El paso de la Selección Nacional fue un alegre caos

Decenas de miles de aficionados acompañaron ayer la caravana tricolor entre el aeropuerto y La Sabana

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Locura. Absoluta locura. Los 16 kilómetros del aeropuerto Juan Santamaría a La Sabana fueron escenario de la alegría más caótica que haya vivido Costa Rica.

Ayer, el recorrido de la caravana tricolor se hizo eterno, pero a nadie pareció importarle. Ni a los 26 homenajeados, ni a las decenas de miles de personas que llegaron a darles la más calurosa bienvenida.

El cansancio por la espera de varias horas antes de que aterrizara el avión que traía a la Selección Nacional desde Brasil, se disipó al ver a los futbolistas sobre la carroza y se recargó con la energía suficiente para vivir cuatro horas más de recorrido hasta la estatua de León Cortés, en San José.

Desde la misma salida, el desfile fue fiesta y caos. La gente se saltó las barreras para correr junto a la carroza, alcanzándole a los jugadores camisetas y banderas para que las autografiaran.

Hasta el cruce del aeropuerto, la caravana fue procesión. En ese primer kilómetro el avance fue lento, lentísimo, al ritmo de los oficiales de policía que caminaban delante de la carroza, abriendo espacio entre la gente que aguardaba en media calle y la que seguía corriendo junto a los seleccionados.

Una vez sobre la autopista General Cañas, el desfile fue romería. Ganó un poco de velocidad, pero mucho más en concurrencia. Con la venia del Tránsito, vehículos particulares, microbuses, camiones, autobuses y tráileres repletos de aficionados se sumaron a la caravana del triunfo.

A partir de ahí, lo común fue ver gente con medio cuerpo asomado por la ventana del carro o saltando sobre los cajones al ritmo de las incansables bocinas y cornetas.

La zona franca Saret, la Firestone, Plaza Real Cariari, el residencial Los Arcos, el INA y los alrededores del Hospital México fueron estaciones de un alegre viacrucis, con cientos de fieles a cada lado del camino, sobre los puentes peatonales o desde los balcones de los edificios.

No quedó nadie que no saliera a ver el paso de la Sele . Bebés en coches, ancianos en sillas de ruedas y adultos sobre los techos de carros estacionados junto a la autopista.

La música de bandas y comparsas alegraba a cada grupo de familia o compañeros de trabajo que salía con banderas y hasta puso a bailar a los mismos seleccionados.

La estela de su alegría alcanzaba para continuar celebrando con quienes venían en la enorme hilera de carros que se formó tras la carroza y con los fiebres que ya sumaban kilómetros corriendo detrás de la Tricolor .

La Sele le respondió a todos. Cansados por el viaje, los discursos y el largo desfile, los jugadores replicaron con sonrisas cada saludo, cada pancarta y hasta cada propuesta pasada de tono que les lanzaban a su paso.

Al final, la hora y media que los organizadores calcularon de recorrido casi se multiplicó por tres, pero a nadie pareció importarle, porque cuando la noche envolvió a la caravana tricolor ya el país entero estaba envuelto en la locura.