Juan Martínez: El juego de la vida

"Tengo las bases llenas y un bateador con la cuenta en dos strikes y tres bolas"

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Cuando la puerta de acceso al parque Antonio Escarré se abrió, también chirrearon los goznes del baúl de los recuerdos que atesora su pasado beisbolista. Hacía tres años que Juan Martínez no pisaba ese diamante.

Aquejado por una enfermedad que lo tiene "corriendo entre las bases", este excelente lanzador comenzó a desgranar, el pasado miércoles, toda su historia, no sin antes hacer un breve recorrido por el estadio. Se detuvo, como era de esperar, largo rato en la lomita que lo hizo grande.

Todo se inició por allá del año 1968 cuando participaba en las mejengas de beisbol en el barrio La Cruz, en las cercanías del Escarré, zona beisbolera por excelencia y donde este deporte predominaba por encima del futbol.

"Un día llegó un señor, Mario Alvarado, quien era entrenador de las pequeñas ligas de Lacsa y me invitó a entrenar el sábado en La Sabana. Ese día fui y después de la práctica me firmó y de una vez me dieron el uniforme para que me quedara con el equipo", cuenta mientras pasea su mirada por los graderíos desiertos.

A su madre no le hicieron mucha gracia los deseos y sueños de aquel niño de 13 años, que utilizó como piyama la vestimenta que su nuevo entrenador le había dado al mediodía.

La preocupación de la mujer residía en el peligro que iba a correr su hijo en el campo. Así, muchas muchas veces le escondió el uniforme o se negó a darle los pases y, en consecuencia, Juan tuvo que caminar de su casa hasta el campo de entrenamiento, en el llano de Mata Redonda.

Arranca la leyenda

La primera base fue el puesto que lo vio nacer como pelotero, pero su habilidad para lanzar la pelota rápidamente lo llevó a una de las posiciones más delicadas, la de lanzador. Con la ayuda de un amigo, Laureano Benavides, comenzó a aprender las artes de lanzar que rápidamente lo impulsaron como estelar.

"Cuando llegué a juvenil me fui a jugar al Coca Cola, un equipo que dirigían Flavio y Paco Vargas, donde seguí madurando y aprendiendo más. Apenas con 15 años, Francisco Panchón Herrera me llamó a la Selección Mayor y fui subcampeón centroamericano en Guatemala."

En 1971 cumple su sueño de integrar el fuerte equipo de Glidden M-27, y comienza a descollar en el medio gracias a sus lanzamientos y números que engrosan su currículum. En su década dorada llega a establecer tres partidos sin hits ni carreras, algo muy difícil en el beisbol.

"Uno de los más valiosos para mí fue en Limón, donde el estadio es muy pequeño, los jugadores muy fuertes y cualquier batazo era jonrón. Cuando terminé me costaba creer que lo había hecho", dice Martínez, declarado el mejor pelotero en las décadas del 70 y del 80.

Los recuerdos siguen aflorando. Nunca olvida el batazo que le conectó el cubano José Cabrera, el más largo que le hicieron en su carrera. "Fue a caer en el techo del bar Popeye, que queda por aquellos palos", afirma mientras señala hacia un punto ubicado aproximadamente a 150 metros. "Cuando observé eso casi pido que me saquen, y eso que estábamos en la primera entrada."

Su nombre se fue haciendo leyenda y, por lo tanto, cuando saltaba a un diamante a pitchear sus rivales comenzaban a ingeniárselas para intentar vencerlo. Y de ello dan testimonio las estadísticas, que indican que a los 6.834 bateadores que enfrentó, solo les permitió 1.273 hits y 433 carreras, en 1.622 entradas y dos tercios.

Sus excelentes condiciones provocaban que los entrenadores lo enviaran constantemente al montículo y agravaran poco a poco una lesión que tenía en el codo. "Comencé a tener problemas en el 81, pero dos años después era insoportable el dolor. Lo tenía calcificado y cuando lanzaba sentía como una fricción con arena a mucha velocidad, y lo más grave era que los bateadores me faltaban el respeto pues me bateaban lo que les tiraba."

La cirugía fue la única opción para tratar de salvar la carrera, aún cuando los médicos dieron un 50 por ciento de probabilidades de que Martínez retornara a la loma. "Regresé unos meses después, no tan veloz, pero volví a derrotar a todos los que me habían bateado", afirma con orgullo.

El juego final

Luego de participar con la selección en los Juegos Centroamericanos de 1985, certamen en el que se le declaró el mejor lanzador, se fue apartando poco a poco del beisbol, pero el definitivo adiós se dio en la temporada de 1991, cuando los poblemas de salud volvieron a aquejarlo y, como dice él, comenzó "el juego de la vida".

El estar sometido a mucha presión en su trabajo en la Caja de Ande, así como los constantes resfríos fueron minando sus defensas y comenzó una etapa de incapacidades y estudios para dar con la naturaleza de su enfermedad.

"Después de muchos exámenes que no daban con el padecimiento, me hice un TAC y me dijeron que lo que tenía era un enfisema pulmonar a causa de que nunca cuidé ninguno de los resfríos y cuando terminaba un partido a las 11 de la noche, me metía en la ducha fría sin precaución alguna".

Ahora Juan respira poco oxígeno y bota poco dióxido de carbono, lo cual hace que el corazón tenga que trabajar más de lo recomendable; esto, lamentablemente, conlleva otros inconvenientes. Desde hace poco más de un año, se encuentra pensionado por incapacidad.

"El estar así me deprime, pero sigo esperando que la enfermedad se descuide para poder salir de esto porque quiero hacer algo que me recuerde que fui deportista. Solo le pido a Dios que me ayude."

La actividad física está prohibida pues si camina un trayecto --por más corto que sea-- o sube algunos escalones, termina agitado y, peor aún, puede sufrir un paro cardiaco o respiratorio.

A sabiendas de que el daño es irreversible, no pierde la fortaleza, y piensa que la enfermedad un día se cansará y lo dejará vivir en paz.

Otro de sus ideales es crear una escuela de lanzadores, pues considera que el nivel ha bajado un poco, y él, con la experiencia que le dejó los 21 años como pitcher, puede ayudar a los más jóvenes. El proyecto para esto lo está terminando, pero no pierde la fe en que pronto lo echará a andar.

La existencia de Juan Martínez transcurre entre dos anhelos: madurar y materializar su idea y luchar contra la incertidumbre de una enfermedad que lo tiene limitado. "Para hablar en términos beisbolísticos sobre mi vida, diría que estoy con las bases llenas, en la última entrada, con un bateador bueno y la cuenta en dos strikes y tres bolas. Estoy buscando dónde le puedo meter el último strike."