Alfredo Di Stéfano: La Saeta Rubia

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No hubo otoño para el patriarca. El mítico futbolista Alfredo Stéfano di Stéfano Lauhlé murió con el ritmo de la ovación en su memoria auditiva y sin dos objetos concretos en su mesita de noche: una Copa del Mundo y un teléfono celular, con el que quizá hubiera querido llamar a su exnovia tica Gina González. Sus hijos dicen que ninguno de los dos objetos desveló a la Saeta Rubia, –como le decían cuando jugaba–, y a mí en líos de pareja me enseñaron a no meterme.

Moldeado por las ambigüedades, Di Stéfano, el mejor jugador español de fútbol del siglo XX era argentino. Cada uno de sus éxitos era fiesta nacional, y aunque nunca jugó en un Mundial, obtuvo todos los demás reconocimientos.

Longevo y bon vivant , Di Stéfano capituló por décadas los titulares de la prensa internacional, desde ser el redentor del Real Madrid en España, aparecer activo en dos clubes internacionales al mismo tiempo (Colombia y Argentina), protagonizar el fichaje más polémico de la historia, ser un excepcional entrenador de selecciones, vivir un secuestro de 72 horas en Venezuela, convertirse en el primer futbolista que usó su potencial sexi en la publicidad, hasta destacarse como uno de los viudos más cotizados de los supervivientes de los años 20.

Di Stéfano personificaba la vieja escuela del fútbol, aprendida en el River Plate, en la que la consigna era que todos defendían y todos atacaban. Esa estrategia la llevó a otro nivel. En un análisis del estilo de Di Stefano, Spielverlagerung.com decía que la Saeta podía jugar todas las posiciones centrales: delantero central, segundo delantero, décimo, octavo, sexto, defensa central, libero, pero lo que lo hacía único no era esa versatilidad, sino su capacidad de hacer todo eso simultáneamente.

Los historiadores del fútbol comparan a Di Stefano con Pelé, Cruyff y Maradona. En la cancha era creativo, sin embargo Alfredo, como la mayoría de los futbolistas fue un conservador. Enviudó en el 2005 y dos años después, mientras se escribía su biografía, conoció a Gina, una mujer cincuenta años menor que había pasado por diferentes empleos en España y que finalmente apoyaba al editor en la investigación periodística del libro de la Saeta. Luego de publicar la biografía, Di Stéfano contrató a Gina como asistente personal. En algún momento de los tres o cuatro años que trabajaron juntos se emparejaron y en el 2013 Alfredo le dijo a El Mundo (el diario español) que se casaba cuanto antes con ella, su novia tica.

Entonces explotó la guerra moral.

La amenaza de una posible madame Kodama (viuda de Jorge Luis Borges y 38 años menor que el escritor) infiltrada en la noble e impune sociedad del fútbol fue alerta nacional. Los hijos corrieron al juzgado por una valoración urgente de senilidad y salud frágil para papá Di Stéfano, hasta Florentino Pérez (presidente del Real Madrid) se presentó a atestiguar. Afortunadamente para su entorno familiar, a sus 87 años lo declararon anciano y no peligró el patrimonio. De manera que, un año después, la ley les permitió ver morir a Alfredo Di Stéfano aislado, resguardado y solo, con un corazón que no quiso resistir. Sin viuda alegre y sin moraleja.

Aquí el tema nunca fue Gina, es otro. Sí, ese.

El gran líder del juego sicológico del siglo XX, fue la gran noticia de la prensa rosa del siglo XXI. Lo que no vamos a olvidar de Di Stéfano es esa fortuna multiplicada que supo administrar muy bien, tan bien que terminó costeando su propio encierro.

El querido profe Alfredo que le decía a sus pupilos: “Agarren los libros, que no muerden, y luego jueguen al fútbol”, omitió darles la lección de qué hacer con eso que aprendían. No lo vamos a olvidar porque es la enseñanza del gran jugador de todos los tiempos, todas las posiciones, todas las nacionalidades y las mayores ausencias.

Ante semejante incertidumbre, un dato casual: cuando la actriz octogenaria Joan Collins anunció que se casaba por quinta vez, ahora con un novio 32 años menor, un periodista le preguntó si había considerado que podría morir en medio de tanto frenesí, ella contestó: “Si él se muere, se muere”.