Ojos para qué los quiero, si con el alma veo el gol

Un no vidente es capaz de saber cómo juega la ‘Sele’, a veces con detalles que se escapan a nuestras distraídas miradas.

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Ya no ve los partidos. Los escucha. Desde las sombras y brillos que emanan del televisor, la narración de Daniel Quirós dibuja trazos en una gramilla que alguna vez vio, con sus pases, sus corridas por la banda, sus barridas, sus tiros de esquina lanzados al corazón del área, sus cobros de penal, con ese silencio profundo entre el pitazo y el desenlace.

Esta vez Joel Campbell sostiene la pelota, Yeltsin Tejeda la recupera, Keylor Navas vuela, los alemanes atacan, arremeten, centran, disparan... ¡Palo!, grita el narrador mientras el balón estremece la portería y la imaginación de quien sigue las acciones sin poder verlas.

Sabe quién ha jugado bien, quién ya no es el mismo de Brasil 2014, quién participa poco del partido. Narrador y comentarista son su pantalla de alta definición y la frecuencia con que aparecen los nombres termina de dibujarle los vaivenes de un juego trepidante.

Primero el aguante y la herida tempranera con ese gol alemán a los 9 minutos. Luego la resistencia, el sufrimiento, el acoso, la amenaza de Thomas Müller de un 8 a 0 con callejón abierto por la banda derecha costarricense sin respuesta táctica expedita. Después la esperanza, por fin, un poco de luz allá a los lejos, en el horizonte, como si el campo fuera un enorme prado con el sol naciente.

¡Neur! -exclama Daniel Quirós, frustrando las ganas de soltar -tan fuerte como el remate de Fuller- el “mirada fija en la pantalla de Teletica Deportes, porque cayó el gol”-.

Entonces fueron apareciendo de a poquito los nombres que estaban escondidos en el anonimato de la marca, del sacrificio de aquí para allá, corriendo tras la pelota sin tocarla mucho, corriendo tras el rival sin contenerlo siempre.

El nombre de Joel Campbell no: ese no deja de aparecer en la versión 2022, mucho más sacrificado que el modelo 2012, dispuesto a bajar al área a defender, a intentar la individual en el medio campo, a sostener la pelota, a sacar una falta, a faltar el respeto al más grande rival con alguna acción de fantasía. Perdió el balón en el primer gol alemán, es cierto, pero esa mezcla de técnica y atrevimiento suele dar muchísimos más alivios que apuros. Siga.

Yeltsin Tejeda, menos virtuoso con la pelota, despliega otra clase de talento en la contención, el de la marca y el pie siempre firme, el de la barrida oportuna, una o dos gradas arriba del jugador promedio cuando se trata de disposición.

Hace cosas que no se ven, pero que un no vidente detecta.

Se escuchan, se saben, se sienten, se asoman en la narración desde los claroscuros frente al televisor, con el recuerdo de Brasil 2014. “¡Qué bueno es Yeltsin! -ha dicho más de una vez- Corre. Corre mucho. Se esfuerza”. A puro tesón, con el coraje en el tuétano, el “sí se puede” en la sangre y el “prohibido rendirse” en los tendones, Yeltsin Tejeda siempre parece capaz de correr una jugada más: la última. Y otra última. Y la siguiente última.

Corrió hasta el corazón del área alemana, cerrando la jugada como atacante, rifándose el físico para enviarla al fondo de la cabaña y lograr lo impensado, lo increíble, “la mirada fija en la pantalla...”, un partido de tú a tú, la irreverente Sele, la sorprendida Alemania y el boquiabierto Mundial, la remontada, las tablas de posiciones en los televisores todo el planeta cual una broma de mal gusto: España y Alemania momentáneamente eliminadas por Japón y Costa Rica.

¿A lo mejor esta vez a la FIFA sí le hacía gracia la eliminación de Alemania, la más valiente de las 32 participantes, la federación menos acomodada, las más dispuesta a sufrir algunas consecuencias por adversar a Qatar y sus irrespetos a los derechos humanos?

En la cancha, fue Costa Rica la irrespetuosa, muy a pesar de las imperfecciones que al final del día impedirían la hazaña del equipo chico: la escasa contención después del 2 a 1 a favor, la descoordinación en algunas coberturas, la marca no siempre a estampilla, el cierre defensivo tardío y la evidente factura del desgaste por tanto kilómetro recorrido como nunca exige el campeonato nacional del que provenían 17 de los 26 seleccionados.

Fuerzas no quedaron. Consuelos, sí, Tareas pendientes para el futuro, un montón. Por ahora basta con haber recuperado el aliento y sosegado el pulso cardíaco en uno de esos partidos pasionales, indomables, sorprendentes, jugados con pasión.

A veces, me digo, el fútbol no se ve con los ojos, sino con el corazón.