Niño; posteriormente, esos terrenos pasarían a la Caja Costarricense de Seguro Social, donde se desarrollaron instalaciones hospitalarias hasta culminar la gran sede del Calderón Guardia de la actualidad.

FUENTE: CENTRO DE INVESTIGACIÓN Y CONSERVACIÓN DEL PATRIMONIO CULTURAL E INVESTIGACIÓN PROPIA.    || INFOGRAFÍA / LA NACIÓN.

***

Sin duda estos tres barrios de noble estirpe dan cuenta de las historias de las transformaciones de San José, de sueños y anécdotas de familia y nos hablan de poder, clases sociales e ideales. Fueron sectores con muchísima vida de barrio; sin embargo, han ido cambiando y hoy son víctima de la degradación de la ciudad, asegura Andrés Fernández.

La vida de estos barrios es otra, claro. Sin embargo, incluso ahora es posible leer entre sus calles y edificaciones las diferentes visiones sobre Costa Rica que se han ido acumulando con el tiempo, el pasado que se niega a sucumbir para recordarnos qué queríamos ser.