La reina del Chirripó nos guió hasta sus dominios a través de la montaña, entre ríos y trillos de barro

Un equipo de ‘La Nación’ caminó 23 kilómetros con la corredora Andrea Sanabria hasta el asentamiento indígena de Sitio Gilda, donde junto a su esposo, Ismael Salazar, nos habló de su vida y la futura edición de la Carrera del Chirripó 2020

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Sitio Gilda, Talamanca. En Sitio Gilda, un asentamiento enclavado en la montaña, a 23 kilómetros de Tulesi, en Alto Chirripó, la indígena Andrea Sanabria y su esposo, Ismael Salazar, dedican los días a las labores agrícolas.

Aunque la nueve veces ganadora de la Carrera de montaña de El Chirripó y su compañero están pensando en correrla por décimacuarta ocasió, no tendrán pretemporada en el gimnasio ni trabajo de playa; su preparación será muy distinta, según pudo observar un equipo de La Nación que visitó su casa a mediados de este mes.

La indígena cabécar, ataviada con botas de hule y machete en la cintura, se dedica a ayudar a su esposo en la siembra de yuca, maíz, frijoles, plátano y malanga, a cuidar a sus cuatro hijos y, de vez en cuando, buscar en la montaña a los cerdos que se han alejado y deambulan por el monte sin encierro que los detenga.

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Hace unos meses vivían más lejos, una hora más lejos, pero dejaron su hogar y se trasladaron a vivir a Sitio Gilda, al lado de la madre de Andrea, doña Claudiana Ortiz. Ahora solo los separan 30 minutos de la escuela de la comunidad de Jamó, donde asisten sus hijos, aunque aún los se encuentra muy lejos —a 23 kilómetros— de los servicios públicos como la electricidad.

“Ahora estamos viviendo con la mamá de Andrea, para que le quede más cerca la escuela a mis hijos, y también puedo ayudar en la escuela de Jamó. En la otra casa se puede sembrar solo banano, pero aquí podemos sembrar frijoles, maíz y chayotes. Es mejor y Andrea me ayuda”, explicó Ismael, dedicado de lleno a la agricultura.

Ya habrá tiempo en enero para empezar a entrenar de cara al evento de atletismo previsto para finales de febrero.

Larga travesía. De vez en cuando, a Andrea le toca ser guía y arriera de personas que visitan el asentamiento. Por eso camina por la montaña con los caballos, bordeando el cauce del río Chirripó, cruzándolo hasta en dos ocasiones con las bestias cargadas y transitando por trillos llenos de barro y duros ascensos.

A nadie le extrañó verla llegar en el amanecer a Alto Tulesi, donde la esperábamos, con sus botas, camisa fosforescente de correr y licra, para asistir a su esposo y acompañarnos en el camino.

En la travesía conversa poco, va más concentrada en sus caballos. Luego se los entrega a su esposo y a su hijo Fabián, para acompañarnos por un tramo de alrededor de tres kilómetros. Va despacio, pero se nota impaciente.

El trayecto que nos demandaría unas nueve horas, ella suele hacerlo de prisa. “Duro como tres horas, bajando desde la escuela de Jamó (23 kilómetros)”, responde en forma sencilla Andrea, ante nuestra consulta. “Ustedes van a durar más”, agregó con una sonrisa, de las pocas que se le pudo sacar.

Al fin llegamos a la escuela de la localidad de Manzanillo, la mitad del trayecto, a unos 10 kilómetros de Sitio Gilda. Ella toma los caballos junto a Ismael y parte. No la volveríamos a ver hasta el final de la travesía. Ahora nos acompaña en el resto del camino su hijo Fabián.

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Un día diferente. La indígena sale muy poco de su hogar. Cuando no está en el campo en labores agrícolas, la pasa cocinando y ayudando a su madre.

Su cotidianidad solo se vio interrumpida esta vez para asistir a una reunión impulsada por el Ministro de Deportes, Hernán Solano, quien encabezó una comitiva para conocer las necesidades de la población. Andrea recibió uniformes para entrenar, como obsequio de un patrocinador de Pérez Zeledón, Physical Zone, mientras los niños fueron sorprendidos con algunos juguetes.

Los hombres no dejaron pasar la oportunidad de contarle a Solano sobre los principales problemas de la comunidad, como la ausencia de agua potable y electricidad, las reducidas opciones de trabajo remunerado, la lejanía del colegio más cercano (a unas ocho horas caminando) y las dificultades para vender sus productos.

En medio de tanto obstáculo, en un estilo de vida prácticamente de subsistencia, donde cada quien produce lo que se come, la carrera de El Chirripó es el alto en la vida de Andrea e Ismael, además de algunas temporadas en cogidas de café. La competencia representa también la esperanza de ganar el premio de ¢250.000, suma imposible de obtener en cualquier otra actividad.

“Vamos a correr Chirripó el próximo año, pero aún no estamos entrenando, porque estamos sembrando. Este año no vamos a bajar (a la localidad de Herradura) a coger café, vamos a entrenar para la carrera aquí en la montaña”, confesó Sanabria, con la esperanza siempre puesta en un año mejor.