La antorcha de los Juegos Centroamericanos y del Caribe se apagó, Mayagüez volverá a su estado natural

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Ayer, después de 14 largos días de competencia, oficialmente se dieron por concluidos los Juegos Centroamericanos y del Caribe 2010.

La antorcha que calentaba la ciudad de Mayagüez se apagó con el atractivo acto de clausura que se realizó en el estadio de atletismo José Antonio Figueroa.

Los más de 5.000 deportistas que se dieron cita en esta ciudad ya desalojaron y volvieron a sus respectivos países para contarle a sus familiares historias de éxito, reflexión o lamento.

Sin embargo, historias al fin. No todos tienen esta gran oportunidad y experiencia de vida.

Para nosotros, periodistas (menos atléticos, pero igual de esforzados), atrás quedarán todos los 17 días de cobertura, alimentados por horas tardías de cierre y kilómetros de manejada a la velocidad de la luz para llegar a cada una de las disciplinas.

Lastimosamente, también se van las alegrías que ofrecieron los atletas ticos, y por qué no, las frustraciones, que aunque no se disfrutan, son parte importante para que una actividad de estas valga la pena. Estar del otro lado de la barda no significa que no se quiera ver éxitos. No significa que no se sufran las derrotas.

En fin, así como se extinguió la llama, también se esfumó el movimiento en las calles.

De a poco se desvanecieron las miles de “guaguas” escolares (busetas que sirvieron de transporte para los deportistas), de patrullas (cientos de ellas resguardando la seguridad, con unas luces brillantes que están más cerca de provocar el accidente que de resguardarlo) y de banderas y uniformes de decenas de países.

La vida normal regresará a Mayagüez. Habrá que preguntar si prefieren estar bajo las luces como centro de atención o volver al perfil bajo que les deja la capital boricua, San Juan. Como regalo les queda la grata experiencia de organizar, con muchísimo éxito, unas justas del cartel: los Juegos Centroamericanos y del Caribe.

Como legado, una infraestructura deportiva de primer nivel, con la cual podrán desarrollar a sus atletas aún más (siempre y cuando solventen el problema de cómo financiar los escenarios).

En el alma se guardarán las miles de medallas que se entregaron a lo largo de la competición, de las cuales muchas fueron para los locales. Lógicamente, de esa manera el recuerdo se torna ciertamente más valioso para ellos.

En el corazón les quedará el esfuerzo de todos los jóvenes, principalmente de los suyos, los cuales les dieron luz verde para cantar, tantas veces como les fue posible, La Borinqueña, nombre popular de su himno nacional.

Cada vez que un puertorriqueño ganó, la música sonaba y no había que nacer en la isla para que la piel se erizara. Los boricuas interpretan el tema con un sentimiento y orgullo ejemplar. Tanto atletas como público.

Nosotros, ya no comunicadores, sino solo ticos, nos llevamos un gran aprendizaje deportivo y organizacional, con piezas para copiar y adaptar, tales como el nivel de inversión y preparación necesarias para alcanzar metas.