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Han pasado cinco días desde que se realizó la Maratón Internacional y yo sigo pensando más en eso que en todo lo ocurrido tras la visita de la selección de Messi al país.

Decir que la emoción que sentí al ver a cada atleta ingresar al Estadio Nacional fue superior a lo que representó para mi ver el partido del martes, no es exagerar.

El día de la Maratón, a pesar de todo el desorden generado en la salida, la euforia de cada uno de los atletas inundó La Sabana. Ese día se respiró alegría.

Hablando con un amigo llegué a la conclusión de que por más que el futbol sea el deporte rey en Costa Rica y que mueva (hacia las gradas del estadio o a los bares) a muchos, es el atletismo el que sí mueve, literalmente hablando, a miles y a muchos más que apoyan desde las calles a estos atletas.

La razón por la cual no me olvido del domingo es porque no concibo lo ingrato que es este país con una actividad como la Maratón y cómo las autoridades se rindieron ante Argentina en lugar de prestarle atención a los miles de ticos que hicieron la carrera.

La (des)organización de la Maratón creyó que en Costa Rica todos le majan las pizadas a Gabriela Traña y que en cuestión de tres horas –poniéndole mucho–, ya la mayoría de participantes de la Maratón iban a estar comiéndose la sandía con medalla en mano.

He revisado decenas de álbumes en Facebook con fotos de la carrera (es que abundan). Las fotos no solo me dicen que cada vez son más los que practican atletismo en el país, sino que, ya cuando había oscurecido totalmente, aún faltaban muchos corredores por llegar a la meta en el estadio.

La organización estableció que hasta las 8 p. m. permanecería abierta la meta, lo que no contempló, porque pensaron que todos corren al ritmo de Traña, era dejar hasta la misma hora el operativo y la asistencia en las calles del recorrido de los 42 kilómetros.

Cerca de las 7 p. m. pasé por el bulevar de Pavas, donde los atletas tuvieron que detenerse en cada esquina y, desde luego, en cada semáforo. Ya los oficiales no estaban y los automóviles, al ver las calles sin tráficos, circulaban como siempre. ¿Y la asistencia? Menos que estaba, ¡si se acabó cuando todavía había sol!

A muchos maratonistas los salvó la gente, su gente, quienes los esperaron con bolsas de agua.

Hoy todavía pienso en el alboroto que desató la salida del bus de los argentinos el martes pasado en La Sabana y cómo decenas de oficiales de seguridad y tránsito se esperaron hasta altas horas de la noche para cuidarlo.

Todo eso fue necesario, pero jamás respetar a los atletas de la Maratón. Sigo sin comprender cómo no se cuida a los deportistas de este país pero sí a un bus de argentinos. La Maratón más que desorganizada estuvo desolada.