Vampiros en la red

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En mi columna anterior escribí que la imagen de Esteban Ramírez con una dedicatoria poco amistosa a su ex compañero Francisco Calvo era una de los que debían quedar en el olvido, entre los muchos actos de fanatismo heredados del campeonato de invierno último.

Pudo quedar la sensación y así me lo hizo saber el florense, que esa foto propagada virulentamente por las redes sociales, fue “echada a volar” por él o al menos concebida con el propósito de enviar un mensaje grotesco a Calvo, por su partida al Saprissa.

Le aclaré y lo hago públicamente, que mi referencia a esa imagen no fue con el afán de atribuirle a él su paternidad, sino en otro contexto: el poder destructivo que han alcanzado los aficionados en las redes sociales.

Esa foto de otro tiempo y con otro propósito, le sirvió a alguien para agregarle un mensaje hepático y dispararla con la fuerza de un cañón por ese cielo empedrado del ciberespacio. Y así, convirtieron a dos inocentes en víctimas: a uno porque lo pusieron en el papel de mal perdedor y pésimo compañero de trabajo y a otro porque atizaron a una afición herida por un acto de supuesta traición.

Solo uno de los muchos actos salvajes que se multiplican como las cabezas de Hidra en el Internet futbolero. No ha terminado un partido cuando los “memes”, chistes y burlas contra el perdedor están flotando en el espacio de intolerancia en que convertimos cada computadora. Algunos, ingeniosos, retratan al tico, pícaro y malicioso. La mayoría son venenosos, fanatizados y con el afán de humillar.

Entonces viven y se reproducen en la nube inalámbrica las pandillas de nuestro nuevo siglo, envalentonadas no solo por la comodidad de la distancia desde la cual se agrede, sino por el compadrazgo de los muchos amigos, “contactos”, “whatsappedadores”, “tuiteros”.

El silbido y el aplauso ya son armas cavernícolas. Ahora usan el armamento atómico de las redes sociales. Se sienten con el poder de acabar con todo lo que no huela a la sangre de su sangre, y cual vampiros, se relamen con la del primero que caiga “fauleado” en ese campo de batalla en que hemos convertido nuestra vida de aficionados.