Para Diego Forlán, el oro y el moro

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Johannesburgo

No entregarle el Balón de Oro a Diego Forlán sería un error tan colosal como el del línea que no concedió el gol de Inglaterra. Como la Falla de San Andrés' Como la equivocación del capitán del Titanic' Como la injusticia de los 27 años de cárcel para Mandela' Como la pifia del arquero uruguayo en los dos primeros goles de Alemania, en el juego de ayer.

Que lo reciba Sneijder, que acaso jugó el 20% de lo de Diego; que se lo den a Xavi por su fantástica labor ante Alemania o cualquiera de ellos por ser campeón (un mérito muy alto y computable, desde luego), dejaría en el ánimo la sensación de que estos premios no premian: castigan, acomodan, omiten, justifican.

Ya en Japón 2002 la FIFA metió la pata al dárselo a Oliver Khan, que de ninguna manera fue el mejor, con el agravante de una falla importante en la final, clave en el triunfo de Brasil. Fue elegido antes de la final.

En Alemania se cometió el grueso desliz de entregárselo a Zidane, quien había jugado dos partidos muy bien (ante España y Brasil) y otros dos correcto (con Portugal e Italia).

Zidane fue un crack extraordinario del fútbol, tal vez uno de los diez o veinte mejores de la historia. Pero se lo votó por el currículum, no por el Mundial.

Se olvidaron que en la primera fase Zinedine casi se volvió a Francia; estaba peleado con el entrenador y no la tocaba.

Francia clasificó esforzadamente contra Togo (partido en el cual el fino volante integró el banco de suplentes) y comenzó otro torneo, para Francia y para Zidane. Pero, así como en el boxeo quedan en la retina los últimos segundos de cada round, en el fútbol la memoria se atornilla en los partidos finales. Y Zidane, expulsado ante Italia por una agresión violenta e infantil que invalidaba cualquier distinción, recibió el Balón de Oro. Mal.

Esa recompensa era de Cannavaro, el zaguero italiano que jugó un torneo excepcional, inmaculado. Clave para la conquista.

En Sudáfrica 2010, si es por fútbol, por inteligencia, por goles, por bellísimas actuaciones, por nivel altísimo en los 7 partidos, la distinción debería ser para Forlán.

No es frecuente que un futbolista actúe con tal nivel de excelencia de principio al fin del torneo. Y habría que bucear en ediciones anteriores para encontrar semejante regularidad. Lo suyo ha sido brillante y consagratorio, más allá del cuarto puesto de Uruguay.

En el minuto 93 del bonito encuentro frente a Alemania estrelló un balón en el travesaño. Si entraba ese tiro libre era el 3 a 3 y Diego quedaba solo con 6 goles como líder goleador. Fue su último acto de lucidez en favor del conjunto. Todo lo que él hace es positivo, contagiante, gravitante.

Entró en la selecta historia del fútbol charrúa como el gran ícono moderno, el que logró aplacar el recuerdo casi fantasmal de Nasazzi, Obdulio Varela, Schiaffino, Pedro Rocha y Fernando Morena.

También quebró la línea con Enzo Francescoli.

Es nuestro humilde homenaje a un fantástico jugador que entrega todo a favor de su equipo y del espectáculo: encabezar la columna con él, titularla con él.

Respeto. El que se ganó Uruguay. Hizo un torneo espectacular, dignísimo. Derramó sobre el césped la garra de siempre, pero esta vez sin pegar, sin escándalos ni broncas, jugando fútbol. Rescató aquella civilización de futbolistas gloriosos del pasado. El Maestro Tabárez merece un diploma honoris causa. Es muy difícil imaginar una faena mejor que la suya. Por ausencias, la Celeste dio ventajas frente a Holanda. Merecía la final.

Partidazo. Este que compusieron Alemania y Uruguay por el tercer puesto. Una pena que los primeros dos tantos germanos llegaran por el error del arquero Muslera. La Celeste merecía que le ganaran con otros goles, había sido más.

Futuro. El de Alemania. Permanezca o no en el cargo, Joachim Löw deja una camada fantástica de jóvenes: Schweinsteiger, Lahm , Mertesacker, Podolski, Neuer, Khedira, Ozil, Müller, Kroos. Además les queda una idea de juego asociado y gran experiencia y son candidatos ganar la Eurocopa del 2012.

Olvido. El del Grupo de estudio Técnico de la FIFA, encargado de designar a los 10 aspirantes al Balón de Oro. No pusieron al cerebral Thomas Müller, sin dudas una de las revelaciones del Mundial, por juego y por goles. Entró Ozil, con lindo manejo, pero menos méritos.

Repunte. El Mundial tuvo un fútbol esquelético al comienzo, partidos tediosos, sin goles ni figuras. Pero a partir de la última fecha de la fase de grupos, y sobre todo desde octavos comenzó a levantar. Termina bien, agradando. Y falta la final, que nunca puede ser mala. La única final del mundo aburrida fue la de Estados Unidos ’94. En la calurosa tarde de Los Ángeles casi nos dormimos en la tribuna. Hoy no se repetirá. Palabra.