Los Cubs protagonizan la Serie Mundial más poética de todos los tiempos

El Clásico de Otoño de este año enfrenta a los dos equipos que más tiempo tienen sin ganar un título. Los Cubs de Chicago y los Indios de Cleveland se enfrentan para construir el más hermoso duelo imaginable en el béisbol profesional.

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

113 segundos.

Transcurrieron 113 eternos segundos entre el momento en que Carlos Ruiz envió una bola a las gradas del estadio Wrigley Field, en Chicago, y el otro momento. El momento grande, eterno, infinito. El momento que, durante 71 años, parecía que no llegaría nunca.

En esos 71 años, se jugaron 11.309 partidos. Se lanzaron incontables pelotas, se batearon otras tantas. En esos 71 años se sucedieron más de dos mil millones de segundos, pero fueron los últimos 113 los más difíciles de soportar.

Carlos Ruiz, receptor panameño de los Dodgers de Los Ángeles, caminó hasta el plato. Las esperanzas estaban en su contra: su equipo perdía cinco carreras contra cero, y solo quedaban por jugarse dos outs más. Además, en torno suyo, un estadio y una ciudad entera rugían, ansiosos por celebrar un triunfo que se les había escapado tantas veces antes.

En el Wrigley Field, 41.268 personas gritaban eufóricas, intentando intimidar a Ruiz. Pero cuando el bateador, ya con cuenta llena –tres bolas, dos strikes– conectó la pelota que lanzó el cubano Aroldis Chapman, el alma de Chicago se congeló de súbito.

La pelota, por supuesto, no iba a ser un hit ni mucho menos un cuadrangular. Iba a ser un foul, una pelota fuera de competencia, pero iba a caer peligrosamente cerca de una zona maldita.

La zona de Steve Bartman.

Steve Bartman fue... No, no es momento de hablar de él todavía. Porque la pelota que conectó Ruiz no estaba maldita. Esta vez, el peligro pasó de lejos y la gente de Chicago pudo respirar con tranquilidad. Dos lanzamientos después, sin embargo, el umpire concedió la cuarta bola y Ruiz avanzó de forma gratuita a primera base.

Se escucharon algunos abucheos, pero no los suficientes. Posiblemente porque para abuchear, primero hay que respirar. Y esa noche, la del sábado 22 de octubre del año 2016, nadie en el Wrigley Field podía respirar. ¿Quién tiene tiempo de respirar cuando se está firmando historia?

Los segundos se arrastraban por el diamante del campo cuando Yasiel Puig tomó el bate y se aprestó a enfrentarse al lanzador. Aroldis Chapman respiró hondo. Luego levantó la pierna izquierda y estiró el brazo derecho. De su mano salió disparada una bomba que viajaba a 164.1 kilómetros por hora.

Puig lanzó el swing casi con desgano, como si los Dodgers ya se supieran derrotados. La pelota salió disparada directo al guante del paracortos. Tiro a segunda base, un out. Tiro a primera base, doble play.

Así, en esa jugada fugaz, se acabó la espera eterna. Se acabaron 71 años de espera, se acabaron 113 segundos de muerte en vida. Llegó el momento que no llegaría nunca.

Los Cubs de Chicago están en la Serie Mundial.

Playball!

A las ocho de la noche con ocho minutos del 25 de octubre, la ciudad de Cleveland escuchó las palabras mágicas: Playball! Así, comenzó la edición número 112 de la Serie Mundial, que enfrenta a los equipos campeones de cada una de las ligas del béisbol profesional de Estados Unidos.

Como nunca antes, el enfrentamiento tiene todos –realmente todos– los atributos para quedar marcada en la memoria de los fanáticos del deporte. La razón está en los números, sobre todo en uno: 176.

176 es la cifra que se obtiene como resultado cuando se suman la cantidad de años que tiene cada uno de los pretendientes al título sin resultar campeón. Los Indios de Cleveland ganaron su última serie en 1948; los Cubs –Cachorros, en español– no saborean un título desde 1908, cuando ni siquiera se había disputado la Primera Guerra Mundial.

Cuando comenzó la postemporada de este año, el pasado 4 de octubre, la liga deportiva profesional más antigua de Estados Unidos miró a sus equipos sobrevivientes y atisbó la posibilidad de lo que antes no podía decirse ni en broma.

Desde las ocho de la noche del 25 de octubre, esa posibilidad se hizo real: los dos equipos que más han sufrido en la historia del deporte estadounidense se disputarán el título que durante décadas –durante vidas enteras– los ha eludido.

Los Cubs y los Indios.

Es la Serie Mundial más poética de todos los tiempos.

Tierra de la esperanza

La última vez que los Indios de Cleveland ganaron una Serie Mundial, Costa Rica tenía ejército. La mayoría de nosotros no sabe lo que es vivir en una Costa Rica armada, y la mayoría de habitantes de Cleveland no sabe lo que es ser campeón de cualquier deporte.

Al menos no lo sabían hasta junio de este año, hace solo cuatro meses. Hasta entonces, Cleveland era conocida popularmente como la ciudad más triste en cuestión de deportes en todo Estados Unidos. Ninguno de sus equipos había ganado un título en 52 años (los Browns, del fútbol americano, fueron campeones en 1964, cuando comenzó la sequía).

Luego vino junio de este año. Lebron James y los Cavaliers, de la NBA, ganaron el título de baloncesto y, de pronto, Cleveland, la ciudad deportiva más triste de Estados Unidos, se convirtió en Believeland (algo así como la Tierra de la Esperanza).

Justo después de la victoria de los Cavaliers, los Indios empezaron a acumular victorias en el béisbol. Poco a poco, hit a hit, strike a strike, los Indios comenzaron a borrar siete décadas de tortura con la posibilidad real de hacerse con el honor máximo.

Desde el último título del equipo, conseguido en 1948, los Indios han estado presentes en tres Series Mundiales: 1954, 1995 y 1997. Cada una de ellas las perdió de forma dolorosa, extendiendo los padecimientos de Cleveland.

Luego Lebron James cambió todo. Eso no es cierto, los responsables son los jugadores del cuadro de los Indios, sus entrenadores y ejecutivos. Pero es innegable el efecto que Lebron James y la victoria de los Cavaliers tuvo sobre el desempeño del equipo de béisbol.

"Es Cleveland contra el mundo", dijo James cuando los Cavaliers recibieron sus anillos de campeones de la NBA en el Quicken Loans Arena. Apenas a un par de centenar de metros de distancia, se encuentra el Progressive Field, hogar del otro equipo de Cleveland, los Indios del béisbol.

La maldición

El 14 de octubre del 2003, Steve Bartman se convirtió en el ser humano más odiado en la tercera ciudad más poblada de Estados Unidos. Era de noche y hacía frío en el otoño de Illinois. El viento gélido soplaba desde el Lago Michigan, pero en el Wrigley Field de Chicago la sangre hervía.

Se jugaba el sexto juego de la serie de campeonato de la Liga Nacional, entre los Cubs y los Marlins de Florida. Los Cubs estaban arriba en la serie –tres victorias a dos– y en el partido –tres carreras a cero– en la parte alta de la octava entrada. Faltaban solo cinco outs para clasificar a la Serie Mundial.

Mark Prior lanzó una recta que Luis Castillo, bateador de los Marlins, conectó. La pelota se elevó. No sería un hit, no sería un home run. Pero tal vez podría ser un out, si tan solo el jardinero Moisés Alou pudiera dejársela.

Alou aceleró en dirección a la gradería y saltó con el guante abierto. Iba a ser un out. Un grupo de aficionados sentados en la zona hicieron lo que han hecho todos los aficionados que han asistido a un juego de béisbol: intentaron dejarse una pelota lanzada a las gradas. Uno de ellos fue Steve Bartman, quien extendió su brazo y golpeó la pelota, evitando el out.

Moisés Alou estaba furioso. Los miles de aficionados en el Wrigley Field estaban furiosos. Millones de fanáticos en todas partes del mundo no podían creer lo que acababa de pasar, pero no se imaginaban lo que vendría: la debacle total del corazón de Chicago.

Los Cubs perdieron ese partido, 8-3. Al día siguiente perdieron la serie. Steve Bartman recibía amenazas de muerte. El dolor se extendía. Y por doquier se escuchaba hablar de la cabra de Billy.

En 1945, apenas unos meses después de la muerte de Hitler y solo unas semanas después de que se lanzaran dos bombas atómicas sobre Japón, los Cubs y los Tigres de Detroit se disputaban la Serie Mundial.

A mitad del cuarto partido, en el Wrigley Field y con los Cubs arriba en la serie dos juegos contra uno, la seguridad del estadio se acercó a Billy Sianis, dueño de la taberna Billy Goat (la Cabra de Billy), para pedirle que se marchara. La razón: el olor que despedía su cabra mascota, Murphy, molestaba a los demás asistentes.

Furioso, Billy promulgó las palabras: "Esos Cubs, no volverán a ganar". En efecto, el equipo perdería aquella serie, 4-3. Y tendrían que pasar 71 años para que los Cubs siquiera regresaran a una Serie Mundial.

Esa serie comenzó, finalmente, el 25 de octubre de este año. Enfrente de los Cubs, el equipo más castigado en la historia del béisbol, está el segundo más torturado, los Indios de Cleveland. Alguno de estos será campeón en los próximos días.

El béisbol nunca fue más poético.