La mexicana Verónica Ruiz corre como si fuera su última competencia

Pese a sufrir mal de Huntington, atleta de 42 años sumará hoy su sétima maratón

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Para Verónica Ruiz cada salida de una maratón puede ser la última, por eso la corre como si no hubiese más allá, como si su vida se fuera diluyendo con cada zancada, aunque ese esfuerzo es quizás una de las mayores razones que tiene para vivir.

La atleta mexicana de 42 años padece del mal de Huntington, una enfermedad neurológica progresiva e incurable que provoca la muerte de las neuronas con lo que se acaban los recuerdos, se entorpece el funcionamiento de los órganos y, finalmente, ni siquiera se respira; pero todo esto no ha podido con la voluntad de Verónica, que se niega a entregarse a su suerte.

Esta valiente azteca será una de las 3.500 personas que tomarán parte hoy de la Marathon San José a la 1 p. m., con llegada y salida del Estadio Nacional.

Su objetivo va más allá de triunfar; su ilusión es que cada paso la conduzca a su propia libertad donde pueda soltarse de las cadenas de su padecimiento y que su encuentro con la fe en Dios sea con una tenis puestas en la carretera.

“Cada maratón para mí es una página en blanco y espero que la siguiente sea la mejor hoja en blanco que yo pueda escribir”, dijo Ruiz.

Alegre, buena conversadora y con una sonrisa contagiante, Verónica se dedicada a darle esperanza a aquellos que la han perdido con el tiempo.

Desde hace 10 años, cuando le diagnosticaron su enfermedad, corre maratones y hasta el momento suma seis: Chicago, Toronto, Montreal, Berlín, San Antonio y Chile. Su sétima será la de hoy, en San José.

“Todo inició en el club donde yo asistía. Cuando cumplió 25 años se organizó una maratón y la verdad yo sentí algo en el estómago, sentí que Dios quería que yo hiciese esa competencia, que yo corriese y desde entonces lo hago”, recordó la atleta.

“Algunos me preguntan si correr me beneficia para mi salud y la verdad hay dos hipótesis: una que sí es bueno, mientras que otros no porque ayuda a la oxidación del organismo y eso me perjudica, pero la verdad yo me siento genial. Es mi vida y me siento feliz por poder hacerlo durante estos años”.

El gran sostén de Verónica es su esposo German Chaves y su pequeño Bastian de ocho años, por quienes corre.

“Tengo la bendición de un esposo excepcional que me apoya y cuida a nuestro hijo cuando salgo a competir; hasta pide permiso en el trabajo. Sin él no podría”.

“Vero” no se ve como un ejemplo, simplemente se mira como una persona afortunada a la cual le da fuerzas todos los días.

Mi tiempo es aquí y ahora, no corro por los kilómetros o un cronometraje. Decidí no ser víctima de la vida, sino una protagonista que corre por su cuenta”.