Alberto Cañas: El irreverente Uvieta que hizo historia

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El sábado 14 de junio, Costa Rica entera comía ansias, uñas y malas predicciones en el debut de la Sele ante Uruguay en el Mundial de Brasil 2014; aún rumiábamos el sinsabor de un gol del charrúa Edinson Cavani al minuto 24, cuando nos impactó la noticia de la extinción de un inmortal: don Beto Cañas murió antes de la 1 p. m. debido a complicaciones tras una operación de hernia.

Aquel fue el desenlace de 94 años de vida en que Alberto Francisco Cañas Escalante interpretó solo papeles protagónicos en la política y la cultura de nuestro país.

Pasó a la historia un hombre que hizo historia, un intelectual que fue memoria y conciencia lúcida para una Costa Rica propensa al olvido.

Con su atronadora voz carrasposa, dijo siempre lo que quiso, dio discursos de ética, incomodó a muchos, sacudió los más variados campos con sus intervenciones y dejó una huella que lo convirtió en uno de los personajes más destacados del siglo XX.

Nunca paró durante su larga existencia. Este hijo de una familia de “clase media pequeño burguesa”, nacido el 16 de marzo de 1920, empezó a leer a los tres años y su energía le alcanzó para que, en junio, antes de ser hospitalizado por la operación de la hernia, siguiera publicando sus Chisporroteos en La República .

Tras una vida haciendo y opinando en campos como la política, la literatura, el teatro y el periodismo costarricenses, este abogado cosechó palabras, cargos y logros que lo describen escuetamente. Fue considerado renacentista, figuerista, académico, perfeccionista, cascarrabias, amigo, mentor y cronista de un país cambiante.

Cañas fungió como secretario interino de la Junta Fundadora de la Segunda República, embajador en las Naciones Unidas, primer ministro de Cultura, diputado del Partido Liberación Nacional, directivo de la Caja Costarricense del Seguro Social, presidente del Partido Acción Ciudadana y presidente de la Academia Costarricense de la Lengua, entre infinidad de cargos.

Además, fundó la Compañía Nacional de Teatro y la Escuela de Comunicación de la Universidad de Costa Rica, y obtuvo los premios Magón, Pío Víquez, el García Monge y varios Aquileo J. Echeverría.

La transparencia lo acompañó a lo largo de sus días. No se guardó nada; así era él; ni críticas al Partido Liberación Nacional –fue militante activo y disidente–, ni su gusto o disgusto con alguna figura o decisión, ni su sarcasmo cuando algo le parecía un disparate o una charlatanería. Tampoco ocultó su secreto para permanecer como roble tantos años a pesar de la diabetes y la hernia: “Cuando me río, lo hago de verdad, y cuando me enojo, también; entonces, no me queda nada adentro” le confesó en junio a Alfredo González.

La palabra fue su arma desde diferentes trincheras. Escribió obras de teatro – La segua , Uvieta , Tarantela –, novelas –por ejemplo, Los molinos de Dios – y relatos cortos –entre ellos, Los cuentos del Gallo Pelón –. Como periodista, dirigió los diarios La República y El Excelsior , escribió incontables artículos de opinión, hizo radio y fue maestro de muchas generaciones.

Padre de cuatro hijos y viudo desde el 2007, gustaba de las galletitas finas, la plática enjundiosa, así como del buen teatro, la música y las películas. Es más, el cinéfilo había coleccionado más de 2.000 y se dedicaba a diseccionarlas y comentarlas todos lunes –durante más de 30 años–, con un grupo de amigos.

Ese 14 de junio, la Sele ganó y algarabía fue casi total; solo latía el luto por aquel Uvieta que le dejó de huir a la muerte.