El festejo dio paso al orgullo y al agradecimiento hacia la Sele

La calles fueron otra vez blanco, azul y rojo

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Redacción

Desde buena mañana de este sábado, todo un país se volvió a teñir de blanco, azul y rojo y se cobijó con la misma consigna: apoyar a un equipo que puso a soñar a casi cinco millones de personas y que cosechó apoyos en todo el mundo por su papel sobresaliente en la Copa del Mundo Brasil 2014.

Igual que en los cuatro partidos anteriores de la Sele, las principales plazas de la capital estuvieron repletas de fanáticos del fútbol que respiraron junto con los 11 valientes que saltaron a las canchas brasileñas para dejar con la boca abierta, de nuevo, al mundo.

Al mismo tiempo que las tomas de televisión mostraban a los seleccionados de Holanda y Costa Rica llegar en sus autobuses al estadio Arena Fontenova, a eso del medio día, Eida González y Ernesto Morales se casaban en Santa Ana.

¿Cómo alguien se casa el mismo día en que la Selección disputa el partido más trascendental de sus cuatro mundiales?

Quizás los novios fueron parte de los incrédulos que no se imaginaron ver a la Selección llegar tan lejos en el Mundial. Quizás no se fijaron en el almanaque mundialista.

Lo cierto del caso, es que en esa boda no hubo bailongo. A sus invitados, Eida y Ernesto les recetaron pantalla plana y bocas para ver el partido de la Sele.

Mala señal. Casi empezaba el primer tiempo extra del partido cuando en la capital hubo un mal presagio.

A las 3:55 p. m. varias personas protagonizaron una riña en una Plaza de la Democracia atiborrada de fieles a la Sele.

Tres personas terminaron el piso, con las ropas ensangrentadas. Un sujeto recibió una puñalada, otro un botellazo y un tercero se llevó un golpe en la cabeza.

La Fuerza Pública, presente y lista para actuar, controló a los revoltosos y, al mejor estilo de Keilor Navas, controló una situación que pudo pasar a más.

Todo lo contrario ocurrió en Cartago, donde el nerviosismo por el encuentro contra los holandeses se mezcló con la alegría de un pueblo que respiraba fútbol.

Feligreses de la Sele y católicos hasta la pared del frente, los cartagineses estallaron en júbilo y sacudieron sus banderas al ver que arribaba a sus tierras el ferrocarril que portaba al frente de su máquina una imagen del Corazón de Jesús; de inmediato vieron pasar el tren, una lluvia de plegarias empezó a caer para que el Salvador intercediera a favor de un nuevo triunfo de la Selección.

A kilómetros de allí, en Puntarenas, el sol de la tarde calentaba las cabezas de cientos de aficionados que buscaron hasta el más reducido de los rincones para ver el partido, el más importante en la historia balompédica de Costa Rica… el más sufrido también.

Cada soda porteña, cada bar, cada corredor con mecedoras multicolores, sirvió de gradería improvisada para abuchear a los tulipanes y para alabar a los héroes ticos.

El Paseo de los Turistas vio a jóvenes, adultos y niños cobijarse con los colores blanco, azul y rojo. Cobijarse, sí, porque la euforia que causó la Sele en tierras del Pacífico hizo a sus habitantes olvidarse del calor que no dejó de pegar fuerte a orillas del mar.

Más al norte, allá en el cantón de Los Chiles, fronterizo con Nicaragua, el presidente de la República, Luis Guillermo Solís, vio el partido de cuartos de final acompañado por una cimarrona de la localidad que, sin parar, alentó cada avance de la Sele y cada tapada milagrosa de Keylor y de la defensa, la menos batida de la Copa del Mundo.

Costa Rica se devuelve tan sólo con dos goles en el saco, un penal del uruguayo Edinson Cavani y un agónico gol del griego Sokratis, en octavos.

Ese equipo logró lo que ningún político ha alcanzado, hermanar a los pueblos de Costa Rica y Nicaragua, en tensión fronteriza desde hace más de cuatro años.

Un ogro opacó otra jornada de ensueño. Caía la tarde ya, e igual que en aquel partido épico contra los helénicos, Costa Rica volvió a llevar a otro gigante hasta la tanda de penales.

A los griegos la Sele los hincó desde los once pasos, pero, este sábado cinco de julio, la ruleta giró a favor de los naranjas.

Cuando su portero Tim Krul—ese ogro enorme que entró al partido de improviso, amenazante y rebosante de soberbia—tapó el segundo tiro costarricense, el país entero puso los pies de nuevo sobre la tierra, por primera vez desde que la Sele debutó en Brasil 2014 contra Uruguay, el 14 de junio.

A casi cinco millones de ticos y a otros tantos millones de centroamericanos les llegó el momento de parar la celebración. Se había acabado el Mundial.

Pero no hubo tristeza ni en San José, ni en Cartago, ni en Puntarenas, ni en Managua, ni en Ciudad de Panamá.

El equipo de todos terminó invicto su cuarto mundial, se convirtió en un elemento de unión, en una escuela de vida.

La bandera tica sigue en lo alto en el mundo del fúbol. El orgullo y el agradecimiento llenaron las calles esta vez.

Eida y Ernesto ya pueden irse tranquilos a su luna de miel. Ellos, como el resto del país, tienen mucho que celebrar todavía.

Ya lo dijo Jorge Luis Pinto a ritmo de ranchera, la meta es volver, volver, volver…